Opinión

El circo llega a Nueva York

Pedro Sánchez anunció ayer en Nueva York que España destinará 150 millones de euros al Fondo Verde del Clima, con el objetivo de combatir el cambio climático y ayudar a los países en vías de desarrollo a que “el crecimiento y el desarrollo sean compatibles con el clima”. Resulta curioso que Sánchez confíe en que la ayuda económica vaya a promover y compaginar ambos esfuerzos, cuando la experiencia y la investigación empírica demuestran que la contribución directa ni tan siquiera sirve para lo primero. Pero este no es el punto relevante, sino la actuación en sí misma, que más que poder atribuirse a una profunda ignorancia en torno a la ayuda al desarrollo, se trata de la última representación teatral (devenida ya hace tiempo en circo de tres carpas) de una obra con fines puramente propagandísticos.

Como parte de esta pantomima, Sánchez también aprovechó para señalar que esos 150 millones constituían la aportación que se puede hacer en un momento como el actual, con un Presupuesto prorrogado; pulla dirigida a quienes se resisten a que viva en La Moncloa más allá de lo imprescindible. En efecto, para los que abogamos por un Estado más reducido, esta última maniobra confirma que, en ocasiones, cuanto más limitado se encuentre el Ejecutivo en sus actuaciones —y disposiciones de gasto—, mejor.

En el marco de la misma Cumbre de Acción Climática, Greta Thunberg increpaba ayer a los líderes mundiales, tildándolos de irresponsables y reivindicando que ella “debería estar en la escuela y que le habían robado su niñez y sus sueños”. Mucho me temo que los únicos que le han arrebatado la infancia fueron sus padres al entregarla como cabeza de cartel de la causa medioambientalista, tejida por lobbies corporativos e ideologías neomarxistas —nótese la ironía en la contradicción.

Sin embargo, sí nos hallamos en posición de afirmar que Sánchez, en cada función de ese circo, en cada explosión de fuegos artificiales, sí que nos está robando a los españoles posibilidades de resistencia y de posterior recuperación ante la inminente crisis. Una recesión que se ve más cerca a tenor de la revisión que ha hecho hoy el Banco de España, en la que ha bajado en un 20% la previsión de crecimiento para 2019 —2% frente al 2,4% de la revisión del mes de junio.

En la campaña electoral de 2008, el negacionismo de Zapatero frente a la crisis le salió a cuenta. Quizá, Sánchez aplique una estrategia similar, pues solo así podría justificar algunas de las medidas que pretende llevar a cabo, como, por ejemplo, la subida de las pensiones, con la que busca sortear antes de las elecciones el límite legal de revalorización del 0,25% para 2020. O, tal vez, ni tan siquiera necesite negar lo evidente, pues es tal el grado de apatía o autocomplacencia de amplios sectores de la ciudadanía, que ni las contradicciones o incoherencias harán peligrar su voto. A todo ello se le une un número de voto cautivo sin precedentes y en continuo crecimiento, que, a buen seguro, mimará durante la campaña. En la España de las tribus, todo resulta posible. Con los ingredientes enumerados se están cocinando desastres de proporciones preocupantes.

A Sánchez, adalid de la socialdemocracia y el progresismo, le caracteriza una peligrosísima ludopatía política y económica. Una ludopatía adulterada, dado que no se trata de su futuro y su dinero lo que está en juego, sino que apuesta (y arriesga) el bienestar y la prosperidad de todos los españoles. Estos harían bien en recordarlo el próximo 10 de noviembre.

Juan Ángel Soto, director de Civismo