Opinión

¿Memoria histórica o histórico revanchismo?

Como si en la España del siglo XXI no tuviéramos problemas, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, presentó el pasado lunes la propuesta de reforma de la ley de Memoria Histórica aprobada en 2007 por Zapatero.

“Memoria histórica” son dos conceptos contradictorios. La forma en la que se escribe la historia es plenamente objetiva y desprovista de acepciones personales. La historia y su análisis no admiten seleccionar hechos a nuestro gusto a modo de “copia y pega” para componer una realidad que no fue tal. La historia es la ciencia que estudia, de manera objetiva, los acontecimientos que conforman nuestro pasado. Por el contrario, no hay nada más caprichoso ni más azaroso que la memoria. El ser humano selecciona una serie de datos ciertos y los hilvana mediante personales interpretaciones, subjetivas, de dolor o alegría, de fallos y aciertos, de vivencias… El individuo trata de sobrevivir ante un infortunio de hechos o un ramillete de aciertos. Memoria e historia no pueden ir ligadas. No pueden ir de la mano, pues si la historia debe responder al bien común y al interés general, la memoria es personal e introspectivamente manipulable.

No estamos ante una ley justa que pretenda resarcir nada. Está basada en el rencor y el resentimiento. Determina una ayuda económica a represaliados, olvidando a quiénes por disfrutar de una determinada posición, perdieron sus tierras y haciendas durante la II República. Exhibe las fosas comunes del franquismo mientras esconde la más cruel sita en Paracuellos del Jarama, cuando su ejecutor vivió en una privilegiada vejez carente de memoria, por supuesto de historia y sobre todo de dignidad personal. Se obliga a retirar símbolos franquistas de cualquier lugar público visible, mientras se permite la pervivencia de signos de cariz contrario encumbrando y agasajando la más abyecta ideología de todos los tiempos. Argumentan mediante mezquinas mentiras que España es el único país del mundo donde existen monumentos que ensalzan la dictadura, cuando en Italia permanecen incólumes más de 30 monumentos del fascismo, al igual que numerosos monumentos del III Reich en Alemania, así como en Portugal, Dinamarca o en la Noruega de Vidkung Quisling. Segregan resentimiento proponiendo la retirada de los honores a quienes les fueran dados por el franquismo, sin pararse a pensar que los padres de muchos de ellos fueron unos convencidos y activos colaboradores con el régimen.

Quienes aprobaron y pretenden ampliar semejante afrenta representan la misma ideología de aquellos que en los años treinta dieron numerosos golpes de Estado y protagonizaron constantes pucherazos electorales. Estúdiense los diarios de Alcalá Zamora, a la sazón presidente de la República, que expresamente afirmó que “el país va al caos absoluto y sin duda a la Guerra Civil”. Qué absurdo. Hoy son instructores en clases de democracia y de libertad mientras acomodan a su gusto el relato de unos hechos trágicos con el objetivo de una presunta reeducación. Nadie puede negar el derecho a la reparación moral y a la recuperación de la memoria personal y familiar de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y el franquismo, pero, ¿solo hasta entonces?, ¿Qué pasa con quienes lo necesitan de igual forma por sufrir la persecución y violencia por parte del otro bando? Se trata de una ley para ganar una guerra empezada antes de 1936 por muchos, perdida por sus incapacidades ideológicas y morales y fruto del encono y la animadversión.

Sánchez nunca fue fuerte. Siempre se ha movido entre la flaqueza, la inestabilidad y lo movedizo. Pero mala estrategia es evitar lo anterior azuzando el rencor y el resentimiento.

Como dijo Madame Swetchine, noble e intelectual rusa: “La fuerza que sacamos del rencor y de la irritación es solo debilidad”.