Opinión

Harto del Nobel de la Paz

Un año más, el premio Nobel de la Paz ha sido otorgado a un jefe de Estado; en esta ocasión al presidente colombiano Juan Manuel Santos. Sin  discutir la relevancia de su trabajo para alcanzar la ansiada paz, sellada —a pesar de su falta de ratificación popular en el plebiscito— entre el Gobierno de aquel país y las FARC, sí es cuestionable que el galardón se le haya entregado —cinco días después de ese fracaso en las urnas— sólo a él, excluyendo de esta forma a la contraparte de este acuerdo, la guerrilla colombiana y su jefe, apodado ‘Timochenko’.

También han sido ignorados anteriores mandatarios, como Álvaro Uribe y Andrés Pastrana, que lucharon durante años para alcanzar idéntico objetivo. Mención aparte merecen las víctimas, las grandes excluidas de tan cuestionado premio. Colombia en su conjunto en fin, debería haber sido la gran galardonada. Toda ella y sus ciudadanos, sin divisiones ni omisiones.

Otros merecedores

Es indiscutible, por lo demás, que otros jefes de Estado o de Gobierno y las distintas personalidades que han recibido en anteriores ediciones el galardón hicieron méritos más que sobrados para ello. Algo que, por lo demás, era su deber en tanto que LA PAZ debe ser siempre objetivo primordial de cualquier líder mundial, de cualquier representante público. Por esto discuto la oportunidad de premiar a jefes de Estado.

Este año, sin ir más lejos, el Nobel debería haber sido entregado, desde mi punto de vista, a los habitantes de las islas griegas, que tanto han luchado, careciendo de medios por completo, para salvar vidas en el Mediterráneo. El Mare Nostrum es, desde hace años, el más vergonzoso cementerio de la humanidad, el bochornoso escenario de un mundo cada vez menos solidario y de una Unión Europea cada vez más alejada de sus problemas reales. Sin esa desinteresada ayuda de los habitantes de las Islas Griegas, de Lampedusa y otras, convertidas en gigantescas capillas mortuorias, habría todavía más refugiados, sepultados por la ignorancia y el olvido del opulento egoísmo occidental. Ellos, los griegos, sí son héroes de una paz que no llega, de la búsqueda desesperada de un mundo más justo.

No menos valioso es el trabajo realizado por los cascos blancos en Siria, teatro de una guerra que dura ya más de cinco años y que parece no interesar a nadie, salvo en vísperas de unas elecciones norteamericanas, cuando ‘casualmente’ se rubrica un acuerdo de paz que tampoco está sirviendo, por el momento, para detener la carnicería.

Mientras sólo sean galardonados algunos jefes de Estado y se margine de estos reconocimientos a los ciudadanos anónimos, seguiré pensando que interesa más el marketing de la paz que su consecución real.

Criminales de la historia, nominados

Conforme a los estatutos de los Nobel, el de la Paz debe ser concedido «a la persona o institución que haya trabajado, más o mejor, en favor de la fraternidad entre las naciones, la reducción o abolición de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz». Con un texto tan preciso y claro me pregunto: ¿A quién se le fue tanto la olla para proponer a Adolf Hitler, a Yosef Stalin o a Benito Mussolini, probablemente tres de los personajes más odiados de la historia, para nominarles al Nobel de la Paz? Es sólo un ejemplo de la incongruencia que rodea a este prestigioso galardón.

En el capítulo de grandes olvidados por el Comité citaré tan solo un ejemplo sangrante: Mahatma Gandhi. El activista indio jamás fue propuesto para él, a pesar de ser recordado como una de las personas que más luchó por la paz entre los pueblos.

Otros ejemplos polémicos

En 2009, Barack Obama recibió el premio sin haber cumplido un año en el cargo. ¿Se le premiaría pensando que iba a ser capaz de eliminar la vergüenza de Guantánamo? ¿O evitar la guerra de Siria y el avance del DAESH?

En 2007, el ex vicepresidente norteamericano Al Gore recibió el premio por su ‘trabajo’ en favor del medio ambiente. Sus teorías nunca se han confirmado y el único resultado tangible, para él, ha sido su enriquecimiento personal; Mr. Gore sigue cobrando 50.000 euros por cada una de sus conferencias sobre el controvertido cambio climático.

Otros Nobel sin sentido: el otorgado a Wangari Maathai, Jimmy Carter,  Yasir Arafat, Kofi Annan y un largo y bochornoso etcétera de grandes líderes mundiales que fueron premiados a pesar de historias personales que estaban muy lejos de ser intachables y que apenas respondían a los mínimos requeridos por los citados estatutos.

Estoy harto de estos Nobel de la Paz. ¿Quién me ayuda a crear un premio mundial que se entregue a los pueblos y a ciudadanos, anónimos o no, que realmente lo merezcan?