El estilo de un Papa para un cambio de época
Resumir un pontificado tan poliédrico y activo como el del Papa Francisco en unas pocas líneas obliga a adoptar un punto de vista desde el que destacar algunos de los elementos que, a juicio del que escribe, resulten más interesantes. Todo lo que queda fuera de esta selección no es menos importante, que conste. Como buen jesuita —el primero de esta importante orden religiosa en la historia de los últimos cinco siglos de historia en llegar a la sede de Pedro— es un hombre de pensamiento y de acción a partes iguales. El lema de su escudo episcopal, que ha mantenido en el emblema papal, recoge, además, cómo hacerlo: miserando atque eligendo, esto es, mirando con sentimiento de amor y eligiendo a todos. Con ese lema de fondo se comprenden bien todos sus gestos, sus enseñanzas… su estilo.
Hace años que tuvo el convencimiento de que no nos encontramos «en una época de cambios, sino en un cambio de época». No se queda en la superficie de los acontecimientos, sino que trata de detectar su calado para proponer, sin complejos ni cautelas, que hoy los católicos tenemos que evangelizar «a contracorriente». Recorreré estos años de su pontificado mostrando cómo ha aportado unos criterios de análisis y discernimiento muy lúcidos. Cómo ha señalado unos retos claros; propuesto unas claves para hacerles frente; y, por último, marcado un estilo muy personal.
La formación jesuítica da importancia a la adquisición de criterios con los que conocer y analizar la realidad. Insiste mucho en el discernimiento, uno de los pilares de la espiritualidad ignaciana, de su magisterio y de su acción de gobierno. Ese discernimiento le lleva a no dar nada por sabido o alcanzado, siguiendo también la máxima de san Ignacio de Loyola de no tener límite para lo grande, pero concentrarse en lo pequeño. El horizonte de su acción trata de ser siempre lo más amplio posible, aspirando a lo máximo, pero ocupándose para ello de dar bien los pasos en las pequeñas cosas de cada día. Poner las bases, no correr en obtener resultados inmediatos, usando del diálogo a todos los niveles. A la luz de este discernimiento, por ejemplo, se entienden mejor los cuatro criterios con los que animaba a analizar las cuestiones sociales desde la Evangelii Gaudium: la unidad prevalece sobre el conflicto, la realidad es más importantes que la idea, el todo es superior a las partes.
En diversos momentos y documentos ha señalado los que considera los dos grandes peligros o tentaciones contrarias al discernimiento y que provocan peligrosas falsificaciones de la santidad: el gnosticismo actual y el pelagianismo. Dos herejías que a lo largo de la historia reaparecen como tentaciones que desvían del verdadero Evangelio: buscan una seguridad doctrinal y disciplinar que enrarecen el espíritu. El gnosticismo subjetivista elabora una doctrina, confiado sobre todo en la propia razón, y encierra el misterio de Dios en los límites y corsés de un constructo teórico. Por su parte, el voluntarismo soberbio de toda tentación pelagiana convierte la exigencia de las normas en un fin y no en un medio para la santidad.
Leyendo la realidad eclesial, cultural y social, ha señalado los principales retos para el católico hoy. El más grave en este cambio de época es la crisis antropológica, que exige «una valiente revolución cultural» dirigida «a crear las disposiciones para que el Evangelio sea escuchado por todos». ¿En qué campos? Los ha desarrollado como claves en sus encíclicas sociales, Laudato Si’ y Fratelli Tutti, pero no ha dudado en enumerarlos en diversos foros: «El catolicismo puede adquirir relevancia en temas de interés mundial, como el medio ambiente, los migrantes y los refugiados, y el respeto por los derechos humanos», porque tales son los retos comunes para todos los hombres en el nuevo milenio.
A modo de resumen, Francisco ha tenido un estilo muy personal: criterio, sí, pero con gestos, acciones. Convencido de que la Iglesia tiene que salir al encuentro del mundo, ha propuesto los gestos que trasluzcan la clave del anuncio cristiano: la Resurrección. Ha criticado claramente que haya «cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua». Y de ahí sus verbos preferidos: primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar. Ese neologismo del primerear, tomado del mundo futbolístico argentino da la clave: hay que salir a jugar al ataque, no a la defensiva. Ser los primeros en salir al encuentro de los demás, de aquellos más necesitados, de quienes están esperando los gestos más significativos en un cristiano, los de estar al lado de todos.
La mejor síntesis de su pontificado la hizo él mismo en un podcast con motivo de los diez años de su elección: «Tres palabras: fraternidad, llanto, sonrisa… Fraternidad humana, todos somos hermanos, reconstruir la fraternidad. Aprender a no tener miedo de llorar y sonreír: cuando una persona tiene miedo de llorar y sonreír, es una persona que tiene los pies en el suelo y la mirada en el horizonte del futuro. Si uno se olvida de llorar, algo va mal. Y si uno se olvida de sonreír, es aún peor».
* José Ángel Agejas es catedrático de Ética en la Universidad Francisco Vitoria.
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