Opinión

León XIV es el sucesor de Pedro, no del Papa Francisco

Sobre los hombros del cardenal estadounidense Robert Prevost ha recaído la inmensa responsabilidad de guiar a la Iglesia católica en una etapa de la historia de profundas transformaciones sociales y marcada por los paradigmas de un nuevo y convulso orden mundial. El Papa León XIV, considerado como un puente entre los llamados conservadores y progresistas -una definición reduccionista que habría que empezar a desterrar con carácter de urgencia- fue misionero en Perú, Prior General de la Orden de San Agustín y obispo de Chicago, una trayectoria jalonada por su disposición permanente al diálogo y su compromiso con la unidad de la Iglesia.

Sería absurdo perderse en disquisiciones de corte político a la hora de definir al nuevo Pontífice, porque este tipo de etiquetas sólo sirven para desviar la atención de lo verdaderamente importante: el valor descomunal de la Iglesia católica, baluarte moral para millones de personas en todo el mundo y faro portentoso de una sociedad que necesita de referentes éticos.

León XIV tiene ante el sí reto de erigirse en ejemplo inequívoco de rectitud y defensa de los valores que encarna la Iglesia católica, porque su vocación de entrega a los más desfavorecidos, su defensa de los valores humanos y su lucha contra las desigualdades es una exigencia irrenunciable para cualquier Papa, por mucho que desde posiciones contrarias a lo que representa el catolicismo se permitan con pasmosa ligereza marcarle el camino. Está marcado desde hace más de dos mil años y, a tenor de lo vivido en la plaza de San Pedro, con indudable éxito.

Por eso, más que nunca, es necesario no caer en la trampa de quienes no sintiéndose en absoluto concernidos con la Iglesia católica y lo que representa, se permiten la osadía de expedir certificados de idoneidad en función de criterios ideológicos. León XIV es el sucesor de Pedro, no del Papa Francisco. Dicho esto desde el más absoluto de los respetos.