Opinión

Una lucha ¿epidemiológica?

En el día de ayer la corte residente en la Moncloa peregrinó con todo su equipo (Secretario de Estado de comunicación incluido) hasta la puerta del Sol. En la rueda de prensa posterior, el Presidente lanzó un nuevo lema con el que reclamó unidad: “esto no es una lucha ideológica, es una lucha epidemiológica”. Más allá de las dotes del Presidente y su equipo de propaganda para la rima, la frase me hizo pensar, porque realmente transmite una idea interesante:

En efecto, la principal guerra ante la cual estamos es epidemiológica, y los tiempos reclaman la unidad que han demostrado por ejemplo los partidos representados en el Ayuntamiento de Madrid o la Diputación General de Aragón. La lucha no debería ser de táctica política, aprovechando la epidemia para avances por parte de ninguno de los bandos en liza. Esto naturalmente desacredita a Podemos y el PCE, que han aprovechado o intentado aprovechar la pandemia para desarrollar su programa. Pero, en el contexto en que la pronunció el Presidente, parecía que se estaba refiriendo a la necesidad de que la lícita disputa política entre izquierdas y derechas quedase aparcada para esta ocasión. Sin embargo, se le escapan al Presidente dos detalles de gran importancia: en España apenas existe la lucha ideológica, y el gran campeón del uso indebido de las desgracias es su partido.

Y es que la lucha política en España podrá ser una disputa de tácticas, pero ideológica, lo que se dice ideológica, poco. Y poco porque, desde los tiempos de Felipe González, la apisonadora mediática y propagandística de las izquierdas ha sido de tal magnitud que, unida a los complejos post-dictatoriales de la derecha, han hecho que aquí apenas haya disputa ideológica. En España llevamos años viviendo en el llamado por unos “consenso socialdemócrata”, y por otros “el consenso progre”. Dicho “consenso” se ha impuesto a base de acorralar en los complejos a las derechas, pretendiendo deslegitimarlas de mala manera. Y de ahí nace que alguna vez la derecha haya caído en la tentación de usar políticamente las epidemias, el terrorismo o incluso las crisis económicas para abrirse paso. Es el precio de no haber permitido algo perfectamente normal en las democracias: que se defiendan con normalidad las posiciones conservadoras.

Paradójicamente, pese a ese predomino ideológico casi absoluto, el PSOE ha sido el mayor agitador de desgracias para beneficio político propio. Sin necesidad de llegar a sus antiguas hazañas golpistas, que dejo en manos de la “memoria democrática”, nadie puede olvidar la virulencia de la oposición contra la UCD, el no a la guerra, el uso de la indignación con los inevitables recortes (salvo los impuestos por Zapatero o gobiernos de izquierdas), ni el espectáculo dantesco organizado para aprovechar electoralmente los atentados del 11M en 2004. Un estilo rastrero que pervive hoy en la campaña mediática contra el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Campaña en la que el PSOE incita a la participación en las manifestaciones convocadas al efecto, lo cual, además de contradecir a su Presidente, es una enorme irresponsabilidad (fiel al espíritu del 8M, eso sí).

En suma, las palabras del Presidente son muy biensonantes. Pero sus actos, los de su partido y los de sus socios convierten sus palabras en un lamentable ejercicio de hipocresía que privan a quien las dice de la legitimidad moral necesaria para pedir cese alguno de una lucha ideológica que, por otra parte, apenas existe en España.