10-N: lo mejor que nos podía pasar
No por mil veces repetida, una mentira se convierte en verdad. El tan mayoritario como goebbelsiano y podemita periodismo patrio se ha pasado medio verano y parte del otro dándonos la matraca con el cuento ése de lo malo-malísimo que era repetir las elecciones. Que si la ciudadanía está harta, que si los españoles han querido un gobierno de coalición, que si se van a malgastar 140 millonazos con unos nuevos comicios, que si patatín, que si patatán. Olvidan que muchísima gente está encantada con esta segunda oportunidad, que si el electorado hubiera querido un gobierno de coalición habría otorgado mayoría absoluta a la suma de PSOE y Podemos y que el parné que se invierte en una contienda electoral genera empleo y riqueza, vamos, que no va a la basura. ¿O es que acaso las empresas que fabrican los sobres, suministran las infraestructuras necesarias o crean la tecnología lo hacen con mano de obra esclava o con robots?
¿Por qué contertulios, editorialistas y líderes de opinión se han pasado el verano con esta cantinela a cuestas? ¿Porque les preocupa la estabilidad del país? ¿Porque les ocupa la estabilidad de nuestras cuentas públicas? La inmensa mayoría de los plumillas podemitas, es decir, la absolutísima mayoría de los periodistas made in Spain, estaban próximos al orgasmo ante la posibilidad de ver a su jefe de filas en el Gobierno de España, solo o por Irena Montera interpuesta. Por ésta, y no otra razón, han insistido hasta el aburrimiento en que se forjase un gobierno de coalición en el que Iglesias y su banda estuvieran representados.
La estabilidad nacional les importa un pimiento o, como mínimo, lo mismo que a mí las plagas de mosquitos en Indonesia. Básicamente porque el podemismo aplica esa tan vieja como perversa teoría de que “cuanto peor, mejor”. No se les escapa que para imponer sus tesis necesitan que el sistema constitucional que nos regalamos los españoles hace 41 años se vaya al carajo. Por las buenas, democráticamente, nunca conseguirán nada en una nación sensata como pocas y centrada como ninguna. Lo que quieren es rematar la mejor etapa de nuestra historia para imponer a lo Chávez su pensamiento único. Ni más ni menos, ni menos ni más. Así empezaron, por cierto, en su paraíso favorito: la República Bolivariana de Venezuela.
Por si tras esta parrafada no les ha quedado claro, ahí van 10 razones para estar encantados de volver a ir a las urnas el segundo domingo de noviembre:
1.-La extrema izquierda comunista no ha conseguido entrar en el Gobierno de España. Lo que nos faltaba: tener a los machacas de Maduro y Jamenei en el sanedrín en el que se toman las grandes decisiones de la cuarta economía de la zona euro y la duodécima del mundo.
2.-Echenique y Montera, dos tuercebotas política e intelectualmente hablando, no se sentarán en el Consejo de Ministros. No tienen nivel ni para ser delegados de clase en el colegio, como para portar una cartera con una leyenda dorada en la que figura el consabido “ministro” o “ministra”. Aunque tal vez ellos hubieran optado por el más enrevesado e imbécilmente correcto “ministre”.
3.-Las deliberaciones de los viernes seguirán siendo secretas. ¿Alguien duda de que se hubiera quebrado este precepto legal semana sí-semana también? ¿Cuánto tiempo habría transcurrido entre el fin del Consejo y la publicación en los medios retro-progres de la letra pequeña de las decisiones adoptadas, de las discusiones entre ministros o de las opiniones políticamente incorrectas desgranadas en las dos horas y pico que duran las reuniones monclovitas? ¿Quince minutos? ¿Media hora? ¿Tres cuartos? Resulta incontrovertible que no hubiera pasado de la hora.
4.-Tener a Podemos en el Gobierno es tener a Bildu, la sucursal política de ETA, y a los golpistas catalanes, se llamen ERC o respondan a las siglas de la CUP. Un caballo de Troya de imprevisibles consecuencias. La piraña en el bidé, el enemigo en casa.
