Opinión

Hamás, Podemos, Sumar y el mundo ETA son moralmente lo mismo

El Derecho Internacional está siendo suplantado sin prisa pero sin ninguna pausa por un extraño derecho consuetudinario que se aplica en función de la identidad de los actores. El común denominador es siempre el mismo: si la víctima de un ataque es un país democrático, liberal, y el atacante uno comunista, neocomunista o islamofascista, la razón estará sistemáticamente del lado de estos últimos. Si es al revés, está de más recordar del lado de quién habrá que posicionarse. Es el triunfo del mal por la vía de los hechos. Consecuencias de esa asquerosa dictadura proveniente de una California dejada de la mano del diablo y en la que, entre otras demencias, y con dos pelotas, se propone sistemáticamente la supresión de la Policía.

Una de las piedras angulares del Derecho Internacional es el ejercicio de la legítima defensa. Un derecho moral que proviene de la Roma clásica. Es lo que en la doctrina se denomina un «derecho inmanente», es decir, algo esencial a cualquier civilización. Y de ahí parte otro concepto sagrado en las relaciones internacionales: las guerras justas que, perogrullescamente, son aquéllas que tienen su origen en una causa justa. Un derecho que figura en el artículo 51 de la Carta de esas Naciones Unidas que pintaron mucho hasta los 90, con la liberación de Kuwait y los bombardeos sobre Serbia como últimos epítomes. Desde entonces, y por desgracia, la organización con sede en la Primera Avenida de Nueva York pinta menos en el concierto mundial que el Estado español en la gobernación de Cataluña o el País Vasco.

Toda la izquierda mundial, desde la wokísima Universidad de Harvard hasta un sinfín de medios, pasando por buena parte del Gobierno Sánchez o Black Lives Matter, bien se han posicionado desde el minuto 1 del lado de Hamás, bien desde que el pueblo de Yahvé decidió responder a unos ataques terroristas que se han cobrado la vida de 1.200 israelíes, que han provocado 3.000 heridos y que mantienen secuestrados a un centenar y medio de almas, muchos de ellos niños y bebés.

La perversión de Hamás parece no tener límites y aquí, en Occidente, relativizamos sus crímenes, los banalizamos y culpamos a Israel

Debe ser que el nuevo Derecho Internacional pasa por poner la otra mejilla si matan sin ton ni son a tus nacionales sin agresión previa. Las imágenes que emiten todas las televisiones y periódicos del mundo son estremecedoras: personas carbonizadas, mujeres violadas, niños acribillados… La perversión de Hamás parece no tener límites y aquí, en Occidente, relativizamos sus crímenes, los banalizamos y, a la mínima que podemos, echamos la culpa a los malos-malísimos israelíes. Al respecto he de recordar que tanto el Departamento de Estado de los EEUU como la Unión Europea incluyen desde hace muchos años a Hamás en la lista de organizaciones terroristas. No es para menos: como estamos comprobando estos días, Hamás está sólo dos puntitos por debajo en crueldad que el  igualmente suní ISIS.

La historia se repite. El antisemitismo en las escuelas, en la universidad, en los medios, en la literatura y en el teatro fue la simiente del nazismo. Para que la nación de Gutenberg, Goethe, Lutero, Beethoven, Kant, Bach, Einstein y tantos otros, culta como pocas y seria como ninguna, se metiera en la espiral del nazismo fue preciso lavar el cerebro a decenas de millones de ciudadanos. Un pintor de medio pelo y encima austriaco no logra eso por la vía de la palabra por muy buen orador que sea. Hitler hizo lo que hizo con el cuasiunánime apoyo del pueblo alemán con gloriosas excepciones como Adenauer o Willy Brandt porque previamente se había inoculado a la ciudadanía la idea de que el judío era el mal en estado puro, el enemigo a batir, una vida que no valía nada porque se logró equiparar en el imaginario colectivo a la de una bestia.

