Opinión

El Gobierno debe caer

Quién nos diría que el Gobierno caerá, no por la fuerza de la oposición, sino por la realidad de los hechos y el proceder de la justicia. En su camino de servidumbre, el PSOE ha determinado su futuro al control y sometimiento de todos los poderes del Estado, algunos de los cuales continúa en su idea esencial de independencia frente al intento autócrata de controlar su proceder y parecer. No hay esfera pública y privada que no haya intentado ser corrompida por Sánchez y el Gobierno y quizá ahí empieza por entenderse la rebeldía que desde ciertas esferas y ámbitos empieza a manifestarse contra este deterioro de la democracia por la vía del engaño.

En otro capítulo esperpéntico de Sánchez y su consigliere Bolaños, ordenan al rebaño manipular el borrador de la Comisión de Venecia, para que los españoles compren el sindiós de que Europa avala la amnistía, es decir, la corrupción, el privilegio, el chantaje y el robo. Tal intento burdo acredita el grado extremo de desesperación en el que está sumido el sanchismo.

Acorralado por los escándalos, filtran a la prensa afín, tan arruinada en sus cuentas como el Gobierno con sus cuentos, la estrategia de proyectar en la oposición su propia corrupción, mientras niegan cada día a los suyos -ayer tito Berni, hoy Koldo y Ábalos- como Pedro negaba a Jesús. En España, salvo abducidos y sostenidos a beneficio de inventario, nadie cree ya al mentiroso que, de tanto mentir, se ha quedado sin mentiras.

Lo peor que se puede decir del actual Gobierno de España es que no ha llegado a su grado más extremo de putrefacción. Aún puede deteriorarse más. El final del sanchismo será peor que los últimos días del felipismo, cuando la hedionda corruptela que inundó de escándalos el sistema derribó al partido que más y mejor ha asaltado el poder en España desde su fundación. Y con todo, estuvo a punto de volver a ganar las elecciones en 1996. Sánchez, de seguir haciendo el periodismo su trabajo y los jueces el suyo, acabará exiliado en Marrakech como Bettino Craxi, el histórico líder del socialismo italiano condenado por corrupción, finalizó sus días en Túnez: olvidado y repudiado.

Entre todos los que amamos la libertad y la democracia, la verdad y la transparencia, el Estado de derecho y la separación de poderes y la igualdad y el progreso real, debemos insistir hasta que Sánchez y los suyos caigan. Porque el caso de las mascarillas es un escándalo sin parangón. Mientras la gente moría, ellos se forraban con la tragedia rellenando esquelas y estadísticas. Si ya fue deleznable robar a los parados andaluces y gastar ese dinero en vicios inmorales muy afines a la casa y la causa, enriquecerse con la salud ajena condena al paredón a sus promotores, responsables y cómplices. La peor administración que ha existido en la democracia contemporánea europea no puede seguir en pie ni un minuto más y si lo consentimos como ciudadanos, no habrá más remedio que resignarnos ante la previsible, progresiva y progresista eliminación definitiva de nuestras libertades.

En su ocaso manifiesto, el Gobierno socialista ha convertido la corrupción en un derecho. Decir que el socialismo es la historia de una farsa convertida en buenismo humanitario es repetir lo ya conocido -excepto si viviste bajo las leyes de educación del PSOE-. Subrayar que el socialismo, desde su inventada existencia, es una gran mentira transformada en propaganda rentable basada en las correctas intenciones de la gente con la única idea de enriquecerse cuando llega al poder, es retratar fidedignamente el pasado y presente. Recordar que todo socialista defensor de gobernar la vida ajena desde lo público es sospechoso de corrupción, sólo ahonda en la profunda grieta moral de nuestro tiempo. La izquierda, cuando toca poltrona, o sea dinero, destroza todo lo bueno que hay en el noble arte de la política y en el humanismo consustancial a las relaciones humanas. La gestión se sustituye por el verbo y la prosperidad por miseria. A partir de ahí, lean Historia.