Opinión
AZUL Y ROSA | MI SEMANA EN OKDIARIO

Creyó que se convertiría en… Reina de España

El pasado 3 de julio, TVE emitía el programa Lazos de sangre, dedicado, en esta ocasión, a María del Carmen Martínez-Bordiú. Me sorprendió que los tertulianos no abordaran la faceta más polémica de la vida de la nietísima de Franco: las miserias de su matrimonio con Alfonso de Borbón Dampierre. Ella se creyó o la hicieron creer el cuento de la Cenicienta y, casándose con el príncipe azul… del Movimiento, ya se veía reina de España. Esta es la génesis de la historia.

En el mes de septiembre de 1971, el doctor Martínez-Bordiú, inefable y polémico marqués de Villaverde, era invitado a un congreso médico en Estocolmo, donde ¡oh, casualidad! estaba de embajador Alfonso de Borbón, canonjía que le habían regalado, en enero de 1970, como premio de consolación por su buen comportamiento, al no haber incordiado, el 22 de julio de 1969, cuando Franco se pronunció por su primo Juan Carlos como sucesor a título de rey, en su propio perjuicio.

-¿Te importa que venga también mi hija María del Carmen?

Alfonso no permitió que se alojaran en otro lugar que no fuera la Embajada. ¿Que ocurrió entre aquellos muros de la representación diplomática? Alfonso, en sus Memorias, lo resume de una forma muy cursi y romántica: «De pronto, en la noche polar, la vi aparecer como un rayo de sol español».

¿Se enamoró tan perdidamente como dice?

Ni príncipe ni alteza real

«Por la brevedad de este noviazgo no llegué ni a conocerle», me reconocería Carmen años después, aunque a los quince días de aquel primer encuentro volvió a Estocolmo. El motivo de aquel viaje: llevar el «sí». Su padre, el marqués, así se lo había aconsejado. Coincidí con Carmen en el avión. Juntos hicimos el viaje hasta Estocolmo. Yo, que la conocía muy bien, la encontré aturdida, nerviosa, deslumbrada, tal vez ilusionada por convertirse en princesa. En aquel encuentro, ella, con veinte años, y él, con treinta y tres, se convertían oficialmente en prometidos. No niego que se enamoraran o que se ilusionaran, aunque sospechosos intereses sí que había. Aquel era un noviazgo politizado. Había prisa. Tanta que, a los tres meses del «sí» de la niña, el 23 de diciembre tenía lugar la ceremonia de petición en la que se fijó la fecha para la boda, el 8 de marzo de 1972.

Con el anuncio del compromiso realizado por el infante don Jaime, padre del novio, desde París, comenzaron los problemas ya que en él se calificaba al novio como Su Alteza Real el príncipe Alfonso, duque de Borbón, cuando tan sólo era «excelentísimo señor» por ser embajador de España. Es el propio príncipe Juan Carlos quien acude a Franco a protestar: «Excelencia, en España solo hay un príncipe que es el Príncipe de Asturias». El General «escucha pero no oye», porque la familia siguió haciendo lo que le daba la gana. En las participaciones de la boda que salieron desde el palacio de El Pardo, al novio se le daba el tratamiento de Alteza Real y el título de príncipe. Franco llegó a decir que le querían quitar el título sólo porque se casaba con su nieta.

No sé si fue después de la cena de pedida en el palacio de El Pardo, presidida por Franco y en la que Alfonso y Carmen ocupaban ya un lugar por delante y por encima de los príncipes Juan Carlos y Sofia.

 ¡Nique fuera la Reina de España!

Y no sólo esto. Incluso en muchos lugares y coincidiendo con numerosas pintadas en las que podía leerse: «¿Por qué una reina extranjera cuando podemos tener una reina española?». Al regresar a Zarzuela, el príncipe sorprendió a su esposa haciendo las maletas. Ante la pregunta de su marido, ella respondió: «Juanito, aquí ya no tenemos nada que hacer». Lo que se debía estar sufriendo en La Zarzuela sólo era comparable con lo que se estaba gozando en El Pardo. Mientras tanto, Salvador Dalí, gran pintor pero un miserable que lo mismo era republicano que franquista que monárquico, que se alegró del fusilamiento de Federico García Lorca y felicitó a Franco por los fusilamientos de septiembre de 1975, realizaba el cuadro que, como regalo de la novia, le ofrecía a Alfonso:

-¿Qué quieres que te regale?, le preguntó Cristóbal, el futuro suegro.