En esas mismas estamos a día de hoy. Ahora parece que Israel es el culpable de todos los males porque ha advertido que va a cortar el agua y la electricidad a Gaza en tanto en cuanto no sean puestos en libertad los 150 adultos, niños y bebés secuestrados por un grupo terrorista que ha impuesto la sharía en el territorio, que obliga a las mujeres a cubrirse de arriba abajo, que las obliga a pedir permiso al padre o al marido para viajar, en resumidas cuentas, que las trata al mismo nivel que a los animales.

El islamofascismo es moneda de uso corriente en territorio gazatí desde que Hamás se impuso en las elecciones de 2006 y apartó de un plumazo al moderado Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, que desde entonces está reducido a la condición de marioneta. Buena parte de la culpa es suya, ya que su credibilidad está por los suelos por su galopante corrupción, que le ha permitido atesorar un patrimonio que ya le gustaría a cualquiera de los otros sátrapas de la región.

Hitler hizo lo que hizo porque previamente se había inoculado a la ciudadanía la idea de que el judío era el mal en estado puro

El mundo genéricamente y EEUU específicamente tienen un reto impresionante ante sí: que el lío no vaya a más. Un ataque israelí a Irán, que por otra parte tendría todo el sentido ético y moral del mundo, nos conduciría a un escenario peor incluso que el de Ucrania. Pero es impepinable optar por el pragmatismo porque colapsaría definitivamente el flujo de petróleo y gas a Occidente, ya de por sí tocado por las lógicas sanciones a Adolf Putin. Y las naciones democráticas han de situarse sin fisuras del lado de las víctimas, es decir, el pueblo de Israel, y no de esos victimarios que más allá de toda duda razonable son los terroristas de Hamás.

Algo que le cuesta a nuestro Gobierno que estuvo impecable en el minuto 1 de la enésima crisis en Oriente Medio, llamando «terroristas» a los terroristas y mostrando su respaldo a Israel, pero que luego ha ido desinflándose en una equidistancia que en casos tan palmarios como éste te acaba posicionando implícitamente del lado del mal. La negativa monclovita a secundar el comunicado de condena de las locomotoras de la UE, Reino Unido y los Estados Unidos fue un mal presagio. Tics de un PSOE cada vez más podemizado, las cosas de un presidente Sánchez temeroso de desairar a sus socios comunistas, menos aún en un momento en el que se juega su continuidad en Moncloa. Lo cual no quita para que, por ejemplo, el canciller José Manuel Albares haya estado impecable en la respuesta siguiendo la estela de las grandes democracias occidentales.

Podemos y Sumar callaron como putos tras los sanguinarios ataques de Hamás que, para más inri, han provocado la muerte de al menos una española: Maya Villalobo. Sólo han levantado la voz cuando el Tsahal israelí ha respondido a la previa agresión de Hamás. Es cuando han salido como hienas para protestar «por el dolor provocado al pueblo palestino por la opresión, la ocupación y el apartheid de Israel». Del salvajismo de Hamás hace dos sábados, ni una mísera referencia.

La negativa monclovita a secundar el comunicado de condena de las locomotoras de la UE, Reino Unido y EEUU fue un muy mal presagio

Nada nuevo bajo el sol, sólo que esta vez han quedado retratados por la actualidad. Podemos siempre se ha posicionado del lado del terrorismo internacional, ya sea institucional (Venezuela, Cuba o Irán), ya sea clandestino, no les tengo que recordar las loas de Pablo Iglesias a ETA ni que tanto él como Tania Sánchez eran los enlaces de los presos de la banda en Madrid. Y desde luego Hamás siempre estuvo entre los grandes favoritos del coletudo ex vicepresidente. Tampoco les tengo que subrayar que Irán financió a troche y moche al partido morado porque es harto sabido. Pagaban hasta el teléfono personal de la pareja de Irene Montero. E Irán es Hamás.

