La inútil yenka podemita
No siempre en política es posible nadar y guardar la ropa. Al contrario. Con frecuencia cuando se deja entrever ante propios y ajenos una posición timorata, dubitativa, farisea o ambivalente que disfraza bastardos intereses y que adolece de falta de valentía el electorado huye despavorido. Y con razón. Especialmente ante cuestiones cruciales. Y desde luego la crisis de Cataluña, que arrastra un debate profundísimo sobre la unidad de España y nuestro modelo de Estado, es más que crucial.
Así se entiende, a través de esta dinámica, el hundimiento de Podemos en los sondeos y el baile de la yenka que no ha dejado de marcarse la singular Colau desde que las CUP —llevándose por los pelos a Puigdemont— se embarcaran en su golpista proceso. “Izquierda-derecha-adelante-atrás” cuando se trata de defender la ley, de que rija el Estado de Derecho, de que se observe la Constitución y de que quienes promueven la convivencia se impongan a los difusores de veneno y los destiladores de odio. Y pasa lo que pasa. Fiasco total, ruina demoscópica. ¿Tanto le cuesta entenderlo a Iglesias y sus —denominadas en modo cursi— confluencias?
Desde luego que lo han comprendido. Ya lo avizoró la defenestrada Bescansa cuando aseguró que sus correligionarios se pasaban demasiado tiempo mirando a los secesionistas catalanes, y que no era el mejor camino para progresar y crecer. Pero el problema no es ése. La cuestión medular no es tanto que los de las camisetas moradas tengan más o menos apego a la idea de una Cataluña independiente. ¡Qué más les da! Lo grave es que por sistema apoyan o toleran o, en todo caso, no combaten ninguna iniciativa que pretenda socavar la idea de España como gran nación, histórica, fuerte: porque no creen en ella, porque su sectarismo les frena cuando se les exige que saquen a relucir un mínimo común de patriotismo que no conocen ni conocerán. ¡Eso! ¡Eso es lo que les impide apoyar el restablecimiento del orden democrático a través del 155! ¡Eso es lo que les lleva a cortar relaciones con el PSC de Iceta! ¡Eso es lo que ante el infame 1-O motivó que la alcaldesa de Barcelona dijese que sí, que no, y que ni lo uno ni lo otro sino todo lo contrario! Es el marxismo del gran Groucho: hablemos de principios, pero veamos si los que muestro me sirven porque puedo esconderlos para sacar al instante los opuestos. ¡Qué pena!
Pero es lo que hay. Si precisamente ante el 21D Ciudadanos comparece en una posición de ventaja y de previsible auge es por su nitidez en las ideas, por su firmeza moral, por su seguridad en un momento tremebundo de incertidumbre. Y lo contrario sucede con las menguantes tropas de Pablo, general de división en horas bajas. Su indefinición, su cobardía, su cacofonía, la ausencia de un discurso propio, el ruido de sus palabras y al mismo tiempo su vaciedad le ha conducido al naufragio. ¡Qué razón tenía Tarradellas! En política lo único que no se puede hacer es el ridículo. Ahí estamos.
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