Opinión

La «nueva normalidad»: del astronauta al símbolo universal

Avanzamos lentamente para recuperar  la deseada normalidad perdida, de la que nos alejamos hace ya más de trece semanas. Adentrarnos en una «nueva normalidad» sería una anormalidad, una contradicción en sus propios términos, un «oxímoron», según afirma  el diccionario de la RAE. La mentira en la que está instalado el Gobierno de Sánchez-Iglesias es tan absurda, como esta «falsa realidad» de pretender inocular en nuestras mentes el eslogan de que de esta epidemia «#salimos más fuertes» de lo que estábamos hace tres o cuatro meses.

Si no fuera una tragedia, sería para tomárselo a broma, pero no lo permite el respeto a los muertos y el sufrimiento de tantos miles de familias que han perdido a sus seres queridos, sin tan siquiera poderse despedir de ellos en su tránsito hacia la eternidad.

Hemos padecido una epidemia en la que, mientras miles de compatriotas morían en solitaria clandestinidad, las imágenes que veíamos en los medios mañana, tarde y noche, un día sí y otro también, eran de aplausos en las salidas de las  UCI’s y en los balcones de las ocho. Si el ministro astronauta regresara a España de un largo viaje espacial sin haber recibido más información que la exhibida en televisión, creería que regresaba a un país que ha estado de jolgorio continuado durante semanas. No es de extrañar que, tras haber aterrizado en la cruda realidad, se enfunde su traje de cosmonauta en su despacho oficial, y afirme que «hoy volvería al espacio». A la vista de la situación, creo que no pocos españoles desearían también poder emigrar allí, acompañándole en su nueva aventura espacial.

Desde la hierática falsedad en la que se ha instalado el Gobierno, son incapaces de reconocer el verdadero número de muertos sin asumir siquiera las cifras de instituciones que, como el INE o el MoMo del Instituto de Salud Carlos III, dependen de ellos mismos. Ante unos hechos de esta magnitud que quedan completamente impunes, uno no sabe si creer que el Gobierno ha tomado por tontos a los españoles, porque es imposible que ellos lo sean hasta ese extremo.

En todo caso, lo cierto es que actúan con una manifiesta falta de respeto ante la ciudadanía. En una democracia de calidad, sería impensable mantener inamovible sin sonrojarse, la cifra de 27.000 muertos oficiales desde hace una semana, sin haber explicado todavía la causa de la desaparición de 2.000 en un santiamén, y en contra de las cifras de fallecidos que aportan las CCAA.

Estos días el ministro de Sanidad chileno ha dimitido por ser incapaz de dar una cifra fiable de muertos, mientras que aquí Podemos se atreve a solicitar para el portavoz oficial del Gobierno sobre la epidemia, la máxima condecoración de su ciudad natal por considerarle un «símbolo universal de la lucha contra el coronavirus». El mismo que durante un mes estuvo afirmando sin descanso que si hubiera algún contagio en España, «sería un puñado, en todo caso», permitiendo acudir a las manifestaciones del 8-M sin problemas. Que se lo digan a las contagiadas de las cabeceras oficiales, que fueron unas cuantas. Alguna con resultado de muerte.

Hace dos años, el señor Sánchez fue aupado a la presidencia del Gobierno por una exigua mayoría, con la coartada de la opinión vertida en unas líneas de una sentencia de más de mil folios, por un magistrado que luego fue propuesto para vocal del CGPJ en reconocimiento a los servicios prestados a la causa. Sánchez afirmó que la censura a Rajoy era necesaria para «regenerar la vida política y mejorar la calidad de nuestra democracia»: Dejo al lector el juicio que le merece la regeneración alcanzada.

Aunque repetida y conocida, insisto en recordar la sentencia de Churchill: «[…] No se puede engañar a todos durante todo el tiempo». Sánchez pasará, pero va a costar mucho reparar el daño infligido a nuestra democracia y, sobre todo, al nivel ético y moral de nuestro país. La verdad nos hace libres y la mentira es una poderosa arma de destrucción ética masiva.