Míster política cosmética
El brillo del Gobierno del Partido Socialista se quedó en la foto del principio. Pedro Sánchez confeccionó un elenco de ministros que acaparó la atención de las cámaras, pero que tiempo después se ha quedado en un escaparate sin fondo. Con la crisis migratoria propiciada por la mala gestión de los socialistas, el Valle de los Caídos convertido en epicentro de una gran cortina de humo comunicativa y con una severa subida de impuestos a la vuelta de la esquina, la propaganda y la política cosmética sigue siendo el rasgo más distintivo del actual Ejecutivo, tanto que Sánchez ha gastado 42.000 euros en atrezo presidencial para el próximo año.
Si bien la partida quizá no sea muy elevada desde el punto de vista cuantitativo, sí perfila la realidad de un Gobierno extremadamente débil para hacer política por y para los españoles —84 diputados y el apoyo de los radicales vascos y catalanes resulta insostenible— pero que sin embargo trata de agarrarse al poder a base de anécdotas. Anécdotas que, por otra parte, van con cargo al bolsillo de todos los españoles. Así las cosas, es ya habitual que en las ruedas de prensa de Pedro Sánchez aparezcan fotos en una pantalla con los últimos eventos gubernamentales.
Una forma de cultivar el autobombo que, ante la laxitud del discurso político e ideológico del presidente, —salvo cuando hace concesiones a independentistas vascos y catalanes—, parece destinada a desviar la atención de quien observa, como si la alocución presidencial fuera lo de menos cuando, en realidad, ha de ser lo de más. Sánchez pretende cuidar la escenografía de sus comparecencias hasta el punto de incluir el uso de la moqueta para “facilitar la ornamentación adecuada a la relevancia de las intervenciones”. Todo esto se complementa, además, con un aumento en el coste salarial de sus ministros del 30% y del 25% en el caso de sus asesores. Mientras los españoles se preguntan qué pasa con Cataluña, con la inmigración o con el acercamiento de los presos de ETA al País Vasco, Sánchez y sus asesores parecen abducidos por una suerte de mundo feliz como el que perfiló Aldous Huxley.
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