El juego del arancel
Fumata blanca para la investigación de la competencia desleal de China en el sector automovilístico eléctrico. La Comisión Europea ha anunciado la imposición de nuevos aranceles a los vehículos eléctricos chinos. Tarifas que irán del 17% al 38% en función de la marca, y que se aplicarán de manera provisional desde julio hasta noviembre, cuando Europa decida las medidas definitivas.
Antes de jugar esta partida de póker, pongamos las cartas sobre la mesa.
Primera mano: los coches eléctricos chinos reciben subvenciones en toda la cadena de valor, desde las minas hasta el producto final.
Segunda mano: Ursula von der Leyen anuncia en septiembre de 2023 una investigación por sospechas de competencia desleal china en el mercado europeo.
Tercera mano: Europa no podía seguir permitiendo la comercialización de vehículos eléctricos chinos con condiciones más suaves que el resto de actores: otros países ya aplican altas tasas, como el 100% de arancel estadounidense, el 70% indio o el 50% turco, lo que ha hecho a China mirar con ojos apetitosos al mercado europeo, con tarifas hasta ahora mucho más laxas.
Cuarta mano: finaliza la investigación antidumping y se anuncian los nuevos aranceles, con los que las marcas más afectadas verán casi cuadruplicadas sus tasas. No hablamos de una represalia, sino de un ajuste de igualdad de condiciones.
Última mano: Pekín responde, como era de esperar, con recelo, pero sin dar marcha atrás, confirmando que el incremento no interrumpirá sus planes de expansión y que cuenta con margen para lidiar con las tarifas.
Donde quizá no hay tanto margen es en la guerra comercial que amenaza con desembarcar en suelo europeo. Sin duda, Europa ha hecho lo que debía. Pero no debemos entrar en una guerra comercial que desemboque en una espiral perjudicial para las dos partes.
Y aquí el trabajo diplomático es fundamental. En los últimos días hemos visto cómo el ministro de Comercio de China y el vicepresidente ejecutivo de la Comisión, Valdis Dombrovskis, han iniciado consultas para discutir las tarifas provisionales. Aunque será una negociación dura, por descontado, ambos tienen que llegar a un acuerdo, lo más amistoso posible, que ponga punto final a las últimas rabietas chinas -la investigación sobre las exportaciones de cerdo o los motores de combustión europeos-.
La Comisión parece tenerlo claro. Pero en este coro diplomático no todas las voces van al unísono. El que fuera director para Asia-Pacífico del Servicio Europeo de Acción Exterior ha confirmado, junto a otras figuras de la diplomacia europea, un análisis cuyas líneas alertan del serio desafío que representa para la seguridad de Occidente la rivalidad con China, y sobre todo su alianza cada vez más estrecha con Rusia.
¿Cómo jugamos entonces esta partida? ¿Se puede estar a la altura del rival y no jugar sucio como él?
La respuesta está en la competitividad. Fácil de decir, pero no tan sencillo de poner en práctica, especialmente cuando Asia nos lleva años de ventaja.
Frente a la necesidad de economías de escala para reducir precios, una solución está en las joint ventures, empresas asociadas con el objetivo de compartir el know-how de la movilidad eléctrica para atraer inversión y desarrollo tecnológico respetando las reglas de la OMC y mitigando las subvenciones perjudiciales. Hungría ya lo ha hecho y el resultado ha superado con creces sus expectativas: el 44% de las inversiones chinas en el año 2023 en Europa se han realizado en mercado húngaro.
A las puertas de su presidencia rotatoria del Consejo, el primer ministro Viktor Orbán representará desde el 1 de julio las prioridades europeas del semestre. Y el contexto no podía ser más complejo, en plena conformación de los nuevos altos cargos de Europa y con una clara predisposición húngara hacia Rusia y China. Ante esta amenaza es imprescindible mostrar unidad sobre la autonomía estratégica y la competitividad de nuestra industria.
Como no se debe hablar de la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio, recordemos nuestros retos pendientes.
Esta legislatura reclama competitividad, sí, pero también flexibilidad. Tenemos que evitar la sobrerregulación. Empresas y ciudadanos necesitan tiempo para digerir todas las normativas que hemos aprobado en este mandato que acaba. Y también reclama costes asumibles. Un coche debe costar menos de 20.000 euros al consumidor europeo; pero la media de un vehículo eléctrico que pueda ser competencia de su equivalente en combustión se sitúa en torno a los 40.000 euros. Y lo que es peor: el precio final del coche europeo duplica al chino.
Un último reto, el de las infraestructuras. Es imposible hablar de electromovilidad sin una sólida red de recarga, la palanca tractora de la electrificación que en España no acaba de arrancar: somos el cuarto país europeo por la cola en infraestructuras de recarga. Nadie se compra un coche eléctrico si no lo puede cargar, es así de simple. Portugal triplica las ventas españolas de vehículos eléctricos gracias a sus incentivos directos, a la simplificación de los pagos a la hora de recargar y a la eficaz planificación de una red de recarga.
Europa es el mercado en el que todos quieren estar. Aprovechemos esa ventaja para no hablar más de la competitividad industrial como una tarea pendiente, sino como un deber bien hecho en marcha.
Susana Solís es eurodiputada en el Parlamento Europeo
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