Las cuentas de Carmena
A Manuela Carmena no le cuadran las cuentas. Por tercera vez, el Ministerio de Hacienda le devuelve a los corrales el toro en forma de PEF que ha enviado, por defectuoso e inapropiado, por no atenerse a las normas establecidas en lo relativo a la regla de gasto. Pero, esto, a Carmena no le importa. ¿Y qué es la regla de gasto? Una norma, en forma de cálculo, que impide que el gasto de las administraciones crezca por encima de un determinado porcentaje. ¿Y en qué se basa dicho porcentaje? En una estimación del crecimiento potencial de la economía española, calculada por el Ministerio de Economía a partir del crecimiento de nueve ejercicios: los cuatro precedentes, el corriente, y la estimación de los cuatro siguientes. Pero esto a Carmena no le importa.
¿Qué se pretende con ello? Que el gasto no crezca por encima de lo que potencialmente puede crecer la economía, para que no se genere un nivel de gasto insostenible, basado en crecimientos coyunturales de los ingresos, que en épocas de recesión, al caer, provocaría un déficit presupuestario importante, al quedar el gasto estructural sin apoyo de ingresos, que serían transitorios y que derivarían, por tanto, en mayor endeudamiento. Pero, esto, a Carmena, no le importa. Carmena y su equipo están quedando en el más absoluto de los ridículos por el empecinamiento dogmático de su concejal de Hacienda, Sánchez Mato, que se preocupa más de festejar el aniversario del advenimiento de la ideología que más muertos ha sembrado sobre la faz de la tierra que en ejecutar correctamente las cuentas que deben dar soporte a los servicios de los madrileños en la capital de España. Pero, esto, a Carmena, no le importa.
Ha presentado presupuestos y PEF en reiteradas ocasiones incumpliendo la regla de gasto y no ajustándose a la normativa. Ahora, ha tratado de colarle al ministerio un nuevo PEF donde partía de una cifra de gasto errónea, ya que empleaba la del presupuesto anterior, que también excedía la regla de gasto y que, por tanto, no puede considerarse como válido punto de partida sin riesgo de que el profesor —léase, el Ministerio— le señale al alumno —léase, Ayuntamiento— que está haciendo trampas en el examen, que es lo que ha sucedido. Pero esto a Carmena no le importa. Y debería importarle a la alcaldesa, porque ni se puede incumplir la normativa, ni se puede improvisar tanto de manera tan ridícula, ni se puede dilapidar la buena herencia económica que recibieron, donde se amortizaba deuda a ritmos adicionales anuales de 700 millones de euros sobre los 400 millones requeridos cada ejercicio, que liberaba de carga de deuda a los madrileños con un período medio de pago a proveedores inferior en casi cuatro días al mínimo establecido.
Ahora, entre poner y quitar aceras, destrozar la circulación en muchas calzadas, y distintas subvenciones a determinadas organizaciones, parte de ese dinero se diluye y se va por el sumidero con el agravante de que complica la vida a los madrileños: ese dinero se gasta en esos otros fines poco provechosos en lugar de limpiar más, de mejorar completamente el firme de las calzadas, de reparar las aceras, de cuidar del entorno o de bajar impuestos a todos, cosa, esta última, que nunca harán, porque tienen verdadera obsesión por intervenir en las decisiones que afectan a los ciudadanos en lugar de dejarles más dinero en sus bolsillos para que sean ellos los que decidan qué quieren hacer con él. Mucho presupuesto participativo y, luego, lo único que hacen es mortificar con multas e impuestos a los madrileños. Todo ello ha hecho que el ritmo de amortización de deuda caiga de manera importante, porque en lugar de mantener la cadencia de amortizaciones, parte de ese dinero lo están dedicando a los temas antes mencionados, que para nada mejoran la vida de la ciudad. Presumen de amortizar deuda, pero si lo hacen es porque están obligados, al no poder por imperativo legal, a refinanciar la deuda, y porque la regla de gasto supone un magnífico corsé contra los desmanes de incremento de gasto.
Si no fuese por la regla de gasto, el equipo de Carmena, con Sánchez Mato a la cabeza de Hacienda, habría dejado ya en números rojos al Ayuntamiento de Madrid, porque sólo conciben la gestión con incrementos abultados de gasto, con subvenciones, con intervención pública y con subidas de impuestos. El señor Sánchez Mato o no está a la altura de su puesto o no quiere estarlo, pero sea como fuere, no debería seguir ejerciendo esa responsabilidad, pues los madrileños no se merecen que el equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Madrid no sepa técnicamente cómo presentar unas cuentas o un PEF conforme a la normativa vigente, que les puede gustar o no, pero que es de obligado cumplimiento. Y si no es relevado, entonces será la alcaldesa quien asume esta impericia, no admisible en ningún municipio, con el agravante de que se trata del consistorio de la capital de España. Debería importarle, pero esto a Carmena no le importa.
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