Opinión

Torrente es serio al lado de esto

Los militantes de la Candidatura d’Unitat Popular, empeñados en crear un nuevo orden a base de destrozar el que nos rige, han querido anticipar el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, en su Asamblea Nacional. Sus partidarios dirán que ha sido un gran ejercicio de democracia interna pero la democracia que no es capaz de concretar sus objetivos puede convertirse en el más pernicioso de los sistemas. Por eso, después de que sus más de 3.000 afiliados hayan votado hasta tres veces, que la noticia sea que no han decidido nada al respecto de si quieren o no a Artur Mas como president de Cataluña es un golpe bajo a la paciencia de los ciudadanos.

La decisión definitiva vendrá —o no— el próximo 2 de enero para desesperación de una comunidad autónoma que sustenta a duras penas su viabilidad sanitaria, económica y educacional en base a los fondos que le aporta el Gobierno central. Sin éstos, y debido a la nula diligencia de los golpistas de una y otra acera, estarían al borde del colapso. Nadie puede asegurar que Antonio Baños —quien dijo que nunca investiría a Mas— y sus acólitos sean capaces de llegar a un acuerdo el segundo día de 2016 pero, por el bien de los catalanes, resulta de imperiosa necesidad antes de que la región pierda cualquier opción de financiarse y los inversores internacionales, atónitos ante estos hechos que se encadenan sin solución de continuidad, vuelen de un lugar que no hace mucho era el motor industrial del país, imagen de sofisticación de cara al exterior y un motivo de orgullo para todos los españoles.

Hoy en día, envueltos en la bandera estelada de la inconcreción y las ocurrencias a granel como modo de funcionamiento político, su renta por habitante ha caído por debajo de la media de la Unión Europea con 26.277 euros. Lejos de los 30.755 de la Comunidad de Madrid, que capitanea una mejoría económica en España que tardará más en llegar a Cataluña con el peligro, incluso, de evaporarse por el camino si el contexto presente y futuro sigue en las manos de unos señores que, en base a la inoperancia del independentismo y la ambición individual, están proyectando una imagen paupérrima de la que, por extensión, recursos y población, debería de ser una de las grandes comunidades autónomas de nuestra nación.

Los dirigentes de la CUP saben que Artur Mas es un pusilánime político que sólo persigue su bien personal y se aprovecharán hasta el final de sus ansias de poder para materializar unas exigencias que están totalmente fuera de la dinámica ordinaria de cualquier país del primer mundo. De aquí al 2 de enero, constituirán una estrategia para poner toda la presión sobre sus potenciales socios de Junts pel Sí. A medida que pasen las fechas, esta charlotada política, que bien podría ser el guión de una película de Torrente, adquirirá tintes más dramáticos tanto para la Comunidad como para el conjunto del país. Sobre todo porque, si miramos al Congreso de los Diputados, la situación de incertidumbre tampoco nos permite ser optimistas sobre la posibilidad de tener un Gobierno fuerte que pueda sofocar de una vez la concatenación de incendios provocados por estos pirómanos de la política. Una nueva convocatoria de elecciones en Cataluña, tal y como ha demandado Ciudadanos, parece el único salvavidas para una comunidad autónoma que se ahoga y donde los capitanes del barco son especialista en llevar la nave a pique, tal y como están demostrando.