No son soberanistas sino montaraces
No me preocupan Puigdemont y el resto de los fugados del Parlament. Con toda seguridad acabarán siendo víctimas de su propio suicidio colectivo y la brillantez de la Fiscalía. Perseguían la República catalana y han logrado el objetivo perseguido por cualquier mente preclara del patriotismo constitucionalista español. Destapar el primer gran fracaso de la postverdad del nacionalismo, la izquierda parida por el zapaterismo y el imperio mediático de Roures. O sea, que se han cargado la gran trola engordada durante los últimos treinta años. La afirmación de que España no existe ni ha existido nunca.
Y fíjense si existe. España estaba opulenta en la recepción del martes por la noche a Quim Forn en El Prat, quien volvía de Bélgica tras acreditar la violencia del Estado español al nuevo abogado del Govern en el exilio e histórico picapleitos de etarras, Paul Bekaert, que habrá tomado nota de cómo un grupo de españoles convirtieron al pobre Manolo Escobar en una especie de Damien Karras. ¿Qué era el Viva España en aquella terminal sino una modalidad de exorcismo represor español viendo la congoja y las órbitas fuera de las cuencas de Forn?
Me preocupan los partidos constitucionalistas, las grandes organizaciones que durante el pasado mes han logrado movilizaciones sociales masivas, y gran parte del poder mediático que han asimilado y tratado de que normalizáramos las desviaciones enfermas del nacionalismo catalán con tal de que éste no arrasara absolutamente con todo. Muchos han deslizado la idea de que la reinstauración de la legalidad era más nociva que el hecho de almidonar un cúmulo de actos delictivos:
“Hace falta una gran dosis de generosidad por las dos partes”, repetían los matinales en una curiosa analogía del delito de sedición con el perdón de una entregadísima esposa superando unos cuernos del marido.
“Todo se puede hablar tras la vuelta a la legalidad”, espetaban el PSOE, el PP y Ciudadanos como si hubiera algún ignoto espacio intermedio entre estar en ella y abandonarla. Pidiendo a la mafia que tuviera a bien aplicar la extorsión de una forma mucho más errática.
¿Acaso los que siguen empeñados en transformar a facciosos y supremacistas en “adversarios políticos” y a la violencia institucional amable y protocolizada en “ideas tolerables en democracia” tratarían de convencer a un violador de mujeres de que el sexo con amor es mucho más placentero o exigirían su inmediato y justo ingreso en la cárcel?
“¡Y si ilegalizas los partidos políticos secesionistas qué haces con esos 2 millones de personas ilusionados sin opción política?” ha sido la frase más repetida en las mesas políticas durante el último mes. Como si todas los sueños, veleidades o necesidades libidinosas tuvieran que ser convertidas en derechos garantizados. ¿De contar con los apoyos suficientes pagarían a un grupo que proclamara la supremacía aria con dinero público? Si no es así, ¿por qué el separatismo y la división de la raza en Cataluña entra bajo el paraguas del consenso político?
La matización del delito por su sofisticación y en base al porcentaje de apoyo recibido vista durante estos días es un engaño disfrazado de falsa cortesía, y ésta se ha paseado durante estos días en las pancartas y entre las banderas de España. Los que llaman rival político a los enemigos de España y de la igualdad de derechos de los españoles aceptando la aplicación del derecho de forma alternativa a los culpables de la más ofensiva contra las libertades más grave de los últimos 40 años son un peligro. Los analistas y diputados conocedores de que no hay más soberanía que la perteneciente a todo el pueblo español llamando soberanistas a los montaraces son un peligro muy real por más que éste tenga cara de político melifluo
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