Opinión

Cuando el gran problema nacional es una momia

Un servidor tenía 7 años cuando Franco pasó a peor vida. Mis recuerdos se ciñen a los nueve días de vacaciones que nos dieron al decretarse luto nacional. Todo lo que sé del personaje viene, por tanto, de la lectura compulsiva de libros, libros y más libros. Más allá de cualquier otra consideración hay una que para mí lo dice todo: era un dictador. Y, como tal, para mí está vetado ética y legalmente. Los sátrapas son inmorales por naturaleza. No los hay buenos y malos. Dicho todo lo cual resulta perogrullesco colegir que si el bando “rojo” hubiera vencido en la contienda fratricida que algunos quieren resucitar, aquí se hubiera instaurado un régimen comunista a las órdenes del Estado más criminal de la historia de la humanidad: la Unión Soviética.

Por razones familiares sí viví más de cerca la Transición. De largo, lo mejor (exceptuando el reparto autonómico) que hemos protagonizado en nuestra historia contemporánea. Esa concordia que, empleando las palabras del ejemplar Adolfo Suárez, fue posible. Y fue posible porque vencedores y perdedores aparcaron sus cuitas en pos de una España mejor. Optaron por mirar adelante y no hacerlo en dirección a 1936. Resultado: el periodo de mayor estabilidad y prosperidad jamás conocido en España, tan sólo parangonable a cuando éramos un imperio, allá por los siglos XVI y XVII. Pero eso queda muy lejos.

La Transición puso el punto y final aquel domingo de 1982 en que los que perdieron la guerra ganaron las elecciones generales. El 28 de octubre se puso en marcha un turnismo en versión mejorada, sin caciques y con al menos tantas garantías como los mismísimos Estados Unidos de América o cualquier país de la Unión Europea. Otra de las grandes consecuencias de la vuelta de la democracia fue el cosmopolitismo. Tras décadas de dar la espalda al exterior, de paleto ensimismamiento, nos abríamos al mundo con las benditas consecuencias conocidas por todos.

El tan frívolo como irresponsable de ZP puso patas arriba la España que con tanto esfuerzo y renuncias mutuas creamos. El peor presidente de la democracia, y paradójicamente el más demócrata, retrotrajo a España a 1936 resucitando el peligrosísimo guerracivilismo. Menos mal que las urnas lo largaron en 2011 después de dejarnos como herencia una quiebra técnica de tres pares de narices. Y ahora la está liando parda por razones estrictamente electoralistas un Pedro Sánchez al que han aupado a la Presidencia del Gobierno golpistas catalanes, proetarras y los delegados en la Península Ibérica del hijo de puta que está matando de hambre a su pueblo, Nicolás Maduro.

Tal vez quiere redimir pecados familiares. No lo sé. Lo que es indiscutible es que su familia es de rancio abolengo franquista. Lo peor de todo está por venir porque el marido de Begoña Gómez (que en el fondo es lo que es nuestro presidente) es la mitad de talentoso que un Zapatero que no era precisamente Einstein, tampoco Felipe González, menos aún Willy Brandt. Ahora resulta que el gran problema de España es la momia en que se transformó Francisco Franco en la noche del 20 al 21 de noviembre de 1975. A Sánchez los desaparecidos en la Guerra Civil le importan lo mismo que a mí el hambre en Marte, es decir, entre cero y nada. Lo único que quiere es volver a aglutinar en torno al PSOE a toda la izquierda patria.

Este chico tiene baraka. A su izquierda hay un tío que se cree muy listo olvidando que es bastante tonto y desde luego menos largo que él: Pablo Iglesias. Lo único que va a conseguir con esta acción propagandística  sufragada con las subidas de impuestos que se avecinan es reducir a la condición de partido marginal a Podemos. Veremos. Pero como quiera que tiene a su vera a un tipo que sí es relisto, su spin doctor, mi medio paisano Iván Redondo, han hecho de la necesidad, requetevirtud. El fin último de esta fantasmada vestida de necesidad moral es que los españoles se olviden de los problemas del país. Al menos, durante medio año. Que no es precisamente poco tiempo en una legislatura a la que le restan 20 meses.

