Franco, el fichaje de Sánchez para las elecciones

Franco, el fichaje de Sánchez para las elecciones

Si vamos por lo fino diré que es un brindis al sol, pero si por la tremenda diré que es la última pillería de un trapisondista. Hace aproximadamente un año el aún presidente –espero que por poco tiempo– se subió al cadalso de la memoria histórica y anunció que antes de marcharse de vacaciones de gorra sacaría la momia de Franco de Cuelgamuros. El hombre, acostumbrado a marcarse faroles y contar sus discursos por mentiras, no ha pestañeado ahora anunciando que el 10 de junio llevará la piqueta al Valle de los Caídos, extraerá el féretro del extinto hace ya la tira de años, y le trasladará al osario de El Pardo, a la vera misma del palacio donde vivió la mitad de su vida. Muy seguro  para eso tiene que estar el trapisondista de que va a repetir en la Presidencia, pero, tan fatuo como es y con la ayuda inestimable de su gurucillo de cabecera, el trasplantado piloso de Estambul, Iván Redondo, ya se ha convencido de que es el macho alfa que reina en la política española. Los cronistas afectos le celebran como tal y él ya se siente el Robert Kennedy del S. XXI. Si no fuera porque este disfraz hace daño a la misma estructura de España como una nación seria y respetada, este macho alfa sería la risa del mundo mundial.

Pero la cosa no está precisamente para echar unas risas. El aún presidente –insisto, espero que por poco tiempo– abre cada semana su agujereada chistera y presenta un nuevo roedor. Se trata de entrampar a sus rivales –él no tiene contrincantes, sólo enemigos– para que éstos se caigan en el barro y pierdan los nervios mientras les traga el cieno. Hace unos días Sánchez rescató la barbarie de la eutanasia activa sin saber una jota de qué es, en qué consiste y qué significa realmente ese asesinato. El va de progre universal por la vida y encima está gozoso porque la ley que pretende alumbrar liberará camas en los hacinados hospitales de la Seguridad Social. Así se reduce el galopante déficit. ¡Cuánta miseria puede anidar en la conciencia de un charlatán!

A él –nadie se engañe– le importa una higa Franco, su momia y su historia que él probablemente desconoce en su totalidad. De Franco por cierto vivieron sus padres francamente bien. El juega con su cadáver porque cree -se lo dice su gurucillo-veleta que un asunto tan moralmente resbaladizo como el de la eutanasia cruje las estrategias políticas de sus rivales. Estos, si se colocan contra el bodrio legal con el que amenaza Sánchez, inmediatamente serán presentados por la televisión oficial como retrógrados y, claro está, como redomados fascistas. Pero, ¡ay! si apoyan la iniciativa tal y como hace increíblemente Ciudadanos, Sánchez con rapidez inusitada ordenará a sus terminales que propalen la esencia de un partido que enfada a sus votantes. Esta es la trampa.

Es de esperar por tanto que ni siquiera Vox rompa su estruendoso silencio –¿cuánto tiempo lleva desaparecido Abascal?– y caiga en este cepo o en la enésima y falaz exhumación de Franco. Es de esperar que se queden con Franco sus enterradores y desenterradores. Franco no es negociado de los partidos de la oposición, está en la cuenta corriente de Sánchez y sus ejércitos de melitones embravecidos. Porque Franco no es el problema. Ni a uno solo de los españoles en ejercicio le interesan las peripecias pasadas de un personaje que murió hace cuarenta y tres años. El problema que acucia a España, a su perdurabilidad como Nación secular no es otro que el presente jefe del Gobierno. Sánchez sigue en estas vísperas electorales compadreando con la más baja estofa de la política nacional; con los comunistas financiados por Irán y Maduro, con los saboteadores de nuestra Nación, con el dúo tragicómico Puigdemont-Torra, y con los proetarras de Bildu que estos días han vivido sin la menor piedad el aniversario del asesinato de Miguel Angel Blanco. Estos son los cómplices de Sánchez, los que le convierten en el más sucio barrenero de España.

Ese es nuestro problema de ahora. Franco, no. Le teníamos felizmente arrumbado, habíamos construido una España democrática y libre sobre su indispensable olvido. Primero, le removió Zapatero de su tumba y ahora Sánchez pretende cambiarle de asilo mortuorio. No es nuestro problema, es el suyo. Franco no es el problema de España; el problema de España se llama Sánchez. Esta pesadilla que, contra todas las luces de la razón y la lógica, puede ganar las elecciones, contando, eso sí, con la crónica estupidez de la derechorra.

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