La mesa de las hostias

La mesa de las hostias

Suerte hubo que los representantes de Junts no fueron a la ‘mesa de diálogo’, porque había muchas posibilidades de que los guantazos que las diversas facciones separatistas se atizaron durante toda la jornada de la Diada se hubieran trasladado a la reunión entre el Gobierno de España y el Gobierno autonómico catalán. Sin duda alguna, en la ‘mesa de las hostias’ hubieran ganado los de Esquerra, porque Sánchez se hubiera apuntado a la fiesta para amarrar los votos de los de Rufián en el Congreso. Y otra cosa no, pero el líder del PSOE tiene hechuras para repartir mandobles y hubiera compensado la poca estatura de ‘chiquilín’ Aragonès, que se hubiera tenido que limitar a morder los tobillos de sus adversarios puigdemontistas.

Lo que no habría podido hacer el ‘president’ es atizar a los de Junts con el mástil de la bandera de España, porque un probo funcionario de la Generalitat lo retiró para que no le diera una reacción alérgica a Aragonès ante la exposición a los colores rojo y gualda. Es una lástima que la ‘mesa de las hostias’ no se hubiera abierto a personas que no formaran parte de los dos gobiernos. Hubiera sido todo un espectáculo ver a las dos delegaciones separatistas sacándose los ojos, con el refuerzo para Junts de una muy motivada Pilar Rahola. Después de que a esta última la hayan despedido de RAC1 y La Vanguardia por la presión de Oriol Junqueras, seguro que lo habría dado todo. No habría quedado ileso ni un solo representante de ERC.

Desde la Diada hasta la celebración del aquelarre Sánchez-Aragonès se ha evidenciado que el separatismo no es que esté roto, es que está en plena guerra civil. Al presidente de la Generalitat no le valió hacerse el hombrecito, tras romperse las negociaciones para la ampliación del aeropuerto barcelonés de El Prat, descalificando al Gobierno de España. En la manifestación de la ANC del 11-S tanto él como Junqueras tuvieron que llevar una guardia de corps formada por una auténtica legión de Mossos d’Esquadra para evitar que los puigdemontistas y ‘cuperos’ los lincharan al grito de “traidores”. Los años de prisión a base de langostinos y jamón de Junqueras no le han servido para evitar ser un ‘botifler’ más, como Miquel Iceta, Inés Arrimadas, Alejandro Fernández o Ignacio Garriga. Para eso hubiera sido mejor no haber abandonado la alcaldía de Sant Vicenç dels Horts.

A Sánchez le va perfecto que el separatismo esté roto. Esquerra, para diferenciarse de Junts y la CUP, está jugando la carta de convertirse en la versión 2.0 del pujolismo, y para eso necesita negociar con el Gobierno de España y conseguir competencias reales y triunfos simbólicos. Y ante la fractura dentro del independentismo el líder del PSOE puede conseguir el apoyo parlamentario que necesita en el Congreso por un precio menor que el que tendría que pagar con un frente secesionista unido. Y puede, de vez en cuando, chulear a sus socios. Y ya se sabe que a Sánchez le va mucho lo de marcar paquete.

De lo que se trata a medio plazo es de contentar a los separatistas de Junqueras con la “nación de naciones” de Iceta, una especie de confederación que convertiría a Cataluña en un virreinato con justicia propia y prácticamente todas las competencias y que blindaría las alianzas socialistas en el País Vasco, Navarra, Baleares y Valencia. Atentos: la siguiente victoria simbólica que el PSOE le dará al independentismo catalán será la expulsión de la Guardia Civil de la vigilancia de las costas. Echar a agentes de la Benemérita siempre es muy del gusto del independentismo. A continuación, irán cayendo las autopistas, los trenes de cercanías, la titularidad de los puertos – sobre todo el de Barcelona – y los aeropuertos. Vamos, el control total del territorio mediante el control de las grandes infraestructuras.

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