Lo que en el fondo anhela Sánchez, o mejor dicho, quien maneja a Sánchez, es decir, Iván Redondo, es que los españoles no reparen en otro hecho aterrador: que la economía ya sufre un enfriamiento consecuencia de su irresponsable Frente Popular. Que tampoco hablemos del Falcon (10.000 pavos la hora) que empleó para irse de marchuki a Castellón o de los trifásicos que han facilitado a la esposísima para que se lleve 100.000 euros a la butxaca con un currículum con más trampas que una película de chinos. Que pase a la sección de breves el pollo inmigratorio que ha montado en Andalucía con el efecto llamada que provocó con el por otra parte impepinable y necesario rescate del Aquarius. Que no reparemos en el pequeño gran detalle que supone que las mafias hayan cambiado Siracusa por Andalucía para franquear las puertas de una Europa cuyo Estado de Bienestar hace aguas por los cuatro costados.

Franco también opaca el debate de las pensiones, la escandalosa manipulación de LA TVErca o que transportistas, tenderos, autónomos y los ciudadanos con menos recursos tengan que pagar un 30% más por llenar el depósito de diésel a partir del 1 de enero. Pero, sobre todo y por encima de todo, Franco servirá para que pase desapercibida la agresión que hace unas horas ha sufrido una madre delante de sus hijos de 5 y 7 años por quitar lazos golpistas en Barcelona. O que el proceso golpista y la dictadura en Cataluña se le haya ido completamente de las manos tras su vomitiva a la par que letal política de apaciguamiento chamberleiniana con ese racista y fascista con cara de lerdo que responde al nombre de Quim Torra.

El presidente se puede meter su momificada cortina de humo donde le quepa. Porque mientras exista OKDIARIO (si nos lo cierran en España, nos iremos a Londres o a Miami) seguiremos hablando de la invasión de inmigrantes ilegales, de las agresiones con cal viva y todo tipo de artefactos a los guardias civiles que defienden la valla en Ceuta y Melilla, de la golfada que quieren hacer negándose a pagar el abogado en Bélgica al honrado juez Llarena, de cómo está conseguiendo silenciosamente cargarse la recuperación económica, del drama de los constitucionalistas en Cataluña, del Falcon, del uso del helicóptero oficial hasta para echar un pis y de los enchufes millonarios a la falseacurrícula Begoña Gómez.

No nos olvidaremos de Franco. No les quepa ninguna duda. Pero para resaltar que a nosotros no nos la van a dar con queso con la exhumación de marras. Diremos y decimos “sí” al traslado de los restos del ferrolano pero con una condición intelectualmente obvia y previa: que se retiren las calles en toda España a Santiago Carrillo, asesino de 6.000 rivales políticos a tiro de piedra de donde hoy se levanta el aeropuerto de Barajas; a Pasionaria, la que vaticinó 72 horas antes de la muerte a tiros de José Calvo-Sotelo “es la última vez que este hombre habla en el Congreso”; a Largo Caballero, otro matón de masas; y a Companys, que dictó 8.200 sentencias de muerte y cuenta hasta con un estadio olímpico a su nombre.

Y, sobre todo y por encima de todo, denunciaremos la locoide resurrección del guerracivilismo, de las dos Españas. Nosotros continuaremos apostando por la Tercera España. La de Ortega, la de Marañón, la de Menéndez Pidal, la de Madariaga, la de Sánchez Albornoz, la de Julián Marías y la de algunos de los herederos de Giner de los Ríos. Y, obviamente, por la de Adolfo Suárez. A nosotros no nos tomarán el pelo. Siempre recordaremos lo que los que de verdad lucharon contra la dictadura manifestaban con una mezcla de ironía y melancolía cuando la democracia ya era una realidad irrevocable: “Contra Franco vivíamos mejor”. Avisado estás, Pedro.