OPINIÓN

La izquierda incendia Los Ángeles

La izquierda incendia Los Ángeles

Si tienes una masa de millones de extranjeros que han entrado ilegalmente en tu país, cruzando la frontera sin más, y cuando intentas devolver a su país a los peores estalla un violento motín liderado por esos mismos extranjeros que, para que no quede la menor duda, enarbolan una bandera extranjera, realmente no sé cómo se puede explicar que esos disturbios no constituyen la prueba de una invasión, sin más.

Hablamos, naturalmente, de Los Ángeles, donde los demócratas han incitado una violenta revuelta para que los agentes del servicio de inmigración, ICE, hagan su trabajo, es decir, lleven a cabo las órdenes por las que el actual presidente de Estados Unidos fue elegido. Uno no entiende bien cómo nadie en los medios que cubren la noticia llama la atención sobre el absurdo de unos tipos que enarbolan la bandera de México y su nacionalidad mexicana para expresar que consideran el colmo de la injusticia que les devuelvan a México.

Y, sin embargo, no es algo completamente orgánico. Los demócratas están alimentando esta insurrección de todas las maneras posibles, no porque sientan un especial amor a aquellos de sus habitantes que han entrado en California como Pedro por su casa, sino como la enésima herramienta para destronar a Trump o, al menos, incapacitarlo.

Incluso el propio gobernador del estado, el demócrata Gavin Newson, citado como posible reemplazo de Kamala Harris para las presidenciales, se manifiesta abiertamente contra los enemigos de su país. «Quizá California sea la primera, pero no acabará aquí”, ha declarado públicamente Newson. “Después vendrán otros estados. Y después vendrá la democracia”.

Todos sabemos perfectamente de qué va esto y, de hecho, todos lo descontamos antes de que ocurra: se llama ‘privilegio izquierdista’ o, si se quiere, privilegio siniestro. Significa que, en el proceso democrático normal en cualquier país de Occidente, la izquierda tiene siempre la mano en un kill switch, un botón nuclear llamado “malestar social”.

Las comillas no son ociosas, porque en realidad las algaradas que organiza inevitablemente la izquierda cuando no tiene el poder y el gobierno se empeña en hacer algo, lo que sea, que parezca dar la vuelta a sus planteamientos, no nacen del malestar social, sino de su temido poder de hacer que ardan las calles.

Para entender este poder, y por qué lo detenta en exclusividad, alejémonos de California, que nos queda lejos, y pensemos en España. ¿Alguien duda de que el mayor paro de la OCDE sea un motivo legítimo para el malestar social? ¿Que suba el alquiler de la vivienda un 12% casi de golpe? ¿Ser récord en pobreza infantil? ¿Ver a la plana mayor del partido en el poder procesionando por los tribunales por corrupción, nepotismo, amenazas?

Pero ahí tienen a los sindicatos, sesteando entre mariscadas, y los “agentes sociales” alarmadísimos por el auge de la extrema derecha, una opción política que no existe en el panorama español desde hace unos cuarenta años. No, tiene que estar la izquierda en el gobierno para que la muerte de un perro (Excalibur) provoque conflictividad social.

La izquierda, al menos la occidental, acepta que la derecha gane ocasionalmente las elecciones. Lo que no acepta es que gobierne, es decir, que adopte medidas contrarias a la izquierda. La izquierda tiene un sentido patrimonial del poder, el poder es suyo, y si deja que los otros lo administren de vez en cuando es con la condición de que no toquen nada, de modo que todo esté en su sitio cuando ellos vuelvan a ocupar su legítima propiedad.

Pero estamos demasiado adelantados en el juego para seguir como hasta ahora. Es urgente que alguna derecha, en alguna parte de nuestro entorno, gane las elecciones y, ante la previsible amenaza de la izquierda de romper cosas si se intenta gobernar de otra manera, ponga pie en pared. No solo tiene toda la legitimidad del mundo para poner orden con firmeza, sino el mandato del pueblo para hacerlo.

Esta es, para Trump, una prueba de fuego para la que, imaginamos, lleva preparado desde mucho antes de su victoria electoral. Y es crucial para todo el mundo que sepa superarla.

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