Opinión
OPINIÓN

Guerra Civil Fría en los Estados Divididos de América

“Demuestra que estoy equivocado” (Prove Me Wrong) era el cartel que Charlie Kirk utilizaba como gancho para atraer progres al debate, hasta que, finalmente, un disparo en la carótida a 180 metros demostró que, efectivamente, estaba equivocado. No en lo que creía, que se sigue debatiendo donde se puede, sino en el método: discutir con la izquierda es cada día más parecido a hacerlo con un yihadista: “Discutamos: ¿qué es lo que quieres?”. “Tu muerte”. Así se hace un poco difícil el debate.

Pero la tercera ley de Newton sigue operativa, y el americano medio está abriendo los ojos a martillazos para verse rodeado de gente que, como en la película “La invasión de los ultracuerpos”, parecen normales pero celebrarían tu muerte y bailarían sobre tu tumba. Y no le gusta.

Durante una década, más o menos, cualquier don nadie al que se le ocurriera decir en redes sociales, no sé, que un hombre no puede convertirse en una mujer (una perogrullada que se ha vuelto herética) o hiciera una gracia inocente que ofenda a algún colectivo de víctimas certificadas podía verse de la noche a la mañana sin empleo, acosado a la puerta de su casa, rechazado por su círculo social y sin futuro político, si lo pretendiese: Internet es para siempre.

Era la célebre “cultura de la cancelación”, por la que la izquierda sometía al resto de la población a una maoísta “Revolución Cultural” de baja intensidad. Sólo que, naturalmente, la no izquierda (ni siquiera es necesario realmente ser de derechas) ha descubierto que ellos también pueden jugar al mismo juego.
Y han empezado, con la dedicación y eficacia del americano tipo.

Ya hay sitios en Internet dedicados en exclusiva a recibir información de toda la gente que entró en X, Youtube, Tiktok o Instagram para comunicar urbi et orbi su regocijo por la idea de que un conservador haya recibido un tiro delante de su mujer y sus dos hijos pequeños, y luego trasladar esa información a las empresas que les dan empleo. La ola de despidos ha sido absolutamente masiva.

Esto, sin embargo, hubiera sido imposible si Kamala estuviera en la Casa Blanca en lugar de Donald Trump, que está dando signos de querer aprovechar la indignación popular para ajustar cuentas con sus enemigos ideológicos.
La Administración habla ya abiertamente del peligro que supone el terrorismo trans (el número de perpetradores de masacres que se identifican con un sexo distinto al biológico desafía a la estadística), con grupos como Armed Queers, que podría haber tenido algo que ver con el asesinato de Kirk, y Trump se muestra partidario de registrar Antifa como organización terrorista.

La realidad es que, mientras la América profunda dormía, uno de los dos grandes partidos del sistema, el demócrata, que hace no tanto estaría a la derecha del PP, se ha radicalizado peligrosamente, defendiendo las causas más demenciales y, sobre todo, alentando manifestaciones violentas de intimidación del contrario y perpetrando las maniobras más sucias del manual para impedir el acceso al poder de sus rivales.

Ahora se abren varios escenarios, todos posibles, algunos más probables que otros. El pueblo y la Administración pueden sostener el impulso hasta que la izquierda se civilice. Puede que todo quede en agua de borrajas, en el calentón del momento, y la izquierda prosiga su proceso de asalvajamiento. Quizá alguna otra chispa caliente la guerra civil fría que vive el país. El futuro no está escrito.