Entre Sumar estrictamente hablando y Hamás no podemos establecer conexión alguna porque este movimiento político tiene meses de vida. Pero el Partido Comunista es proverbial amigo de los terroristas palestinos. Obras son amores y no buenas razones: tanto Yolanda Díaz como el resto de la cúpula de Sumar han obviado la condena del terrorismo de Hamás y han enfilado a Israel por ejercer la legítima defensa. El innoble doble rasero de siempre.

Elocuente a la par que terrible el documento gráfico que publicó nuestro Segundo Sanz este jueves: una foto en la que se ve al eurodiputado Manu Pineda, secretario de Relaciones Internacionales del PCE, mano izquierda de Yolanda Díaz en política exterior (la derecha es el diplomático de origen navarro Ernest Urtasun), estrechar sonriente la mano de Ismail Haniya, actual número 1 de Hamás y, lógicamente, el malnacido que dio la orden de bombardear, quemar, degollar y asesinar a población civil el 7 de octubre pasado, coincidiendo con el 50 aniversario de la Guerra del Yom Kipur.

La guerra al terrorismo en Palestina no es sólo una cuestión puntual o regional, es sin duda la lucha entre la democracia y el totalitarismo

El círculo se cierra con otro socio del Gobierno: Bildu, es decir, ETA. La chusma a la que Sánchez legitimó anteayer al recibirlos en el Congreso como si nada hubiera pasado, como si las 856 víctimas mortales de la banda terrorista fueran una ensoñación o una mentira histórica. Que Bildu ahora y antes Batasuna y Herri Batasuna tenían vínculos directos con Hamás no me lo van a decir ni a contar porque en los bares de Pamplona controlados por esta gentuza había siempre huchas para colaborar con grupos terroristas palestinos. En los 80, en los 90 y en los dos miles.

Muchas de sus frases les retratan:

—El Holocausto fue un mero problema burocrático [Pablo Iglesias, 2009]—.

—Israel es un estado criminal [Pablo Iglesias, 2018]—.

—Hamás es un partido político, no terroristas [Kanal Red, lunes pasado]—.

—Hoy y siempre con Palestina [Tesh Sidi, diputada de Sumar, el mismo día de los ataques terroristas].

Y ETA siempre mantuvo estrechísimas relaciones con la igualmente terrorista OLP de Yasir Arafat. No pocos miembros de la banda terrorista aprendieron a confeccionar bombas de la mano de los palestinos. Como ocurría con todas las organizaciones controladas directa o indirectamente por la URSS cuyo indisimulado objetivo era cargarse las libertades occidentales para sustituirlas por réplicas del tiránico e ineficiente modelo soviético.

Conclusión de las conclusiones: nuestra extrema izquierda es la misma basura moral que los asesinos de 1.200 israelíes, la misma excrecencia ética que los degüellabebés, que los violadores de chicas israelíes, que los secuestradores de población civil, que los que mataron indiscriminadamente a 200 jóvenes en un festival de música electrónica. Tan malos son los que lo hacen como quienes les encubren. Manda narices, además, que los supuestos feministas y los autotitulados progres patrios aplaudan, protejan o blanqueen a Hamás, que otorga a la mujer bastantes menos derechos que Franco. No sé cómo lo hacen pero siempre están en ese incorrecto lado de la historia: con las dictaduras iberoamericanas más bestias, Cuba, Venezuela o Nicaragua, con esa teocracia iraní que lapida mujeres y cuelga homosexuales, con ese Adolf Putin que está batiendo récords de crímenes contra la humanidad en Ucrania y ahora con Hamás. La guerra al terrorismo en Palestina no es sólo una cuestión puntual o regional, es la lucha entre la democracia y el totalitarismo, entre la libertad y el islamofascismo, entre la igualdad hombre-mujer y el machismo más salvaje, entre la modernidad y el medievo, en definitiva, entre el bien y el mal. Nos jugamos demasiado como para tratar igual fenómenos desiguales.