Ni un solo voto para el farsante
Y no, la referencia no está dirigida sólo al voto directo a su persona o a su partido; no, se enfoca igual hacia los electores que todavía no han reflexionado sobre una triple realidad. Primero, lo importante es expulsar a Sánchez, cuestión absolutamente prioritaria por higiene nacional; segundo, acudir a votar pese a la martingala miserable, urdida por el farsante, para que los ciudadanos no se movilicen abrasados por calor africano que soportamos; y tercero, votar con la mirada puesta en el objetivo inicial de terminar en unas horas con esta pesadilla brutal que nos viene asolando desde que, con todas las mentiras en su mochila, consiguió en 2017 que lo peor de cada casa, terroristas incluidos, apoyaran su moción de censura. En síntesis y crudamente: votar lo que más daño le haga al farsante. Que cada uno se lo piense.
Vayamos al grano: es cierto que tras los dos enormes fiascos cosechados en los celebrados debates, parece que ya existe un aumento en la transferencia de voto desde el PSOE al propio Partido Popular. Si las noticias son ciertas en este sentido, este cambio se ha elevado en tres puntos, desde el 9 al 12%, en las últimas fechas, como es también perceptible que algunos sondeos manejan para el PP un cómputo de casi 160 escaños. Pero también es cierto que la cautela con que la dirección popular maneja este dato ha subido también muchos enteros. ¿Por qué? Pues porque la semana pasada Feijóo tuvo que intervenir decididamente para que nadie se fuera castizamente de la lengua y se lanzara a realizar profecías muy optimistas.
Cuca Gamarra y Borja Sémper hicieron correr esta especie y es seguro que a su presidente no le gustó nada la iniciativa. Dicho esto y, por tanto, la pregunta procedente es ésta: ¿Dónde nos encontramos en realidad?
Pues en las de siempre: El PP insiste en que el partido se juega en 18 campos diferentes, otras tantas provincias que albergan tres, cuatro o cinco diputados que pueden resultar definitivos a la hora de componer una mayoría parlamentaria que le permita gobernar. Hay distritos probables y otros deseables, entre los primeros, Valladolid, y, entre los segundos, dos plazas, que hace dos meses se antojaban inaccesibles, ejemplo característico, Guipúzcoa y hasta Gerona. Ningún demóscopo duda en todo caso que si Feijóo no tuviera nadie a su derecha estaría acariciando la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados.
Pero así es, si así os parece, que dejó escrito Pirandello, y el reto consiste ahora mismo en adivinar qué porcentaje puede extraer Abascal de la bolsa de votos de Feijóo. Nadie -lo hemos dicho- se atreve a formular un pronóstico como éste, aunque parece que existe una pista cierta; a saber, que en el segundo de los debates televisados, Abascal debería haber horadado más eficazmente las penurias o las taras del PP para lograr lo que en este momento se antoja difícil: emular los resultados de hace cuatro años y sentar de nuevo a cincuenta y dos diputados en el Parlamento.
La papeleta de Abascal es realmente difícil: ni puede comparecer como gregario de Feijóo al estilo, ¡fíjense!, de lo que hizo el miércoles Sánchez con Yoli, su planchadora de cabecera, ni tampoco cebarse en «lo mucho que nos separa» (frase textual de un estrecho colaborador del jefe derechista) y dar pábulo a que Feijóo vuelva a repetir que prefiere a Page que al propio Abascal. A este respecto, una duda: ¿por qué Abascal no presentó la foto de la narcocomunista venezolana Delcy Rodríguez besándose amorosamente con Sánchez, cuando Yolanda Díaz y su patrón extrajeron de nuevo del baúl de los recuerdos caducados, el retrato bipolar de Feijóo y el traficante Marcial Dorado? Pregunta que únicamente puede responder el aludido.
Pero volvamos al caso, que rimaría el proscrito por la incuria cultural sanchista, José María Pemán. ¿Hace falta repetir de qué se trata aquí? Este cronista tiene mucha bibliografía acusando a la derecha española de comportarse no como tal, sino directamente (perdón por el vocablo arrabalero) como la derechorra. Ancestralmente, se conduce como un grupo universal que prefiere propinar un patadón al tafanario del próximo a soltarle un zurriagazo al careto del rival. Aquí, España, el viejo adagio de que «se j..a el sargento que no como rancho» se practica con cierta asiduidad.
Por eso, llegado este momento hay que plantear el siguiente aserto: para la derecha del país, aquí y ahora, lo más trascendente es derrotar la farsante. Nos jugamos individualmente mucho, pero más se juega España. Aquí no hay mandangas: el fin es levantar al farsante de la poltrona que ha hollado en los cinco últimos cinco años. Lo demás es accesorio: los prójimos, o sea, los próximos, deben ocupar el lugar al que les lleve el dictamen de las urnas, pero antes y ante la evidencia de que éstas se abren ya mismo, el análisis no es muy sofisticado, lo entiende todo el personal que no está paniaguado por el farsante, el mentiroso más patógeno que se pueda recordar: estamos en situación de alerta roja, en un momento en que el país se enfrenta ante un ataque abyecto a su propio ser acuciado por terroristas, separatistas y otras hierbas malolientes, por eso en una emergencia la salida no es otra que intentar salvarse. Eso es lo que se nos pide, desde el respeto a nuestra Historia más sublime, este domingo que ya se nos ha echado encima. Ni un solo voto para el farsante: ni directo, ni indirecto.
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