Los líderes europeos caen la trampa de Trump
Se ha vuelto común hasta el cliché recordar en los análisis sobre las acciones de Donald Trump que es un hombre de negocios metido en política, pero se olvida otra faceta de su carrera que me parece fundamental: la de animal mediático. Se suele pasar por alto que, justo antes de su entrada en el panorama político nacional (como un toro en una cacharrería) fue el conductor y presentador de un reality de gran éxito, El Aprendiz.
Trump da una enorme importancia a la puesta en escena, a lo visual, a lo plástico. Es más sabio desestimar sus declaraciones que sus escenificaciones. Por eso lo más interesante de la cumbre de Alaska fue la foto, igual que lo más significativo del corolario europeo fue esa imagen que se ha hecho justamente viral de los líderes comunitarios esperando en fila a que les convocase el jefe como malos estudiantes a los que se ha llamado al despacho del director.
Con sus declaraciones previas, Trump ha jugado al despiste. Primero tiene palabras duras contra Putin, amenazándole con parar la guerra en un plazo de cincuenta días, reducido en seguida caprichosamente a diez, bajo la amenaza de terribles consecuencias. Y a continuación anuncia una precipitada cumbre en Alaska con ese terrible tirano.
El komentariat geopolítico europeo, ese que no puede escapar de la única referencia histórica que conoce, la Europa de Entreguerras, como si, por parafrasear a Gardel, ochenta años no fuera nada, se agarra a la literalidad documental para concluir que de Alaska no salió nada. Y lo que pasa es que estos analistas no han entendido nada, que es cosa distinta.
Alaska no necesitaba un resultado; Alaska ERA el resultado. No se llegó a un acuerdo de alto el fuego y menos aún una paz porque era imposible. Pero ya se escenificó la idea de que el alto el fuego ni siquiera es necesario, como expresó el propio Trump en su reunión con los líderes europeos. Pero me estoy adelantando.
Es lo que los militares rusos llaman “maskirovka”, una iniciativa táctica que tiene por objetivo único engañar al enemigo. Pero, esta vez, protagonizado por Trump.
Trump miente, miente como un descosido, pero hay una corriente de sinceridad bajo sus ocasionales declaraciones más o menos disparatadas. Podría decirse que miente a corto, pero que su estrategia a largo está anunciada con claridad. Y en este casi la actitud de Trump desde el principio, desde antes de llegar a la Casa Blanca, se ha mantenido inalterable bajo sus frecuentes disfraces: sacar a Estados Unidos del ruinoso avispero ucraniano para centrarse en su contencioso con China.
El problema es que el presidente de Estados Unidos -este o cualquier otro- no es un autócrata que pueda decidir en solitario. En el último medio siglo Estados Unidos ha seguido una misma política exterior con independencia de quién fuera presidente, más marcada por grupos de interés, las agencias de Inteligencia y el Pentágono que por los poderes formales.
Por eso Trump, pese a lo que pueda parecer asistiendo a sus prontos, debe moverse midiendo mucho lo que dice o hace. Dos “impeachments”, incontables juicios políticos y dos intentos de asesinato le han enseñado a recurrir a la puesta en escena más que a declaraciones precisas.
Y eso nos lleva a la segunda foto del momento, la de los líderes europeos, que cayeron en la trampa. Comprensiblemente alarmados por la cumbre, les faltó tiempo para presentarse en la Casa Blanca para implorar a Trump que no acabase con la guerra. Y Trump aprovechó la ocasión para recordarles su condición de vasallos, en una de esas sesiones de humillación ritual que tanto le gustan.
Corrigió a Merz cuando el alemán habló de la necesidad de un alto el fuego, recordando que las últimas paces muñidas por el norteamericano no habían necesitado ese paso previo; cortó en seco a Von der Leyen cuando ésta hizo referencia a los niños del Donbas retenidos en Rusia, espetándole que estaban ahí para hablar de otra cosa.
La paz está más o menos cerca, pero Trump ya ha instalado en la mente de los occidentales varios puntos esenciales: habrá cambios territoriales, no se exigirá un alto el fuego, Ucrania no entrará en la OTAN y los europeos podrán continuar la guerra todo lo que quieran, pero con su dinero y sin la asistencia de Estados Unidos.
No es la paz, ni siquiera el comienzo de la paz, pero sí el fin de las ilusiones europeas.
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