Homenaje de España al Rey Juan Carlos

Homenaje de España al Rey Juan Carlos
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Ahora que nuestro Gran Emérito ha sorteado no a la parca -que afortunadamente a eso no hemos llegado- y que ha salido del quirófano más terapeúticamente oxigenado que hace muchos años, es imprescindible que vengamos a reconocer quién ha sido, qué ha hecho, cómo se ha comportado y qué herencia política e institucional ha dejado en el que es sin duda, por lo menos para este firmante, unos de los mejores Reyes de nuestra Historia Moderna y Contemporánea. Carlos I y Carlos III desempolvaron España de toda la pobreza social que recogieron a su llegada y ambos asentaron la Monarquía, siendo los dos extranjeros de nacimiento; lo mismo, curiosamente, que Don Juan Carlos, que amaneció por primera vez en Roma, donde se encontraba exiliada, casi al completo, toda la Dinastía Borbónica.

El viernes, cuando con su valiente simpatía habitual saludaba antes de ingresar en el hospital en que fue intervenido, fuimos muchos los que sufrimos un enorme escalofrío porque el caso no era, como se decía en algunos medios desde una ignorancia absolutamente enciclopédica, un trance casi de ambulatorio; no, una extracorpórea es una operación muy seria; en una toracotomía los cirujanos trabajan sobre el órgano que es, quizá, el más delicado de nuestro cuerpo. Desde luego el más trascendental. De aquí nuestro escalofrío ante la posibilidad, no tan remota, de que algo no saliera muy bien en el quirófano. Y que si ello acaecía, Don Juan Carlos se fuera sin despedirse del público en general y de España en particular.

Se marchó hace cinco años muy sin ruido, dejando todo el protagonismo de su abdicación a su sucesor, a su hijo Don Felipe. En el ambiente, algún dislate de jaez tópicamente borbónico le condenó casi por unanimidad. En un país en el que los desvaríos licenciosos se juzgan con rigor inquisitorial si son ajenos, y con autocomprensión si son propios, un viaje impropio condenó al todavía Rey a la pira nacional. Se le dijo de todo, se le llamó de todo y se le inhabilitó para todo. Aquel día en el que mal aconsejado (Don Juan Carlos no ha tenido siempre los mejores asesores) solicitó compungidamente un perdón que ni siquiera desde los tercios más rivales se le había exigido, se hizo imprescindible la cesión de poderes. Don Juan Carlos con humildad se retiró a un despachito en el Palacio Real donde no recibía más que amigos, un habitáculo del que la Dirección del Patrimonio Nacional, en una pésima y miserable decisión, le desalojó como si fuera una “okupa”. Creo que aquel día, cuando de nuevo tuvo que recoger sus papeles, el Emérito se inclinó definitivamente por huir de la vida oficial y pública. No digo que aquella pirueta impresentable le afectara a su trotado corazón, pero es de común sabiduría que el corazón suele doler cuando a uno le tratan con tan enorme inconveniencia. Muy pocos meses después Don Juan Carlos presentó a su hijo la “dimisión” como el miembro más distinguido de la Familia Real. Y de nuevo, pero esta vez para siempre, se refugió en sus amigos y en algún otro menester inédito que va a sorprender en muy breve tiempo. Todo por escrito.

A un hombre que siempre fue calificado por algunos de sus colaboradores como “fundamentalmente indiscreto y caprichoso” no se le puede suponer menor arrogancia, más templanza y más modestia que la que el Rey ha demostrado en este tiempo. Por eso, porque todo el mundo -y subrayo todo el mundo- tenemos una cuenta pendiente con su Real Persona, hay que darse prisa, bastante prisa, en concitar un homenaje para, cuando se fugue definitivamente, no nos quede la amargura de no haberle reconocido lo que ha hecho por España. Naturalmente que podría citar aquí un catálogo de méritos; no es necesario, los que se los admitimos y queremos, los sabemos imperiosamente, los demás no suelen reflejar los méritos ni de sus próximos más inmediatos. Solo voy a insistir en este: perpetró el prodigio de transformar una autocracia ya andrajosa en una democracia que durante mucho tiempo ha sido estudiada en todos los foros mundiales como la más perfecta y garantista de Europa.

El fue el consabido “motor”, o sea, el que hizo posible que la nueva España empezara a caminar. No quiero adivinar que, tras otro susto mucho más grandioso que el que acaba de superar, se clausure una época en la que el protagonista principal se ha llamado Don Juan Carlos I. No hay que pedir que de esta iniciativa, un homenaje nacional, español por los cuatro costados, se encargue un Gobierno tan maldito como éste; no, esta sociedad es la que se debe ocupar del menester. Es ya un deber histórico.

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