Opinión

La dictadura del resultado

A finales de los 70 el Mallorca atravesó por la que probablemente haya sido su crisis más profunda, al menos la más grave que yo he conocido. En medio de un caos, los derechos federativos de los jugadores vendidos en pública subasta, pagos efectuados con cheques sin fondo, el teléfono y la luz cortadas, el presidente, Miquel Cardell al frente una gestora por la que habían pasado ya otros tres o cuatro responsables abandonaba las viejas oficinas del no menos vetusto Lluis Sitjar y camino de la puerta de salida de la Plaza de Barcelona se detuvo para preguntarme: «¿Tú qué harías para arreglar este desastre?». Aunque entonces Luis Aragonés todavía no había pronunciado su famosa frase, le contesté: «Solamente se puede hacer una cosa, ganar».

Eso ocurrió más o menos a principios de 1978, pocos meses antes de que Miquel Contestí, el único «salvador» cierto en los anales del Mallorca, accediera a la presión ejercida por el abogado José María Lafuente López, para coger las riendas de aquel caballo desbocado que no era más que un asno despellejado. Casi 50 años más tarde, nada ha cambiado. Ganar es la única fórmula que garantiza la estabilidad de un club de fútbol, sea sociedad anónima o la pantomima de los que se definen como sociedades «sin ánimo de lucro». ¡Menuda patochada!.

El Sevilla hundido en la clasificación se debate entre amenazas de ruina mientras su odiado rival, el Betis salva con resultados en el marcador una situación económica seguramente igual o peor. En el Barça, Jan Laporta se enfrenta el sábado a la asamblea de compromisarios que no le pasarían ni una de las operaciones que ha dirigido, pero mientras lidere la liga y siga vivo en Europa, desoirán a la agitada oposición culé. Florentino Pérez reabrirá el Bernabéu para los conciertos y celebrará allí hasta un circo sobre hielo en cuanto Mbappé marque tres goles más, Ancelotti sepa como enacajar al equipo y alcance a los de Flick en la tabla. Y el Mallorca, al que las propias instituciones autonómicas y municipales negaban hasta el pan y la sal, consigue hasta poner a bailar señoras en bikini en el fondo sur, con licencia o sin ella. Lo suyo le costó a Javier Aguirre mantener vivo el fuego de la categoría. Dimonis, aparte.

Pues eso, no hay otro antídoto contra la caída de presidentes y/o entrenadores que «ganar, ganar y ganar». Esa si que es una dictadura, la del resultado. Lo demás, ambiciones y egos pasajeros nunca exentos, desde luego, de beneficios para algunos. O no.