Opinión

Cuando la fama se convierte en necesidad

Sofía Suescun, Kiko Jiménez y Maite Galdeano se han convertido este verano en el tridente mágico del entretenimiento televisivo. Con el final del culebrón entre Álvaro Muñoz Escassi y María José Suárez, la televisión necesitaba nuevos protagonistas para llenar sus programas del corazón y, de repente, aparece este melodrama shakespeariano muy cañí.

Es maravilloso el mundo del corazón: no necesitas trabajar, sino inventar. Cuando la fama comienza a desvanecerse y el modelo de facturación se agota, algunos recurren a tácticas que, aunque polémicas, parecen dar resultado: inventar o exagerar conflictos para mantenerse vigentes.

Como bien apunta Alessandro Lecquio, «todo este conflicto, mira tú por dónde, les viene en su momento más oportuno». En un panorama donde Sofía ya no es la estrella indiscutible de los realities -con su imagen algo deteriorada tras su paso por Supervivientes All Stars- este drama familiar le ha permitido, junto a su madre y su pareja, reavivar el interés de los medios. No es coincidencia que, justo cuando su carrera parecía enfriarse, explote una historia tan mediática.

Es innegable que el drama familiar tiene su base en hechos reales. Pero lo que parece claro, según Lecquio y muchos otros tertulianos, es que todos los implicados están sacando tajada de la situación. «El problema es que hacen prácticamente teatro de todo», señala el italiano, dejando entrever que, aunque el conflicto tenga un trasfondo auténtico, se ha teatralizado para maximizar su impacto.

La controversia estalló cuando Maite Galdeano reveló en redes sociales que su hija Sofía la había echado de casa, culpando a Kiko Jiménez de manipularla. A partir de ahí, los programas de entretenimiento se volcaron en desmenuzar cada detalle de esta historia. No sorprende que los involucrados hayan recibido grandes sumas por sus intervenciones. Según se informó, Sofía cobró 80.000 euros por sus declaraciones en televisión, mientras que Maite obtuvo 20.000 euros por su participación.

Este tipo de situaciones, donde los conflictos familiares o personales son explotados hasta el último detalle, son un reflejo de cómo los personajes del corazón encuentran en la polémica una vía de ingresos cuando sus carreras empiezan a tambalearse. «Las suegras son una lotería», bromeaba un tertuliano, sugiriendo que Maite sabía perfectamente en lo que se estaba metiendo y que su objetivo principal no es otro que el de generar polémica y, con ello, dinero.

Los platós se han transformado en auténticos escenarios donde se desarrollan estos dramas mediáticos y el público, consciente o no, actúa como espectador de una obra que parece no tener fin. Cada semana, nuevas declaraciones, enfrentamientos y revelaciones se suceden, manteniendo a la audiencia enganchada y a los protagonistas embolsando jugosas sumas de dinero.

Lo más curioso de todo este fenómeno es que, aunque el trasfondo de muchas de estas historias pueda tener algo de verdad, gran parte de ellas se construyen o exageran con un claro objetivo: generar ingresos. El público parece disfrutar de estas historias, aun sabiendo que muchas de ellas están adornadas o incluso inventadas. Están viendo wrestling, donde se sabe que los golpes son ficticios y, aun así, disfrutan de cada golpe, de cada guantazo, de cada una de las caídas al ring. Y cuando el contrincante se levanta de la lona, vuelta a comenzar.

El ciclo es simple: se crea el conflicto, se vende la exclusiva, y luego se alargan las consecuencias en una cadena interminable de entrevistas y programas de debate. Pero, ¿qué dice esto de nuestra sociedad? ¿Qué estamos consumiendo cuando nos sentamos a ver este tipo de espectáculos? Quizás sea momento de preguntarnos si este tipo de entretenimiento realmente aporta algo más allá de una momentánea distracción.

El caso de Sofía Suescun, Kiko Jiménez y Maite Galdeano es sólo un ejemplo de un patrón que parece repetirse con demasiada frecuencia en el mundo del corazón. Cuando las oportunidades laborales disminuyen, el drama familiar y las historias inventadas o exageradas se convierten en una estrategia rentable. Para algunos, este es simplemente el costo de mantenerse vigentes; para otros, es una muestra de cómo la audiencia también juega su papel, aplaudiendo y consumiendo estos espectáculos, contribuyendo así a la perpetuación de este ciclo.

No olvidemos que detrás de cada drama televisivo existe una vida real. Y aunque los números en las cuentas bancarias puedan crecer, los golpes en la lona dañan la piel y generan moratones. Muchas personas han acabado rotas emocionalmente en televisión, y ya es hora de preguntarse si seguimos queriendo aplaudir este circo de golpes y traiciones.