Dentro del Ministerio «jo, tía»
Hoy he tenido un sueño divertido, de esos con los que una se despierta de mala gana deseando cerrar los ojos y permanecer en el otro lado un poco más.
Además, en este caso lo que llamo el otro lado adquiere toda su literalidad puesto que, en brazos de Morfeo, me ganaba la vida como asesora de Irene Montero. No recuerdo, lástima, cómo llegaba hasta el Ministerio «jo, tía», pero allí estaba, vestida de Cos, que es una marca como de menopáusica neoyorquina, es decir, culta, molona y con pasado, lo que trasladándonos a España sería la marca perfecta para que vistan las chicas-del-cable-morado. Y no lo que hay que ver en el Minis.
Al principio, como es normal, esta, su columnista favorita, hacía las veces de excomulgada, me precedía mi fama de tantos años escribiendo en medios no disparatadamente podemitas y mis columnas insistiendo en que ellas y elles, pretendían hacernos creer que lo legal es sinónimo de moral o bueno, cuando no necesariamente o todo lo contrario…
Luego, mi colección de artículos satíricos -para mí, literatura, sin más- sobre Montero y las niñeras de su cohorte, no eran, como ustedes se podrán imaginar, la mejor carta de presentación, pese a que siempre he escrito desde el cariño (y me he reído de todos los demás, empezando por mí); lo que está fuera de toda controversia es que siempre lo he hecho desde la socarronería, objetaba en mi defensa.
Ya saben lo que opino, el humor no es baladí ni frívolo, el humor cumple una importantísima función social y política que es despresurizar, restar dramatismo y destensar. No sólo eso, el humor es la auténtica democracia, porque nos iguala a todos (sí Irene, todes deberíamos reírnos de todes y todes tendríamos razón) y es la única patria.
A lo que iba, no sé cómo ni por qué en mi sueño aparecía en el despacho de Irene Montero con un vestido globo violeta y negro, curiosamente cortado, como una especie de bruja viajada a la que le faltaran escoba y verruga y una carpeta entre los brazos cruzados, no sin algo de sana ansiedad. Mi flequillo cortito y asimétrico era la mejor carta de presentación para los 16 asesores kukiborrokas del lugar. Una cifra con la que supera hasta a 15 ministerios. ¿Saben?
Más asesores, todos a dedo, que, por ejemplo, Exteriores, Industria, Comercio y Turismo, Sanidad, Justicia o Interior. ¿Saben que el Ministerio de Defensa sólo tiene seis?
Lo cierto es que en pocos días pasaba del ostracismo a la popularidad y tiene mucho sentido, tanto que he venido a contarlo aquí, aún de camisón.
Irene Montero, como todos los políticos, necesita menos aduladores, porque uno de sus problemas, quizá el mayor, es su terriblemente visible ángulo ciego. Un espacio pantanoso y desconocido para ellos, que desgraciadamente es muy vistoso para todo el electorado. La ministra Jolines, como todos los políticos, necesita asesores críticos importados de las antípodas. Personas que no se hayan criado bebiendo calimocho con botas pisamierdas y fumando porros en la facultad de políticas de la Complu. Personas que no vivan del chiringuito, y que sean capaces de comentar sus fisuras…
Porque dentro de los partidos la ceguera y a veces la amnesia se apoderan de los que un día desearon conocer el entorno y puede que mejorarlo, no digo que no. Esto último no es una exageración, hace poco cené con una amiga que trabaja en comunicación de Podemos, no puedo dar más datos, y me habló largamente de estos extremos.
«Jolines» se ha negado además a facilitar información sobre las funciones concretas que realizan sus numerosos asesores. Preguntada sobre ello en el Congreso se limitó a evitar la cuestión alegando que las funciones no pueden ser especificadas.
Pero, ¿qué pasaría con la política española e internacional si contrataran consejeros que no fueran pelotas, para variar?