Dictadura: ni aquí ni allá
La comunidad internacional tiene que actuar contra Nicolás Maduro antes de que estalle definitivamente la guerra civil en Venezuela. Será el único modo de evitar un baño de sangre, la misma que ya empieza a teñir buena parte del país caribeño. Las calles se han convertido en una trampa mortal para los ciudadanos. Efectivos del Ejército se confunden con las fuerzas paramilitares armadas por el dictador. Unos y otros, amparados por la impunidad de las armas, el libre albedrío y una violencia feroz, se valen del asesinato si es preciso para silenciar las manifestaciones pacíficas de los opositores, que contienen la respiración cada vez que el silencio se apodera del encarcelamiento del preso político Leopoldo López. La dialéctica del gatillo y los barrotes domina una nación secuestrada por un demente.
Un sistema inquisidor donde jerarcas como Diosdado Cabello señalan en televisión tanto el domicilio como el nombre concreto de cualquiera que se atreva a disentir en esa locura colectiva llamada República Bolivariana de Venezuela. A pesar de la gravedad de este tipo de hechos, el contexto va mucho más allá en su disloque. Mientras Nicolás Maduro baila frente a todo el país en horas de máxima audiencia para celebrar su último golpe de Estado —Asamblea Nacional Constituyente mediante— las balas perdidas, los disparos a tradición, las cuchilladas e incluso una tanqueta pasando por encima de una persona forman parte del paisaje atroz que coloniza una realidad social recrudecida hasta el extremo del desastre con 37 asesinados en el último mes, incluidos menores de edad. Aunque la dictadura de Nicolás Maduro agoniza, los últimos estertores del régimen sumen a sus compatriotas en una gran purga final.
Tiene razón el secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, al calificar como «tragedia» lo que sucede allí. Hace bien en pedir la colaboración de los países europeos para poner fin al desastre humanitario perpetrado desde la guarida del lobo populista: el Palacio de Miraflores. En ese propósito ha de estar España, donde la mayoría de fuerzas políticas han mostrado su apoyo y solidaridad a todos aquéllos que luchan por devolver la libertad a un país arrasado por la represión. Desgraciadamente, no es el caso de Podemos. Hijos ideológicos y con la hucha llena por la divisa dictatorial, jamás han condenado los crímenes de Venezuela. Es más, incluso han extrapolado ciertos tics represivos a nuestro país. El último ejemplo es la censura al artista Rafael Amargo por mostrar su apoyo al pueblo venezolano. Hay que abolir cualquier tipo de dictadura, ya sea aquí o allá, donde Nicolás Maduro, al modo del dictador de ‘El otoño del patriarca’, ha mutado de persona a animal.
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