Opinión

Manda huevos: Iceta quiere indultar a los golpistas

Físicamente, Manuel Azaña murió en el exilio francés de Montauban, pero políticamente lo hizo víctima de sus propios errores. El mayor de ellos fue haber dejado que los matones del Frente Popular campasen a sus anchas, empezando por los escoltas de Indalecio Prieto que asesinaron a José Calvo-Sotelo y terminando por las hordas comunistas dedicadas en cuerpo y alma a quemar conventos, asesinar y castrar curas y violar monjas. Cuando te alías con el diablo corres el riesgo, que estadísticamente suele ser muy alto, de acabar incinerado en la pira del infierno. En el tercer y penúltimo año de la Guerra Civil, con la primera democracia española en estado catatónico, el brillante presidente de la República pronunció su celebérrimo discurso, miles de palabras simbolizadas y compendiadas por tres que han quedado para la historia: “Paz, piedad y perdón”.

Una alocución que tenía sentido porque el alcalaíno se hallaba en medio de dos extremos: el fascismo y el comunismo. Dos pensamientos que acostumbran a imponerse no por medio de la normalmente infalible seducción sino más bien a través de la joseantoniana dialéctica de los puños y las pistolas. Sus palabras tenían tanto sentido como poco efecto práctico. Era una paloma en medio de buitres rabiosos y hambrientos de carroña, a cual más malo. Una invitación a la convivencia cuando la convivencia era ya un imposible físico y metafísico.

Miquel Iceta no llega a la altura del betún a Manuel Azaña. Y eso que el vasco de Barcelona es uno de los prohombres más talentosos del por otra parte no muy sobresaliente panorama nacional. Ya se sabe: en política cualquier tiempo pasado fue mejor. Los de la Segunda República y los de la Transición, cualesquiera que fuera su inclinación ideológica, son Cristiano Ronaldo o Leo Messi al lado de los que pueblan nuestros parlamentos de norte a sur y de este a oeste y no digamos ya nuestros ayuntamientos, en los que actualmente hay desde etarras hasta antisemitas furibundos, pasando por indocumentados que no han tenido un trabajo remunerado en su puñetera vida o licenciadas en primero de Filosofía como es el caso de la muy separatista alcaldesa de Barcelona.

Iceta se ha especializado en el arte de deleitarnos con una de cal y otra de arena. Los días pares se presenta como un constitucionalista convencido y los impares como un melifluo relativista que entiende y comprende a los golpistas. Por la mañana se erige en un ferviente defensor de la unidad de España y cuando cae la tarde apuesta como salida por ese derecho a decidir que es una chorrada intelectual que ni está ni se le espera en el Derecho comparado. Sus ocurrencias también dependen de la climatología de la jornada: si hace sol en Barcelona reclama que los catalanes rompan esa solidaridad interterritorial que ha hecho de España un país más justo y menos desigual. Si llueve o truena se acuerda de Susana Díaz y proclama la necesidad de que las regiones más ricas contribuyan al sostenimiento de las más pobres, en fin, lo propio en cualquier socialdemócrata que se precie.

La última charlotada del genialoide mandamás del PSC no ha sido ponerse a bailar con un ritmo travoltiano que ya nos gustaría al resto de los mortales. No ha tenido tanta gracia. Es más, no tiene ninguna gracia. Yo iría más allá y apostillaría que es sencillamente lamentable. El secretario general del Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC) fue taxativo en una entrevista en el diario pijoindependentista Ara. Está grabado y, en consecuencia, no podrá argumentar ese tan manido como cobarde “me manipularon”. “Algún día habrá un juicio, una sentencia y veremos si hay condenas”,  apuntó proyectando su mente al verano de 2018, “será el momento de ver la forma de que [sic] las personas no se vean penalizadas y, por tanto, en algún momento habrá que hablar de indultos”.