-Me gustaría un retrato de Carmen.

-Dime el nombre del pintor.

-Salvador Dalí.

Para este cuadro se organizó un insólito y deprimente espectáculo que constituyó una auténtica profanación del Museo del Prado. Fue deseo de los novios que la última pincelada del cuadro ecuestre de la Princesa María del Carmen la diera Dalí ante Las Meninas de Velázquez. Lo peor es que para aquella bufonada de juzgado de guardia asistió todo el Gobierno. Yo también estaba allí y habría que leer, hoy, mi crónica en Hola. Vergüenza me daría. Porque, en un momento determinado, oí murmurar por lo bajo y muy bajo, a algunos de los asistentes: «¡Ni que fuera la Reina de España!». No era  reina. Era algo más. Era la nieta más amadísima del dictador que quería ser reina. Algo muy diferente. ¿Quién le estaba calentando el caletre a la muchacha? La corte de El Pardo al completo.

 «Mañana voy a abandonarte»

Aunque hubo boda real, ¡y qué boda!, el matrimonio acabó afortunadamente como era de esperar. Lo más cruel es que Su Alteza Real la duquesa de Cádiz eligió para hacerlo el día y el momento más inoportuno. El mismo en que estrenaban su chalet en Puerta de Hierro para vivir en la que el pobre Alfonso pensaba que iba a ser el sueño de su vida, un sueño que al fin se cumplía. Él, que desde niño sólo había conocido internados, hoteles, colegios mayores, por fin iba a tener su primer y definitivo hogar.

Y ese mismo día y no otro, a la hora de la cena, es cuando María del Carmen le dispara en pleno corazón a su marido: «Mañana voy a abandonarte».

Y se fue. Para siempre. A París, para convertirse en la amante de un gabacho que, aunque viejo, tenía fama de ser un superdotado. Dejó de ser duquesa y Alteza Real para convertirse en la señora de Rossi. Ella, precisamente ella, que había querido ser… Reina de España.

 Chsss…

¿Será verdad que todos los nietos de Juan Carlos, excepto Leonor y Sofía, reciben de su abuelo un sueldo mensual de 10.000 euros?

A pesar de las infidelidades públicas que han destruido su matrimonio, él sigue llevando la alianza. Ella, por supuesto, desde hace tiempo sólo un gran anillo en el dedo índice de la mano izquierda.

Siempre sucede igual. En cada ola anual del EGM, todos los medios afectados resultan haber «cerrado su mejor temporada».

Me parece inadecuado y excesivo que a una nena de su edad le hayan condecorado con la Gran Cruz del Mérito Militar. ¿A que «mérito» se refiere?

De un tiempo a esta parte muchos herederos de las monarquías europeas se casan con quienes quieren pero no con quienes deben.

El 31 de agosto, contra viento y marea, la hija del rey nórdico contraerá matrimonio con un gurú espiritual negro: un chamán que buen partido le está sacando. Business is business.

Claro está. La novia sin renunciar a sus títulos y oropeles.

«¿A ninguna madre le gustaría ver a su hija embarazada de un joven que pasa por la modalidad de dormir en casa y pasar por la cárcel por estafa sólo para firmar?», (Jamina Sabadu pregunta).

¿Fue la esposa del presidente catalán, fallecida esta semana, la antecesora de la mujer del actual presidente español? «No me falló nunca».

Mientras que el presidente regional, como hombre de principios, aparecía lógicamente con corbata, él, siendo el anfitrión del Foro, descorbatado.

Me gustaría saber a qué se debe la agridulce madurez de quien fuera la candidata perfecta a Reina de España como el primer y gran amor de Felipe.

La audiencia del primer programa Los Iglesias: hermanos a la obra, estrenada el pasado día 9 de julio en La 1 de TVE, interpretada por los hijos de Julio e Isabel en televisión no tuvo, al parecer, el éxito esperado.

Los 350 menas debían repartirse de la siguiente manera: 175 a Zarzuela y 175 a Moncloa.