Ciudadanos, aquel ‘Camelot’ con pies de arena

Ciudadanos, aquel ‘Camelot’ con pies de arena

Entre los muchos partidos políticos que este escribidor ha visto nacer y expirar a lo largo de su dilatada vida profesional, Ciudadanos es, junto aquella admirable Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez, una de las grandes decepciones, amén de la melancolía que conlleva algo que era necesario y nunca sustanció.

Sólo las formaciones que tienen un sólido enraizamiento en la sociedad subsisten a sus fundadores. Fue la gran equivocación de Albert Rivera, que con la sentencia del caso Gürtel entendió que el PP estaba para ir directamente al tanatorio y era la ocasión propicia para erigirse caudillo de todo el centro y centroderecha. Pudo ser, Albert, pero no fue. Y esto es lo relevante.

Ciudadanos tuvo un éxito espectacular en sus comienzos porque era un movimiento «ciudadano» necesario para regenerar la vida política española desde el liberalismo, la honradez y la centralidad. Pecó, quizá, de prisa, ansia y azoramiento. El columnista no puede compartir para nada la tesis extendida en los medios acerca de que Albert Rivera se equivocó no aceptando la oferta de Sánchez para entrar en el Gobierno en su momento. No pudo aceptarlo, oiga, porque jamás existió dicha oferta, más allá de las escenificaciones mentirosas a las que nos tiene tan acostumbrados el caudillete socialista.

Rivera se tiró al monte, fracasó y escogió el camino correcto en los líderes que se estampan: dimitir. A partir de ahí, Ciudadanos ha ido de tumbo en tumbo hasta la derrota final. Sucedió con UCD -aunque aquello tenía otras connotaciones de mayor calado histórico-, UPyD y sucederá en breve con la formación naranja. Huido su fundador, la grey queda huérfana como el rebaño del Evangelio.

En determinados casos, en Andalucía o Castilla y León por ejemplo, la muerte política de sus dirigentes resulta bastante injusta a tenor del trabajo realizado en los Gobiernos autonómicos con el PP. En Madrid, sin embargo, ese personaje atrabiliario que responde por el nombre, creo, de Ignacio Aguado, mereció el despido fulminante por parte de Ayuso. Era pura filfa traidora que por la mañana juraba lealtad a su presidenta y por la noche se daba el pico con Iván Redondo en La Moncloa.

Ciudadanos se merece, en cualquier caso, un buen y rotundo epitafio. Como en Camelot: «Fue bello mientras duró». Punto.

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