Opinión

Europa habla catalán, pero en voz baja

Se nos ha puesto Europa bilingüe. O trilingüe, o vaya usted a saber cuantilingüe. En Bruselas, donde se firman los silencios y se disuelven las naciones, Alemania —esa Alemania tan seria, tan cartesiana y tan dada a los ademanes graves— ha decidido plegarse al último capricho de un prófugo con ínfulas de estadista mediterráneo, Puigdemont, y que el catalán suene entre los pasillos de la Unión como si fuera la lengua franca de los dioses.

El canciller Friedrich Merz, que hace dos meses juraba que la oficialidad del catalán «no era viable a corto plazo», ahora sonríe junto a Sánchez como si el idioma de Verdaguer fuera la llave mágica para descifrar la inteligencia artificial europea. Ya lo dijo Orwell: «El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen verdaderas». Y vaya si lo han logrado.

Sánchez, que en su tablero se cree un Napoleón sin caballo, mueve ficha como quien coloca una trampa de seda: le ofrece a Puigdemont un gesto simbólico —una lengua, un mapa sentimental— y a cambio obtiene oxígeno para seguir gobernando en el alambre. Mientras tanto, Junts juega a la ruleta rusa institucional: amenaza con romper, consulta a sus militantes, y desde Waterloo o no sé, desde Vallespir -vaya usted a saber-, Puigdemont, se permite dictar los tiempos de España como si la geografía fuera un anexo de su despacho belga.

Y ahí, entre los papeles sellados y las sonrisas diplomáticas, aparece Alemania. No la Alemania de Goethe, ni la de Mann -galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1929-, ni la que levantó Europa sobre las ruinas de la razón; sino una Alemania pragmática, casi servil, que se pliega a la voluntad de un Sánchez en apuros y a las sombras de un Puigdemont que ni siquiera pisa su propio país. ¿Qué se esconde tras ese súbito entusiasmo teutón por la diversidad lingüística? ¿Quizás un cálculo comercial, un trueque de favores, un algoritmo de IA que traduce votos en concesiones?

El Reino Unido, con su inglés imperial y su ironía victoriana, se marchó de Europa para no soportar estas coreografías. Nosotros, en cambio, seguimos bailando. Entre tanto, el castellano, ese idioma que fundó medio mundo y parió a Cervantes, a Lorca y a Borges (aunque éste último renegara de todo), se ve reducido a una nota a pie de página en los informes de la Comisión.

Desde Vox, pasando por un PP que aún no sabe si gritar o susurrar por todo lo que está sucediendo en nuestro país, nadie parece entender que el problema no es el catalán —lengua bellísima, noble y digna— sino su uso como ariete político. En esta tragicomedia ibérica, las lenguas no sirven para comunicarse, sino para dividir; no para entenderse, sino para cobrar subvenciones en Bruselas o España.

Y desde aquí, desde estas modestas líneas que escribo, cuento cómo Sánchez está inventando el esperanto del oportunismo. Y, con colmillo curtido, diría que, Europa se rinde, una vez más, sin disparar un solo tiro.