Marco Pérez: ¡¡¡Pureza!!!

Marco Pérez, Paula Ciordia
Paula Ciordia

En medio de un mundo ruidoso y absurdo, donde a uno se le quitan las ganas de casi todo, aparece de repente la pureza de un joven, y el mundo se para, se agita, brinca, sueña. Marco Pérez llevaba esperando el momento de su alternativa toda su vida, pero los aficionados que lo hemos visto crecer también.

Todos se rompen la cabeza tratando de encontrar la incógnita de cómo lograr ser figura del toreo. Que si corazón, que si pies, que si arte, que si ciencia. Qué hacer, qué ofrecer, qué ser… Pero hay algo que lo resume mejor que nada: pureza.

En el momento que un torero logra que uno esté dispuesto a empeñar el colchón para verle torear, ese torero ha trascendido el umbral de lo mundano. Pasa muy pocas veces en la historia y, por eso, los que lo logran, se vuelven toreros de época.

Si la magia del toreo –que los antiguos llamaron duende- emerge, todo se vuelve un torrente imparable. Dame un torero puro, y las plazas y las conversiones vendrán solas. Las monumentales recobrarán su sentido y hasta México, que un día se rindió a Manolete y le construyó la plaza más grande jamás vista, no permitirá atropellos de politicastros.

Marco Pérez tiene los mimbres para desatar esa locura de lo trascendente, porque es puro. Tiene la capacidad de hacer creer al incrédulo, de convertir su toreo en imprescindible y que el público necesite verlo para recuperar la fe en este mundo corrompido y corrupto. Posee la precisión de un compás circunferencial, está dotado de una muñeca sideral y bendecido con esa inocencia ausente de miedo.

¡Bendito sea Dios!, ha nacido un matador de toros vestido de blanco y oro que dibuja unos pases en redondo inéditos, perfectos, eternos. Su madre lo ha alumbrado valiente con un puñado de estampas –entre vírgenes, santos y cristos– y un Rosario en la mano desde la cavea del anfiteatro limeño, después de parirlo hace 17 años en Salamanca.

Su trayectoria la hemos seguido la mayoría de los aficionados a golpe de click. A todos, hace mucho tiempo, nos llegó un video de un chaval toreando como los ángeles. «Este tiene madera», dijimos en cascada conforme lo descubríamos. Lo hubiéramos apoderado cualquiera de nosotros.

De ahí que nos ha emocionado verlo conseguir su sueño y nos ha hecho partícipes de un evento que puede marcar un antes y un después en la historia de la tauromaquia. Estamos expectantes y con el colchón acuestas.

Su alternativa ha sido privilegiada: el padrino, Morante de La Puebla –quien volvió a demostrar por qué él es el maestro de nuestra época–. El lugar idílico: Nimes, paraje arqueológico, que se ha convertido en el templo por excelencia para salir ungido con el óleo crismal en la arenas más antigua del mundo.

Y lo hizo el día del aniversario en que se inauguró la primera monumental de la historia, la de San Bernardo en Sevilla cuyo ideólogo e impulsor fue Joselito El Gallo y que coincidió con el cumpleaños de Ignacio Sánchez Mejías. No me parece casualidad que coincida con esta efemérides.

Pues como ya dijo con el citado Manolete, Marco Pérez puede devolver la ilusión taurina. Tiene decisión, confianza, fe, inocencia, sapiencia y humildad. Es muy joven, y la juventud es la única que puede generar de nuevo sana rivalidad entre los ya veteranos.

Estoy emocionada y creo que lo estamos todos. Esta semana ha sido muy importante para este rito milenario, no todos los días nace un matador de toros que además llora en la pureza, por sentirse dichoso de ser tocado por la gracia. Porque, sí, maestro, los toreros también lloran. ¡Bendito sea Dios!

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