Opinión

La ley Celaá: hacia el final de los conciertos

Circula estos días por las redes una petición de firmas (promovida por la plataforma masplurales.es) para parar la ley Celaa, pues la misma pretende reducir considerablemente las plazas en los colegios concertados. Creo que el asunto merece tres anotaciones: uno sobre el socialismo y los conciertos, otro sobre el miedo a perderlos, y otro sobre la estrategia de los defensores de la libertad de elección de escuela.

En cuanto a lo primero, el líder comunista italiano Antonio Gramsci defendía que, para conseguir la hegemonía cultural de las izquierdas, había que neutralizar la corriente cultural cuando esta no era favorable, e imponerse cuando lo era. A la llegada del socialismo al poder en 1982, el peso de la escuela privada en España era muy grande, y gozaba de un generoso régimen de cheque escolar (el Estado daba a los privados, por alumno, lo que cuesta una plaza en la educación estatal). Los conciertos se hicieron para neutralizar esa escuela: se trató de una nacionalización encubierta, pues junto a la aportación económica se añadieron numerosas exigencias para desnaturalizar los idearios de los centros. Pasados los años, el predominio cultural de la izquierda y la abundancia de medios del Estado, son tales que ya puede pasar a la imposición. Y a eso (además de otras razones como atraer “mejores familias” a la educación estatal) responde la limitación de plazas en los colegios concertados que se avecina con la Ley Celaa, la cual prevé suprimir el criterio de demanda social.

En cuanto al miedo a perder los conciertos, los defensores de la escuela libre creen que sin una escuela privada asequible por la vía del concierto es casi imposible la formación de sus hijos de acuerdo a sus convicciones. Sin embargo, tal vez hemos llegado a un punto en que el apego al concierto y el miedo a perderlo condicionan en exceso a la escuela libre. En Italia, por ejemplo, no hay conciertos, y no parece que exista mayor dificultad para educar de acuerdo a las creencias de los padres. Por un lado, la privada sin concierto está más extendida (representa más del doble del porcentaje total de alumnos que en España); por otro, existe un desarrollo muy superior de la formación de jóvenes en las parroquias. Si los conciertos mueren, no necesariamente el único ganador será el Estado: la privada sin concertar (hoy azotada por la competencia dopada de los concertados) y las parroquias verían una efervescencia inédita. Y seguramente los colegios serían más libres, pues nadie puede negar que los conciertos lograron en gran medida de la neutralización del ideario de los centros que recomendara Gramsci. Como solía decir un Cardenal ya retirado «algunos Colegios no tienen de católicos más que el nombre».

En tercer lugar, creo que la estrategia de defensa de la libertad es manifiestamente mejorable. Seguir clamando por los conciertos es como jugar a la soga sin tirar hacia tu lado, solo resistiendo: es cuestión de tiempo que el otro equipo te derrote. La mejor defensa es un buen ataque. Pedir el cheque escolar, becas públicas aprovechables en colegios privados (como la beca bachillerato de la comunidad de Madrid) o la deducción fiscal de las cuotas pagadas a la privada, serían medidas mucho más efectivas y que ensancharían más el ámbito de unas escuelas de iniciativa social que, sometidas al concierto, no son todo lo libres que sería deseable. Además, se mejoraría la competitividad de los centros, con efectos beneficiosos para el conjunto del sistema.