Opinión

Golpistas y desvergonzados

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Se siente: alguna vez llegados trances como este hecatómbico que estamos sufriendo, hay que echar mano de la memoria auténtica para colocar a cada quién en su lugar más apropiado. Esta es una vieja historia, pero real como el nombre y apellido del que me la relató; en su momento la transcribió el cronista y nadie, menos aún el protagonista, la rebatió. Se trata de Adolfo Suárez, primer presidente constitucional español desde la Restauración de la democracia. «Un mal día, será de diciembre -significaba Suárez- recibí en La Moncloa datos muy exactos del golpe involucionista (así lo llamó él) que estaba preparando el general Armada con algunos personajes del establishment muy identificados». Y continuaba: «Aquella mañana tenía una obligación parlamentaria consistente en acudir al Congreso de los Diputados y una audiencia programada, normal, con el Rey, así que acudí a la cámara primero, procuré inmediatamente una entrevista con el líder de la oposición, Felipe González, y nos encontramos en el Salón de los Pasos Perdidos. Le conté lo que sabía y, para mi sorpresa (términos textuales que el cronista mantiene como apuntados), González largó una larga bocanada al puro que fumaba, miró al artesonado del texto y no se pronunció mas que con un leve y yo creo que despreocupado ‘¡joder!’. Nada más. Y nos despedimos».

Meses después, ya con el golpe causado al Régimen del 78 y en una campaña electoral con Suárez, presidente ya del CDS, en viaje por tierras de Cantabria, quiso este impertinente cronista recordarle aquel incidente que él me había confiado punto por punto. No me replicó más que ésto: «Ya está apareciendo como que el único tonto era yo». Toda una proclamación de lamento y también de medida irritación. ¿Por qué traer ahora a colación esta historia ignota y negra? Porque del arrebato de inculpaciones golpistas que han puesto en boca de Aznar y Feijóo los más atrabiliarios sujetos/as de la situación política, merecen, por los menos, el recuerdo de quienes, de verdad, se han opuesto siempre y muy declaradamente a cualquier intento golpista en España, y el desprecio de los los que a veces, por unas u otras causas, ha colaborado con ellos. La portavoz del Gobierno o Patxi López deberían cuidar sus referencias al golpismo porque la gente en este país que ellos están destrozando, tienen memoria, y memoria subversiva si viene al caso. Véase el de ahora. O los de ahora mismo, por ejemplo, aquel atentado al grito de «Rodear el Congreso» (la «de» se les quedó fuera, son analfabetos) o las alertas fascistas de las rabiosas de Yolanda en Andalucía.

Y es que existen dos clases de golpismo: el «estilo Pinochet», bombas y metralletas sobre el Palacio Presidencial de La Moneda, y el del partido a partido que está prácticando el jefe secesionista de los citados Pedro Sánchez Pérez-Castejón (que no se nos olviden estos apellidos para el futuro de este pais si es que consigue sobrevivirle al felón). El primero quedó arrumbado en aquella tragedia cómico-castrese del 81, el segundo se esta practicando exactamente en este minuto, y no ya con la ayuda imprescindible de los delincuentes, sino con su protagonismo exigente. Ya sabe el país entero que la palabra de este rufián que aún nos manda  es una trapo incendiado de gasoil, es decir un cóctel Molotov; se sabe claramente esto, por tanto sus ejercicios de disimulo, esas apuestas falaces por la «estabilidad y normalidad» de Cataluña, no son más que una burda añagaza con la que envuelve sus acuerdos con los destructores de España.

Lo peor -se lo decía al cronista este jueves mismo una periodista amiga especialmente avezada- es que mientras esta revolución orquestada y pactada se está asentando en España, la gente sigue pidiendo gambas en Huelva o Benidorm, parece que sin conciencia exacta de lo que están haciendo con ella. De aquí que esta movilización general a la que llaman Feijóo y Aznar sea absolutamente urgente, imprescindible. Es curioso hasta dónde marchan y lo que consiguen los intoxicadores de La Moncloa. Aparte de deslegitimar el mentiroso «golpismo» (del real saben  tanto ellos por tradición) se han lanzado a insuflar de polémica sobre quien ha sido el instigado de la iniciativa primera de la convocatoria, si Aznar o Feijóo. Asunto trascendental sobre todo para unos voceros, mediadores o agitadores que quieren presentar al segundo como un acólito del primero. Aznar, contra el que la izquierda ha perpetrado las más radicales y violentas protestas vecinales, tiene perfecto derecho a alentar a esta población hibernada o dormida para ver si, de una vez por todas, sale de su marasmo para oponerse a la dictadura golpista -esa sí que lo es- de unos forajidos que sin apenas escaños, ni votos, han decidido cargarse nuestra historia, previo el paso de inventarse otra, eso sí históricamente falsa. ¡Faltaría más que estos canallas, sus mamporreros y sus compañeros de viaje nos impidieran salir «al carrer»! Vamos en masa a la calle, saldremos en masa y si sigue haciendo falta cotinuaremos recordando que los auténticos golpistas lo han sido y lo serán ellos. Portavoz incluida. No están los tiempos para amedrentarse ante tanta amenaza, ante tanta presión humillante como la que suscitan los delincuentes y sus ayudantes que habitan en La Moncloa.