Opinión

Europa caerá como fruta madura

Niza nos ha situado de nuevo en el día de la marmota europea, bajo el telón de fondo de una secuencia melódica conocida: atentado-condena-rezos compungidos-atención mediática-olvido. No importa lo cuantioso de la desgracia, sino el carácter moral del atropello. Casi un centenar de almas pisoteadas más por la indolencia de un continente que ha renunciado a ser lo que fue. Para aceptar, en aras de una suerte de buenista conciencia humanista, lo que nunca debería ser. Los pilares que cimentaron Europa durante siglos hace tiempo que se resquebrajan mientras las élites políticas de Bruselas y los extremos sociales y gubernamentales de muchos países se flagelan contra lo inevitable: quienes dinamitan desde el corazón de Europa su esencia definitoria no quieren convivir, sino guerrear. Es una cultura contra otra, dos modos de vida que no resisten comparación, que no pueden convivir, que no deben convivir. El Medioevo contra la Modernidad, las cadenas frente a la razón.

Cuando Tomás de Aquino o Francisco de Vitoria exponían, bajo proposiciones y condiciones, las causas justas de una guerra, elevaron una doctrina moral sobre la misma basada en el principio de la injuria o la necesidad de promover el bien frente al mal. Y lo hicieron sabedores de que los mensajeros del miedo tienen como principales aliados, no a los soldados mártires que todo lo inmolan, sino a los guardianes de la esencia cobarde que crece desde el falso axioma «la violencia genera más violencia». Así cruzan fronteras, llegan hasta nuestras casas, atentan impunemente contra nuestro forma de vida y aumentan su sonrisa a cada dolor compartido y viralizado.

En el frontispicio de la desgracia, lugares comunes de tristeza y sentimientos acompañados: «Condenamos los atentados de Niza…» «Solidaridad con el pueblo francés…» «Hoy más que nunca a favor de la libertad…» Y así hasta el siguiente crimen televisado por esos periodistas de salón que creen que hacen profesión de las vísceras, autoungidos como los nuevos Randolph Hearts del morbo. Ayer, sólo TVE hizo honor a tan noble profesión de contar y cantar las noticias con una cobertura que mezclaba rigor informativo y discreción visual, siguiendo el patrón de las televisiones francesas, que no emitieron testimonios de la masacre por respeto a las víctimas. Muy distinto al tratamiento que ciertos comunicadores del star system patrio hicieron del suceso. Cuantas más muertos en pantalla, mejor. A ser posible con música tétrica y lastimosa de fondo, para excitar los sentidos de una audiencia atrofiada de pensamiento pero enervada y excitada ad nauseam en su búsqueda de culpables que calmen su castigada conciencia. Sentí vergüenza de pertenecer al mismo gremio de gente que prioriza su ego al respeto a una memoria desconocida, que prefiere la exclusiva corpore insepulto del muerto que relatar lo sucedido como antaño, cuando sólo la pluma del escribidor oficiaba la ceremonia del desastre, como una epifanía coral que transportaba a las páginas de un periódico los sucesos como si lo viera y viviera el lector. Olvidan que el terrorismo vive también del afán de protagonismo del periodista.

Más allá de la ignominia de ciertos comunicadores, lo relevante fue el proceso que siguió la ciudadanía digital en las redes: rezos, lamentos y más condenas. Y fuera. No entienden, quizá porque no conocen la Historia, que una guerra contra el mal que persigue la libertad nunca se ganó condenando y rezando. El judeocristianismo edificó hace siglos un continente que basó su desarrollo intelectual y científico bajo cimientos grecolatinos. La escolástica incrementó los saberes que luego el Renacimiento apuntaló. Nada de eso parece quedar hoy. Destruir la historia no sólo se hace aniquilando los vestigios arqueológicos y arquitectónicos de una civilización. También se destruye, poco a poco, gota de sangre a gota de sangre, practicando el laissez faire laissez passer que todo lo admite y permite. Porque sí, porque somos la tolerante civilización cool. Niza sólo es una parada más. A la espera de la siguiente. Mientras sigamos como marmotas, repitiendo procesos, el miedo será nuestra compañía permanente. Los atentados no se condenan. Los atentados se combaten. O Europa caerá como fruta madura. Al tiempo.