Opinión

Enigma Kate

El reciente escándalo en torno a Kate Middleton, Princesa de Gales, nos ofrece una valiosa lección sobre la gestión de crisis en figuras públicas. Desde mediados de enero, cuando Kate se retiró de la vida pública para someterse a una cirugía abdominal, el Reino Unido ha estado sumido en un torbellino de especulaciones y teorías conspirativas. ¿Infidelidad del Príncipe Guillermo? ¿Divorcio inminente? ¿Cirugía estética? Las conjeturas han sido muchas y variadas, poniendo de relieve la insaciable sed de información del público y la rapidez con la que se difunden los rumores en la era digital.

Sesenta días después de la operación, una fotografía tomada a distancia por una conocida agencia de paparazzis, la muestra sentada en el coche junto a su madre. La foto produjo un efecto contrario al esperado. Se comenzó a especular sobre su mal aspecto, sobre si estaba hinchada o, incluso, si era un doble. Y nadie de comunicación de la institución británica puso coto a los rumores con lo único que se podía hacer: con información veraz.

El intento de la Casa Real británica de manejar la situación intensificó el problema cuando, el pasado 10 de marzo, el Palacio de Kensington publicó una fotografía de la princesa junto a sus tres hijos. La imagen, destinada a tranquilizar al público, desató, sin embargo, una nueva oleada de especulaciones sobre la edición en la imagen.

Era el Día de la Madre, y la instantánea llevaba el siguiente texto: «Gracias por vuestros amables deseos y continuo apoyo en los últimos dos meses. Os deseo a todos un feliz Día de la Madre». La foto muestra a la Princesa sentada, rodeada por la Princesa Charlotte, el Príncipe Louis y el Príncipe George, este último abrazándola. Pero la fotografía traía truco.

Las redes sociales explotaron con acusaciones de montaje. Incluso la agencia Reuters identificó errores: la manga del cárdigan de la hija de Kate no estaba alineada correctamente, y una parte de la cremallera del abrigo en la zona derecha no tenía continuidad. Y lo que eran rumores de salón se llevaron a las portadas de todos los diarios internacionales. El Kate Gate se convirtió en un asunto de Estado.

Las agencias retiraron la imagen y, al día siguiente, el Palacio de Kensington publicó un comunicado firmado por Kate, asumiendo la responsabilidad de la edición y restándole importancia, aunque sin adjuntar la imagen original. No se compartió una nueva fotografía, ni un vídeo de la princesa en el que mostrase su estado de salud actual.

Y el silencio siguió hasta que este fin de semana el diario británico The Times ha puesto fecha para la reaparición oficial. El diario incluye declaraciones de una fuente cercana a la princesa que indica: «Lo que está sucediendo es exactamente lo que dijeron que sucedería: pasaría dos semanas en el hospital y regresaría después de Semana Santa. ¿Y qué si no la han empujado a saludar desde la parte trasera de un coche? Ella no es un poni de exhibición».

Y hoy, al fin, la revista TMZ y el periódico The Sun han publicado unas imágenes en las que se ve a la princesa acompañada de su marido, sonrientes, mientras ella carga una bolsa de una frutería a la que habían acudido a adquirir diversos productos. Hoy comenzarán a decrecer las especulaciones ante el aspecto saludable de Kate Middleton.

Este episodio pone de manifiesto dos realidades indiscutibles. En primer lugar, el oscurantismo en la gestión de la información por parte de figuras o instituciones públicas raramente beneficia a las partes involucradas. El silencio genera debilidad. En una era donde la información se propaga a la velocidad de la luz, el silencio o las respuestas ambiguas solo alimentan la maquinaria de los rumores y la especulación, porque no decir nada ya significa que algo se quiere ocultar.

En segundo lugar, la dignidad y privacidad de las figuras públicas deben ser respetadas. Su bienestar y privacidad merecen ser resguardados, incluso en momentos de crisis pública. Pero una cosa es la privacidad y otra el oscurantismo. No se puede repetir el acoso y derribo que hicieron los medios a Diana de Gales, pero tampoco está la monarquía británica como para que se especule sobre su viabilidad.

El enigma Kate parece estar llegando a su fin, con su reaparición mediática y la agenda oficial programada para el 17 de abril. Sin embargo, las lecciones permanecen. La transparencia y el respeto por la privacidad deben ir de la mano en la gestión de crisis de personajes públicos. Al final, es la humanidad compartida la que debe prevalecer sobre el voraz apetito por la información y el espectáculo.