Opinión

La corrupción autobiográfica

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

He dudado en el momento de titular esta crónica con dos encabezamientos. El primero, remedando una película de 1956, Más dura será la caída, en la que Bogart manipulaba a un pobre mastuerzo, bruto como nuestro llorado Urtain, al que, con trampas y sobornos, sus promotores intentaron hacerle campeón del mundo de boxeo. Para el ejemplo de ahora mismo, la «caída» deseable de Sánchez viene que ni pintiparada, otra cosa es que muchos de nosotros dude todavía de que ésta se produzca. El segundo, el elegido al fin, es más genérico, más determinante, más agresivo; simplemente, «La corrupción».

Verán: hace algunos años, no tantos, presencié una escena imposible de olvidar: almorzaba con un ex director de un periódico de Madrid y un otorrino argentino, hijo de la actriz Lola Membribes, un pelma que contaba por minutos su última intervención de garganta. Terminó la comida, nos levantamos incólumes después de soportar aquella chapa sin fin, y quiso la casualidad que muy cerca estuviera aposentado en otra mesa un periodista famoso que aquel mismo día había publicado un artículo de gran difusión que se llamaba precisamente La Corrupción. Nos acercamos, y el ex director le propinó una palmada en el hombro y le dijo sin pestañear: «Muy bien, fulanito, parece autobiográfico». El aludido apenas pudo respirar.

Pues eso. Escuchando esta semana la intervención en Portugal de nuestro todavía presidente Sánchez, y las sucesivas de sus ministros, la excesiva Montero (parece una actriz de opereta bufa) y el titular de no sé cuántas cosas, Félix Bolaños, recordé el antecedente: realmente sus discursos resultan autobiográficos. Sobre ellos ya pesan esos «indicios fundados y serios» que el juez Moreno ha atribuido al ex compañero Ábalos y, de paso, al «número 1» Pedro Sánchez. Es tan grande el cenagal sobre el que aún se asientan las pisadas de los citados, que cada vez que se hace nómina de todos los casos que les acechan, uno se pregunta: «¡Dios mío! ¿Cómo es posible que esta gente continúe dictando clases de política limpia?»

La semana que viene, con bastante certeza, la Sala II del Supremo, hará suyas las precisiones del juez Moreno y solicitará al Congreso el correspondiente suplicatorio para investigar, o sea, dejémonos de eufemismos, imputar al acompañante y cómplice de Sánchez, José Luis Ábalos. Se abrirá así una etapa en la corrupción generalizada del Gobierno y de su Partido Socialista de casi imposible previsión.

Hoy por hoy, y según se apunta, el gentío mayoritario de Ferraz apuesta porque el ex secretario de Organización, Ábalos, va a»largar». Casi todos menos un par de estos militantes que tranquilizan al personal de esta guisa: «No os preocupéis, José Luis es comprable». Las personas que me cuentan este sucedido añaden: «… y lo curioso es que los que oyen esta especie asienten con la cabeza». Pero ¿qué quiere decir ello? Pues que el Gobierno de Sánchez y su partido tienen suficientes resortes como para «compesar» a Ábalos del destrozo al que le tienen sometido los jueces.

Pero el problema es otro: es que Ábalos no está solo en este enjuague, su compañero de fechorías ha sido Sánchez. NADA -lo escribo con mayúsculas- de lo que ha perpetrado Ábalos se ha hecho sin el conocimiento directo de su superior en jefe, algo ya meridianamente claro, por ejemplo en el auto definitivo del mencionado juez Moreno. Ahora se van conociendo los pormenores de las varias reuniones en la que un enviado especialísimo de Ábalos, su propio hijo Víctor, participaba con Aldama y Koldo para importar mascarillas por un precio triplemente superior al usual. Es decir, que Ábalos implicó a su propia familia -¡qué mayor instrumento de confianza!- en todas las operaciones que forjaron impunemente el entramado de la corrupción durante años y años.

Lo que se otea ya es que los socios de Sánchez, los que le mantienen, contra todas las luces de la razón y la decencia, en la Moncloa, se van despegando poco a poco de su benefactor. Casi todos… menos los vascos en la doble condición del PNV y Bildu: estos segundos, ya convertidos en partido político único, necesitan al tipo para seguir estrujándole y sacar a los asesinos de ETA, los pocos que se hallan en las cárceles. Lo del PNV es un ejercicio de desvergüenza que pone roja incluso a la Virgen de Begoña. Resulta que traicionaron a Rajoy amparándose en una corrupción
ficticia, inventada por un magistrado golfo, pero ahora continúan apoyando a Sánchez por «estabilidad». Pero, ¿qué le importa a Ortúzar la estabilidad de España? Le interesan dos cosas: una, que no se rompa el delicado equilibrio del Gobierno dual de Vitoria; otra, que es en lo que están en este momento, en sacar adelante el llamado «nuevo estatus», un bodrio separatista con el que pretenden enterrar el Estatuto de Guernica. Lo demás le importa una higa al PNV, sobre todo a ese insoportable portavoz en Madrid, Aitor Esteban, que trata con la mayor displicencia al PP. Esta es la cuestión.

En todo caso, la resistencia de Sánchez es inigualable. Es el Rüdiger de la política. Se ha montado antes del Congreso de noviembre varios actos para que su electorado y aún más, sus protegidos y depravados colegas, le muestren su enfervorizado apoyo. Honor y gloria para él. Este jueves que viene se ha organizado en Madrid un episodio perfectamente urdido por los esquilmadores de Moncloa. Se trata de una mañana de denuncia de todos aquellos que forjaron, al revés, su fétida Memoria Democrática.

Allí, Auditorio Nacional, con la colaboración del Instituto de Artes Escénicas, Ministerio de Presidencia de Bolaños, Sánchez se va a explayar contra los residuos del franquismo y todos los supuestos herederos que ahora le quieren desalojar del poder. Seguro que para la ocasión tiene previstos algunos anuncios detonantes, por ejemplo, la ilegitimización de todo aquello que a él le pueda sonar más o menos al citado franquismo o cosa así.

Al acto están convocados todos los ministros, todos los paniguados parlamentarios y hasta los niños del Coro del Liceo Francés que van a cantar a Sánchez alguna canción encomiástica, alusiva a su importancia histórica. ¿Quizá el Aleluya? Todo argumentado para tapar por un día el aroma de corrupción generalizada que envuelve a todo el socialismo hispano, Sánchez en primera fila. Cuando el PSOE se pone a corromper no le iguala nadie, recuerden Filesa, Malesa y Time Export. Ahora está en eso y, como los jabalíes heridos, embiste a sus víctimas con la crueldad de los gánsteres más irredentos. El PSOE es, en sí mismo, la gran corrupción, su epítome en España. Autobiográfica.