Juan Carlos I y su linaje
Venimos viendo, en algo menos de un cuarto de siglo, una alucinante sucesión de episodios dramáticos en la Monarquía española. Es evidente que cada uno de estos episodios es hijo directo del anterior, y todos ellos del reinado en que se engendraron. Podemos llegar a ser mejores o peores, más frágiles o fuertes; pero nadie escapa del molde definitivo en el que fue vaciado. La verdadera responsabilidad de lo que está sucediendo no es la actual, sino la que se proyecta hacia el futuro.
En pocas décadas, el reinado juancarlista y los grandes y pequeños protagonistas de su Corte aparecerán como criaturas algo inanimadas y teatrales. Buscarán entonces los historiadores las crónicas que ahora estamos escribiendo. Nuestras pinceladas serán más veraces que montones de documentos, demostrando una vez más que un buen pintor es más efectivo que un erudito. ¿Es hora de juzgar lo que está sucediendo? Probablemente, no; pero, aunque efectivamente todo está demasiado cerca todavía, la verdad última puede irse dibujando.
Un yerno en la cárcel, una hija separada, el único hijo casado con una plebeya de enorme carácter, la silueta de Juan Carlos I se ha ido desvaneciendo, convirtiendo su sonrisa en rictus burlón; pero sin dejar nunca de ser sonrisa. Otros muchos personajes, grandes y chicos, rubias y morenos, pululan por la fronda rumorosa y viva de su historia. Escribirla a base de héroes es tan artificioso como poco entretenido. Nada caracteriza al reinado de Juan Carlos I más que su propia sonrisa, así que intentaré mantenerla en su sombra hasta el final.
Doña Elena representa a la castiza mujer española, henchida y derramada de popular generosidad bajo su realeza de empaque tan pomposo como poco teatral. Doña Cristina simboliza a esa española burguesa, casi puritana, capaz de conservar intactos sus rasgos de gran ama de casa en el fondo de un hogar que no era muy distinto de cualquier otro, antes del batacazo. Doña Letizia, la Reina actual, es la española despierta como un pájaro, inquieta, difícil de adaptar a lo oficial, aparentemente extranjerizada. Las tres, por encima de todo, son intransferibles hijas de su tiempo, que es también el nuestro. Y por encima de todas está esa Reina inmaculada, esa gran señora, la mejor Reina de la etapa borbónica: Sofía de Grecia.
Ellas representan una prolongación viva de la gran época. Constituyen el ambiente íntimo y directo que quedará del Rey Juan Carlos. Un Rey que ha sido muy popular, que ha vivido injerto en ese españolismo casi callejero. Los últimos capítulos de su vida de súbito se tornan graves. El declinar ha conllevado un destierro, aires contaminados de una vida cortesana, desajustes en sus cuentas. De momento, la Casa Real ha aplicado la sabiduría del silencio para neutralizar la injusticia de aquellos que vociferan sin saber bien lo que dicen. La cripta de la prudencia suele venir ungida de una fragancia nueva de gran eficacia.
Todos esos que ahora discuten, que no olviden que este Rey dio a España una gloria que nadie le podrá replicar; porque todos, pensemos de un modo u otro, vivimos hoy, todavía, de aquella herencia.
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