5.-Un Gobierno dentro del Gobierno. Los que hablan del desgobierno vuelven a dejar en el tintero un nada insignificante detalle: ¿qué es más caótico repetir las elecciones o tener dos ejecutivos en uno?
6.-¿Se imaginan la que se hubiera liado con estos pájaros controlando el Ministerio de Trabajo? La Securitate de Ceaucescu o la KGB de Stalin hubieran sido unos aprendices a su lado. El terror entre el capitalismo nacional estaría servido. Por no hablar del sistema de pensiones, que habrían hecho insostenible a base de dispararlas exponencialmente.
7.-La reforma laboral de Fátima Báñez, bendita culpable de que aquí se hayan creado 2 millones largos de puestos de trabajo en el último lustro, tendría los días contados. Nos la copiaron los socialistas franceses, la plagiaron sus sosias portugueses, pero en el lado este de la Península Ibérica habría pasado a mejor vida.
8.-El ilusionante Partido Popular de Pablo Casado tiene ante sí la posibilidad de quitarse la espinita clavada el 26 de abril con el peor resultado de su historia.
9.-Sin prisa pero sin pausa volvemos al bipartidismo. Las encuestas apuntalan la consolidación de los liderazgos de Sánchez y Casado y el consiguiente regreso a ese turnismo posmoderno que ha permitido la etapa de mayor prosperidad, estabilidad y paz en nuestra convulsa historia. Por algo los países más potentes del mundo son regímenes bipartidistas o bipartidistas imperfectos: los Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Suecia, Noruega o Dinamarca.
10.-Last but not least. La posibilidad de un Gobierno moderado, PSOE-Ciudadanos, o de una arriesgada a la par que necesaria abstención del PP está más cercana que nunca. Me juego lo que quieran a que Rivera no lo apuesta todo al “no es no” a Sánchez con el que se descolgó la campaña anterior mañana, tarde y noche. Afortunadamente, el escenario de un Ejecutivo PSOE-Podemos ha acabado en el contenedor de la historia, no veo yo a Sánchez sin dormir por las noches tras meter a los coletudos en su equipo ministerial. El concepto que el presidente tenía del indeseable caudillo podemita era inempeorable antes de esta primavera. Detesta sus formas, sus embustes, su chulería, su falta de palabra y su extremismo. El socialdemócrata que se esconde tras esos trajes perfectamente planchados (como percha no le gana nadie) ha llegado al odio infinito tras todo el juego de trileros al que le ha sometido su impresentable interlocutor. Son irreconciliables.
No soy ni seré nunca sanchista porque no soy ni he sido nunca socialdemócrata. Y porque, de momento, Sánchez no es González. Un González que jamás jugó con esa cosa de comer llamada unidad de España. La exitosa y no menos diabólica táctica de conquistar poder territorial al precio que sea no le hace merecedor de momento del favor del centroderecha. Navarra es, para mi desgracia, la epítome de cuanto digo. Es como los israelíes cuando arrebatan territorios sacralizados por la ONU a los palestinos: saben que quitarte de en medio será muy complicado por no decir imposible y, cuando menos, necesitará de muchos años para ser una realidad. Sánchez prefiere que le pongan una vez colorado que ciento amarillo si con eso se asegura Navarra, Baleares o la Comunidad Valenciana para muchos años. El 10-N es una oportunidad que ni pintiparada para centrar de nuevo a este país, para que Sánchez abandone a bilduetarras, golpistas y demás gentuza. Y para que se constituya un Gobierno que al menos no se cargue lo que tanto ha costado recuperar: la prosperidad tras la peor crisis conocida.
Y en contra de lo que sostiene la opinión publicada, los ciudadanos no decidieron el 26-A que hubiera un Gobierno de coalición. Más al contrario, lo liaron todo aún más si cabe al no concentrar el voto en los partidos mayoritarios de cada bloque. No sé yo, pues, quién es más responsable de esta segunda vuelta, si los políticos o esos ciudadanos que votaron pluripartidismo. En cualquier caso, qué carallo, de qué nos quejamos, votar es una maravilla. Hace no tanto, 43 años, estaba prohibido. Bienvenido sea el 10-N.