Opinión

Los judíos son de los nuestros

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Conocí a una representación empresarial judía cercana a las sociedades farmacéuticas cuando tuve la ocasión de dirigir un periódico médico, Consulta Semanal, editado únicamente para los profesionales. De la época guardo un recuerdo sustancioso que se puede resumir en tres apreciaciones: la primera, que los judíos no tienen la menor intención de convencer al resto de los mortales de sus planteamientos, desde los étnicos a los religiosos; la segunda, que en general mantienen siempre una actitud defensiva porque no terminan de fiarse de ningún hombre que no lleve la kipá en la cabeza (Dios está con nosotros); la tercera, que cuando tocan a rebato porque uno solo de sus correligionarios -no hace falta que sean practicantes- corre peligro, se mueven al unísono, sin preguntar qué es lo que está pasando. Fuera de estas precisiones escribiré algo más: poseen un orgullo desmedido porque han sobrevivido a las peores diásporas y porque han hecho de Israel, una tierra estéril en 1948, un territorio fértil como hay pocos en la Tierra. En una ocasión, con otros periodistas, fuimos llevados a lo alto de una colina desde donde divisamos una extensión de muchas hectáreas. El guía no las mostró así: «A la izquierda no hay más que arena y pedregal, a la derecha un campo de regadío que da de comer a mucha gente; a la izquierda, la Naturaleza creada por Dios; a la derecha, la Naturaleza creada por Dios y mejorada y aprovechada, gracias a Dios, por el hombre».

Simplezas, pueden ser, las que relato, pero que reflejan, por lo menos para este cronista, el movimiento reactivo que ha tenido en estos días un país estrictamente democrático, el único que se puede llamar así en aquella región. La pregunta, mi pregunta de entrada, es: si una situación como la que sufre en estos momentos Israel acaeciera alguna vez en España, ¿el Gobierno y la oposición se unirían para el fin común de defenderse de la infame agresión? Pues probablemente no. Israel en estos meses pasados se ha mirado endogámicamente a su propio ombligo y se ha ocupado básicamente en enfrentarse a la reforma judicial totalitaria emprendida por Netanyahu, un cambio en el sistema de elección de los jueces copia exacta de lo que pretende en España Sánchez. Hace unos días un periodista israelí lo manifestaba así: «Durante un tiempo hemos creído que el enemigo era el primer ministro y no Hamás y nos hemos entretenido en eso». Para este colega y para otros analistas, Netanyahu es ya un cadáver y no a causa de Hamás, sino acosado por sus propias autocráticas decisiones. Pero el país ha aplazado su entierro hasta que Hamás no sea derrotada; la oposición ha sentenciado: «Ahora lo que importa es la guerra, después nos ocuparemos del primer ministro».

Lo dicho: todos a una. Respecto al espectáculo, entre atrabiliario y repulsivo, que estamos soportando en España a cuenta de la artificial división del Gobierno social-comunista (en realidad son lo mismo), un recuerdo: durante muchos años España, más concretamente Madrid, se convirtió en la casa de huéspedes de israelíes y palestinos. González y después Aznar reunieron a personajes hasta entonces irreconciliables, incluido al Arafat con pistola al cinto, y de aquellas conversaciones no surgió la paz pero al menos se estableció una convivencia tolerable. Hoy, España está a la cola del reconocimiento de Israel; no es que los dos países se lleven sus embajadores, sino que se ha producido un enfriamiento de relaciones que tardará años en volver a calentarse. ¿Por qué el Estado Español ha contestado con toda fiereza a una diplomática judía que se ha limitado a constatar lo evidente: que una parte del Gobierno es cómplice de Hamás? ¿Es acaso mentira que algunos ministros del gabinete de Sánchez se manifiestan todos los fines de semana contra la respuesta de Israel a los actos terroristas de Hamás? ¿Es cierto que Belarra, la desdichada ministra de Sánchez, ha propuesto a su aparente jefe que lleve a Israel a los estamentos judiciales europeos y mundiales para ser juzgado directamente como «criminal de guerra»? ¿Entonces a qué viene el comunicado de Albares al que muchos diplomáticos califican como el peor ministro de Exteriores que haya soportado nunca esta Nación?

En esta guerra hay dos bandos: los agresores y los agredidos. Tenemos que estar al lado de éstos y aceptar que tienen todo el derecho a defenderse. Sugieren los que siguen esta tragedia al minuto que aún falta una semana para que Israel penetre por tierra, mar y aire en Gaza. Indican también que el plazo inicial de 24 horas no fue más que un ardid para impedir que la propaganda terrorista, alimentada en los medios internacionales de izquierda, convenciera a los habitantes del sur de Gaza de que se quedaran en sus hogares. Ahora ya se sabe que los soldados de la estrella de David van muy en serio. En estas horas, y según transmiten estos analistas, la Inteligencia israelí, ahora desprestigiada, está intentado ganar el prestigio perdido indicando a sus ejércitos cuándo se dan las mejores condiciones para el ataque final, cuándo penetrar en Gaza causando las mínimas bajas civiles posibles. Esta es la causa del retraso en la contestación militar definitiva. Este aplazamiento ocurre mientras sucede -esto no parece interesarle a nadie- que Egipto no abre sus fronteras para recibir a los migrantes de Gaza, no vaya a ser que se le cuelen terroristas disfrazados de pobres ancianas desplazadas de su vida.

Ocurre también con certeza que Irán ha suministrado a Hamás todo el armamento con el que ya han matado a casi 2.000 judíos. Les ha ofrecido material de toda índole y lo que es peor, lo sigue haciendo. Biden ha volado a Israel y tiene claro el mensaje que ha deparado a sus anfitriones: respuesta bélica sí, pero de ningún modo aniquilamiento de los inocentes. No le interesa a Estados Unidos una guerra larga y está realizando una labor que debería ser imitada por todos los países democráticos occidentales y, claro está, por la Unión Europea donde Borrell hace siempre el sectario ridículo. Y desde luego por España, donde en el Partido Socialista anida una corriente muy extensa de militantes hostiles incluso a la propia existencia del estado de Israel. Recuerdo a este respecto una declaración de Enrique Mújica, judío genealógico: «En mi partido no comparten que los judíos son los nuestros». Y así se portan ahora. El Gobierno ha encontrado una ocasión de oro en la manifestación de la embajadora para propinarle un zurriagazo a todo Israel. Sánchez tampoco en esto es de los nuestros. Los nuestros, aquí y ahora, son los judíos.