De ‘Malinche’ al juez Peinado
Entiendo bien el coraje no contenido de Nacho Cano, más allá de cómo termine por sustanciarse judicialmente la denuncia por una becaria expulsada de su academia, donde una sobreactuación policial contra él y sus becarios ha puesto blanco sobre negro el tema de las «denuncias». Dicen los becarios que la policía intentaba vincular al jefe con las subordinadas mediante «agresiones sexuales» y acoso de este tipo.
Hace algunos meses en este mismo papel digital advertía el columnista acerca de que el sanchismo, conglomerado variopinto ideológicamente argamasado exclusivamente por el amplio ejercicio de poder gubernamental, utilizaría cualquier método para liquidar a los adversarios políticos directos y también a los indirectos, léase jueces no obedientes, empresarios protestones y muy especialmente periodistas críticos, entre los que orgullosamente me cuento.
Así está siendo a pasos agigantados. El caso del artista Cano es, lo vista como quieran, un adversario a batir porque no es comunista, ni del PSOE y dice lo que piensa sobre la izquierda amenazante. Todo sirve para la cocina del gran fraile.
Lleva el leviatán seis años conduciéndose a su antojo, utilizando la Constitución a su libre interpretación y perpetrando estragos democráticos incompatibles con un régimen de libertades que manda en el mundo libre. Ha colocado a sus peones de confianza (por precio, naturalmente, que pagan los contribuyentes) en medios de comunicación, a sus edecanes en el Tribunal Constitucional y en todas las instituciones del Estado como si fueran su predio familiar y particular. Esta es la verdad. Y la verdad es siempre la verdad.
Los ataques absurdos y liberticidas por bobos al juez Peinado no muestran otra cosa que los que van a su yugular no han entendido nada acerca de cómo funciona un Estado de derecho. El Gobierno no es dueño de todo, ni tiene patente de corso. Han querido intimidarle, acojonarle, asustarle, pero ahí tienen a un servidor público con un par, consciente del rol que representa contra la corrupción, a favor de las libertades y de la democracia. En el Tribunal Supremo tiene, en cualquier caso, magníficos maestros como Marchena y Llarena, por no citar a más de dos docenas de magistrados asignados a esa instancia judicial.
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