Un préstamo al diablo

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El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez (Foto: Getty)

Pedro Sánchez comienza a definir cuál será su plan de acción en el asalto a La Moncloa. El favor a ERC y CDC en el Senado denota que el secretario general del PSOE prefiere poder y Presidencia, aunque sea a cualquier precio, a un gran pacto de Estado entre fuerzas constitucionalistas que desbloquee la ingobernabilidad en España. El préstamo de cuatro diputados a los golpistas va mucho más allá de un gesto puntual, es un acuerdo tácito para un futuro que Sánchez espera cercano y que, sin escrúpulos, le permitiría gobernar la misma nación a la que sus potenciales socios pretenden amputar una parte muy importante. Un contrasentido que el secretario general del Partido Socialista parece llevar hasta sus últimas consecuencias con tal de no convertirse en un «jarrón chino» dentro de su propio partido.

No obstante, la legitimidad de Sánchez para gobernar es muy limitada por mucho que se afane en pregonar lo contrario. De seguir así, y como rehén de esa circunstancia, empeñará su futuro, el de su partido y, lo que es peor, el de toda España en base a un pacto inverosímil con aquellos que quieren romperla. No debemos obviar el hecho de que el hombre que le guiña desesperadamente el ojo al diabólico nacionalismo es el mismo que consiguió los peores resultados del PSOE en unas generales desde la Transición. Alguien a quien habría que exigirle unas miras más amplias y, sobre todo, menos egoístas. En el contexto actual hay mucho más en juego que fatuos egos e intereses partidistas, tenemos entre las manos el futuro del país. Por eso resulta aún más preocupante que en las últimas horas, además de la maniobra en la Cámara Alta, el líder socialista haya mantenido una línea de declaraciones que provocan estupor incluso entre los propios barones de su partido: Guillermo Fernández Vara, Emiliano García-Page o Susana Díaz.

El préstamo de hoy es, por una parte, una perversión del sistema y una burla directa a una institución en constante entredicho como es el Senado. Por otro lado, supone una tomadura de pelo a los electores que se decidieron por el PSOE y que ahora ven cómo sus votos sirven para dar mayor presencia estatal a unos políticos que han hecho del desprecio a España y sus instituciones el leitmotiv de su actividad política. Un hoy por ti y mañana por mí que Pedro Sánchez ha llevado hasta el punto de criticar al propio Rey Felipe VI, símbolo máximo de la unidad de España, por no recibir a la presidenta del Parlament, Carmen Forcadell. Una mujer que asumió su cargo al grito de: «¡Viva la República catalana!».

Dos partidos, Esquerra Republicana y Convergència, cuyos consejeros en Cataluña, capitaneados por el más radical entre sus iguales, el president Puigdemont, han despreciado sistemáticamente tanto al Rey como a la Constitución durante la jura de sus respectivos cargos. Una prueba más de que esta minoría de fanáticos ubicados al otro lado del Ebro no espera diálogo y comprensión, sino la ruptura absoluta con España. Un país al que quieren secuestrar y a cuya historia pasaría Sánchez, si no recapacita, como el hombre que les entregó su unidad en bandeja de plata para que la pisotearan.

 

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