Opinión

Indignidad ministerial

En la política, como en todos los órdenes y desordenes de la vida, se puede ser cualquier cosa menos indigno. Inteligentes o ignorantes, mejor o peor formados, más o menos demagogos, los políticos, y en especial los que alcanzan representación pública de los ciudadanos, tienen que ser dignos. La dignidad, entendida por un lado como la cualidad de una persona grave y decorosa en la manera de comportarse, y por otro como honra al cargo y al empleo honorífico de autoridad, es indefectible en el nombramiento y comportamiento de los cargos públicos.

En el Gobierno de España hay muchos ministros que están claramente por debajo del nivel de formación y experiencia que sería exigible a quien va a servir a nuestro país en tan alta magistratura. El nombramiento de personas como Irene Montero, Ione Belarra o Alberto Garzón evidencia en primer lugar la ansiedad y servidumbres con que Pedro Sánchez formó y mantiene su gobierno, pero después lo poco que el presidente dignifica los cargos que van a ostentar. Porque a pesar de esas urgencias, muchos entienden esos nombramientos como una chulería y un insulto a la inteligencia de 47 millones de españoles.

En cualquier caso, de esos ministros nadie espera nada bueno, porque nadie espera que broten flores de un bloque de cemento; lo que esperamos es que transiten lo más aletargados que se pueda durante el tiempo que el ansia de permanencia del presidente les mantenga en el sillón. Sin embargo, dentro del larguísimo censo de ministros hay dos que fueron elevados al cargo con adecuada formación y experiencia para desempeñarlo, y que, por el contrario, están protagonizando los comportamientos más indignos. Son Arancha González Laya y, sobre todo, Fernando Grande-Marlaska.

No hemos considerado en este paquete al trío artístico formado por María Jesús Montero, José Luis Ábalos y Carmen berberechos Calvo, que, por cierto, se ve muy influida en sus referencias discursivas por el hecho de compartir apellido con una famosa conservera. Ya tengo explicitado en otros artículos el abnegado desempeño como arietes contra el sentido común que estos tres personajes, junto con Adriana Lastra, le realizan al Gobierno y al Partido Socialista. En este grupo un comportamiento digno es un unicornio blanco.

González Laya nos tenía acostumbrados a una gestión inane, mal realizada y peor transmitida, de las cosas de su ministerio; pero a partir de un momento el buenismo y el espíritu conciliador, armas no siempre útiles en el navajeo diplomático, sucumbieron ante las exigencias políticas e ideológicas. Así se ha envuelto en actuaciones y servilismos que claramente van en contra de los intereses y dignidad de España, como es la inexplicable reunión con el ministro principal de Gibraltar, la falta de respuesta a las provocaciones de Marruecos, o el acercamiento servil al régimen y la cúpula venezolana. En esa deriva hasta se empeñó últimamente en mostrar al mundo una inventada ineficiencia de la Comunidad de Madrid en la gestión de la pandemia, siendo que fueron los propios ingleses los que sacaron la cara por Ayuso y aclararon que la causa de incluir a España en su semáforo turístico era el ritmo de vacunación.

A Grande-Marlaska, en los ya casi 3 años al frente del Ministerio del  Interior, no le queda un principio que transgredir, un valor que pisotear o un colectivo al que traicionar. Ya hemos perdido la cuenta de los asuntos que ha protagonizado en los que hado muestra de una indignidad y una falta a la verdad insospechadas en alguien con su trayectoria. Y no se trata solo de realizar actuaciones equivocadas, inadecuadas o incluso ilegales, sino de las contradicciones y flagrantes mentiras en las que incurre para justificarlas. Son episodios inolvidables la crisis migratoria en Canarias, la gestión penitenciaria, la destitución de Pérez de los Cobos o las continuadas cesiones al mundo secesionista; y más reciente es la renuncia a investigar las fechorías de los matones de Unidas Podemos en Vallecas, cuya detención además ocultó, como ya renunció a investigar el acoso a Ciudadanos en una manifestación del Orgullo Gay.

Lejos de cualquier reprensión o rectificación, desde el Gobierno y el PSOE se impulsa una campaña de blanqueo del personaje al que se le ha compuesto una apretada agenda que le sirva para recomponer su imagen. Otra vez el marketing político de Redondo como único recurso.