Opinión

Lamentable aroma a 1936

El radicalismo fue el germen de la Guerra Civil y el radicalismo ha instalado en Cataluña un clima social y político irrespirable. La confrontación de un bando radical de izquierda conformado por comunistas, socialistas e independentistas contra los radicales de derecha que bebían de las fuentes del fascismo desembocó en el mayor desastre de nuestra historia reciente. «Una guerra de malos contra malos», como la ha definido acertadamente el hispanista Stanley G. Payne, que provocó una miseria humana y económica sin parangón. Ahora, en Cataluña, los ultras que la gobiernan tratan de hacer lo mismo. Desgraciadamente, hay elementos tan parecidos que hacen recordar el contexto de entonces. Para empezar, la actitud de los políticos independentistas.

Estos pirómanos de la política, lejos de tranquilizar a los ciudadanos y calibrar sus acciones, se dedican a perseguir su ambición particular al precio que sea. Si nociva fue la gestión de Carles Puigdemont, el títere al que maneja desde Berlín es aún peor. Quim Torra practica un nivel de xenofobia y racismo hacia los españoles que ha provocado el estupor de Europa. El nuevo president alaba la ilegalidad del golpe de Estado separatista y jalea, además, a los Comités de Defensa de la República (CDR). Esa kale borroka de nuevo cuño que trata de erradicar el constitucionalismo a base de violencia. Como si trataran de imitar a la cantera de ETA en los años más duros del País Vasco, pretenden adueñarse de las calles a base de intimidación y coacciones para así imponer el ideario independentista.

Algo que ya han demostrado con la imposición de los lazos amarillos —incluso con multas por quitarlos— así como agresiones como las de Canet de Mar o destrozos en el mobiliario urbano. Ante esta exaltación de la radicalidad extrena, los constitucionalistas han de mantener la cabeza fría y evitar cualquier respuesta por la fuerza que legitime el sempiterno victimismo de los independentistas. Debe ser la ley, a través de un 155 duro y prevalente, la que hable en nombre del Estado de Derecho. Un Estado de Derecho que, por supuesto, no puede consentir que una televisión como TV3 siga haciendo apología del golpismos y estigma de los que creen en la ley. Se trata de evitar que retrocedamos a 1936. Se trata de soslayar otra página negra para nuestra historia.