Opinión

La charlotada

El torero cómico está a punto de consumar su desaparición. Ese espectáculo que durante muchas décadas fue disfrute del público de todas edades y condiciones, es la penúltima víctima de los ideólogos del laboratorio social que quieren los amantes buenistas y de sociedades light. En muchas ocasiones se hablaba de la charlotada, en alusión a genial Chaplin y el arte bufo de algunas corridas de toros. Pero de una manera muy noble, con mucha raíz musical y levantina, ha existido una versión cómica de la tauromaquia, que además ha servido como cantera en la llamada parte seria del espectáculo a toreros que incluso llegaron a ser figuras.

El Parlamento de hoy no es nada cómico, acaso sainetesco, chuflón y más próximo a la charlotada de oradores que por lo común pegan petardos, y gracias a que no se estilan las almohadillas en la tribuna de invitados, muchos salen por su propio pie sin que le tengan que proteger la Fuerza Pública. Eso sí, viva la dignidad del pueblo llano, empezando por la de los enanos toreros. Ya la misma denominación, por mucho que esta retahíla de bien pensantes diga, tiene tarea. Porque señalar un colectivo con una Ley es crear problemas donde no existan, especialidad de este gobierno de liantes, y van a prohibir con el argumento de la dignidad, que una gente se gane la vida. Nadie ha llamado a ninguna puerta ministerial desde los toreros cómicos para que les rediman. Nadie les ha pedido el socorro gubernamental para que les mande a los despidos definitivos, y aquí se les olvide su estatura moral, qué es de primera, y los genios del BOE se queden tranquilos.

El imperio de la Ley o la legislación de la nada, que no es otra cosa que no escuchar ni a los destinarios de la norma. Puro fascismo, por mucho que les moleste a ese hatajo de zascandiles legisladores que no han empatado ni con un Segunda B. Al final, la comicidad está en la grandeza de espíritu de querer reírse o no uno mismo de sí mismo. Empezamos por aquí, y acabaremos pasando el filtro de los derechos humanos por los monólogos de la vagina, de los del club de la comedia, siempre que no sean palmeros agradecidos de las covachuelas gubernamentales. Aunque uno no tiene la ilusión de que algún diputado, senador o ministro de algo, dado su analfabetismo funcional, no estaría de más que en vez el programa electoral que no van a cumplir, se lean Opiniones de un payaso de Heinrich Boll, o la amarga sensación de la risa agridulce de los enanos toreros que condenamos a la tristeza.