Opinión

El error del apaciguamiento

Las elecciones autonómicas celebradas en Cataluña han arrojado un resultado desastroso tanto para Cataluña como para el conjunto de España. Con todo lo que ha pasado en dicha región y con el pésimo gobierno de la Nación quetenemos -como muestra la mala gestión de la crisis de la pandemia, con su candidato en Cataluña, Illa a la cabeza-, sustentado sobre los independentistas, el antiguo brazo político de ETA y el comunismo más rancio que existe -si es que puede haber algún comunismo que no lo sea-, resulta terrible ver que allí han empatado, prácticamente, el PSC, ERC y el partido de Puigdemont, mientras que los partidos constitucionalistas se quedan en unos escuálidos veinte escaños.

Es cierto que Vox ha sido el gran triunfador de la noche electoral, porque de no tener representación en el parlamento de Cataluña ha pasado a ocupar once escaños, pero, como ha dicho el propio Abascal, no deja de ser un mal resultado para Vox, porque los resultados globales han sido penosos para el conjunto de España, aunque la claridad del mensaje de este partido haya resultado premiada por los votantes constitucionalistas, que en su mayoría se han reunido en torno a Vox para que los represente, al sacar más diputados que la suma de Ciudadanos y PP.

Siempre que un partido constitucionalista es claro, es premiado en Cataluña, porque sus votantes necesitan claridad, firmeza y valentía para defenderlos, y cuando no lo es, los electores lo castigan, que es lo que ha pasado con Ciudadanos y con el PP en estas elecciones.

Lo del partido naranja no es novedad, porque nunca ha sido muy claro y desde que Arrimadas desistió de sus responsabilidades en Cataluña para tratar de ser la muleta del PSOE en Madrid -sin lograrlo, por cierto, nada más que para lo que le conviene a Sánchez- todavía lo es menos.

En cuanto al PP, es una pena que con un gran candidato como es Alejandro Fernández, posiblemente el mejor que ha tenido el PP en décadas desde que lo fuera Alejo Vidal-Quadras, el resultado haya sido el fruto de un cambio de rumbo hacia el apaciguamiento emprendido por su dirección nacional, seguro que bienintencionado, pero profundamente erróneo. Alejandro Fernández intentó aunar a todos los votantes del PP de siempre, y para ello reclutó en algún mitin a Cayetana Álvarez de Toledo y a Alejo Vidal-Quadras, pero la tibieza en las manifestaciones de sus líderes nacionales y el cambio de opinión en algunas cuestiones esenciales para sus electores, han hecho que pierda un escaño sobre los ya pobres resultados de 2017, pasando de cuatro a tres escaños, a sólo un punto porcentual en Barcelona -que es por donde ha conseguido los mencionados escaños- de quedar extraparlamentario.

Cabe una reflexión profunda en todo el bloque constitucionalista de centro-derecha -que en Cataluña es prácticamente lo mismo-, porque estas elecciones muestran claramente que es imprescindible que se unan si es que quieren tener opciones de ganar las elecciones a la suma de socialistas, comunistas e independentistas, porque esa amalgama es la que sostiene y parece que sostendrá al Gobierno de Sánchez.

Por otra parte, no cabe la política de apaciguamiento. En noviembre de 2004, en el Aula Magna de la Universidad CEU San Pablo, Faes inició un ciclo de conferencias llamado “La Revolución de la Libertad”, que conmemoraba el entonces decimoquinto aniversario del derribo del muro de Berlín, donde se proyectó un vídeo en el que se recordaba que siempre que se ha aplicado una política de apaciguamiento, el agresivo al que se trataba de apaciguar ha crecido y provocado un mal mayor. Por eso, frente al golpismo no se puede pretender apaciguar, porque cuando eso sucede termina en un referéndum ilegal, un intento de golpe de Estado, una población rota y una economía maltrecha, además de con el descalabro de quien pretende ser el apaciguador. Quienes ondean una bandera “estelada”buscan romper la Constitución, no buscan que se les entienda ni entender a nadie. Sólo quieren alcanzar su objetivo.

Por último, debería quedarle claro a todo el centro-derecha que si se pelean entre ellos, si tratan de levantar barreras entre ellos, o si se descalifican entre ellos, ganará el otro bloque, porque, nos guste o no, hay bloques: uno que defiende la Constitución, y otro con partidos que la atacan o que se apoyan en los que la atacan para gobernar, y este último bloque va ganando y seguirá haciéndolo si el centro-derecha sigue cayendo en los errores antes mencionados. No se trata de ser transversales a los dos bloques, sino de conseguir que muchos ciudadanos elijan antes la Constitución que una ideología de izquierdas o derechas, pero eso no se logra desdibujando los principios y valores, sino fortaleciéndolos para ofrecer a esos electores huérfanos de izquierdas una alternativa sobre unos principios comunes, al tiempo que no se deja huérfanos a los votantes de centro-derecha por apartarse de la senda de las ideas, que importan, y mucho. Si el centro-derecha no rectifica, nada tendrá que hacer, con especial perjuicio para el partido que se enroque en su posición y para toda España, que sufrirá las consecuencias de un mal Gobierno. En aquel ciclo de conferencias antes citado, también se recordaba una famosa cita de Edmund Burke: “lo único necesario para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada”. Algunos deberían tomar buena nota.