La cuestión no es baladí. Éste no dispara al tuntún. Es consciente, entre otras razones, porque así lo ha avanzado una vez más OKDIARIO, de que la instrucción estará resuelta en marzo y probablemente haya sentencia de la Sala Segunda del Supremo en plena canícula. Lo cual indica que los apóstoles del apaño se han puesto las pilas para que no les pille el toro. Para que los émulos de Tejero no pasen una noche de más entre rejas. Para que Mariano Rajoy y Rafael Catalá se vayan haciendo a la idea de que hay que bajarse los pantalones ante los delincuentes, que eso lo quiero ver yo, porque ni el uno ni el otro están por la labor. Lo que no cuenta el dueño del copyright de semejante barbaridad es que su cada vez menos oculto plan pasa por pactar con ERC y los podemitas para gobernar Cataluña. Mejor dicho, su plan, no, el del baranda de la empresa acusada por el FBI de pagar sobornos a la FIFA (la Mediapro de Roures). El que astilla, manda. Y los demás, a obedecer como mansas ovejitas. Y, como quiera que la prerrogativa de indultar quinquis es de La Moncloa, no les quedará otra que cruzar los dedos para que la moción de censura que preparan a la vuelta de Navidad salga bien. Do ut des: tú me das el Gobierno de España, yo te pongo de patitas en la calle sin antecedentes penales.

Imagino que los hombres y mujeres que moran el maco nacional estarán ya exigiendo que les hagan un Iceta. Ladrones, estafadores, asesinos y demás ralea penintenciaria de mal vivir pensarán y no les faltará razón: “Si indultan a unos tíos condenados o que les pueden condenar a 30 años, ¿por qué no a mí que me han caído 10?”. Además de una barbaridad jurídica de tomo y lomo en unos tiempos en los que la ciudadania exige el fin de los indultos gubernamentales, es un sideral agravio comparativo. La vuelta a unos repugnantes privilegios feudales de una clase política más denostada que nunca antes en 40 años de democracia.

Por no hablar del feo espantoso y de la peineta que se ejecutaría a unos jueces y fiscales que son los auténticos héroes de un proceso golpista en el que los partidos se han hecho los suecos y en el que el Gobierno empezó extraordinariamente bien pero ahora silba como quien no quiere la cosa porque sospecha sin argumentos empíricos que la trena da votos a los independentistas. Tanto los magistrados de la Sala Segunda del Supremo, el generalato de la carrera, como la extraordinaria Carmen Lamela en la Audiencia Nacional han puesto firmes al legislativo y al ejecutivo demostrando que Montesquieu está más vivo que nunca por mucho que le moleste al ahora salvapatrias Alfonso Guerra. Los historiadores tienen claro que quienes salvaron a España de concluir abruptamente medio milenio de vida en común fueron un Rajoy que se atrevió a aplicar un 155 que nadie antes osó siquiera imaginar y un poder judicial que hará cosa de dos meses lanzó un contundente aviso a navegantes: «No estamos subordinados al poder político». Pues eso. Lo normal y lo habitual en democracias de calidad, modernas, sólidas y que funcionan.

La penúltima frivolité del muy frívolo Iceta es reescribir la historia anulando la validez jurídica del juicio sumarísimo a un Lluís Companys que llevó a cabo la igualmente repugnante dictadura franquista. Tan cierto es que estos últimos fueron unos asesinos como que el president de la Generalitat no era precisamente María Goretti ni San Francisco de Asís sino el Satanás que ordenó ejecutar a 8.000 conciudadanos que no pensaban como él. En lugar de ocupar su preciado tiempo en estas ahorradas demagógicas que no conducen a nada, debería preocuparse por los 51 ayuntamientos gobernados por socialistas que aún permanecen afiliados a la Asamblea de Municipios por la Independencia. Por ejemplo. Y, mientras tanto, recordarle que la paz y la piedad es cosa nuestra pero el perdón es un apartado reservado única y exclusivamente a Dios. Moncloa está para cuestiones más terrenales. Amén.