Cataluña puede darle la puntilla a Pablo Iglesias

Cataluña puede darle la puntilla a Pablo Iglesias
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Desde su fundación Podemos ha basado su razón de ser en su lucha contra el sistema democrático español, al que ellos llaman “el régimen del 78”. El día de la clausura del primer Vistalegre, aún antes de tener programa electoral, un Pablo Iglesias recién elegido secretario general, rodeado de Errejón, Bescansa, Alegre y Monedero, todos ya defenestrados, reclamó “un proceso constituyente ante un régimen que se derrumba”. Para Podemos, o sea, para Iglesias, “el régimen del 78” equivale al franquismo. Asegura que La Transición, en vez de ese proceso de tránsito ordenado y pacífico hacia la democracia del que estamos tan orgullosos, fue un invento franquista para que ‘La Casta’ mantuviera el poder en contra de ‘La Gente’, a la que sólo Podemos, o sea él, representa. Su principal objetivo es acabar con nuestro modelo de democracia para implantar otro que se parecerá más al chavista que tanto admira.

En realidad, esa lucha de Pablo Iglesias es una lucha contra el mismo concepto de España. Lo ha explicado muchas veces, quizá la más evidente cuando, en una conferencia en la Universidad de La Coruña en 2013, dijo aquello de que «cada vez que voy a los medios de comunicación hago contorsionismo para decir… ‘Esos patriotas de pulserita rojigualda’… pero yo no puedo decir España, yo no puedo utilizar la bandera rojigualda». No puede porque España le repugna, como a su abuelo Manuel, juzgado y condenado a muerte por perseguir a sus paisanos de derechas; o como a su padre Javier, también condenado por militar en el grupo terrorista FRAP. Y en esa guerra genética de los Iglesias contra España, estarán siempre del lado de nuestro enemigo, como ahora ocurre con los golpistas catalanes.

Podemos, o sea Pablo Iglesias, no puede ser independentista. Para ellos el nacionalismo es un concepto “burgués” y el comunismo, desde sus orígenes defiende la unión internacional de la “clase obrera”. Un proyecto supremacista en el que los golpistas pretenden, como región “rica”, pagar menos impuestos en contra de las regiones “pobres” es difícilmente asumible por los comunistas del resto de España. Estratégicamente no le conviene unirse a ellos, pero, como le ocurre al escorpión de la fábula, no lo puede evitar, está en su naturaleza. En la medida en que el asunto catalán puede usarse, mintiendo, para dañar el prestigio internacional de la democracia española y para insultar a los partidos que defienden nuestra Constitución, Iglesias, como buen buitre carroñero, intentará hacer todo el daño posible aunque lo tenga que pagar en votos.

Es por eso que Pablo Iglesias llama presos políticos a los políticos presos y dice que le avergüenza que en su país se encarcele a opositores. Y Podemos tuitea que “con la aplicación del 155, el PP y sus socios, PSOE y C’s, han hecho que este país retroceda a épocas que creíamos superadas”, en clara alusión al franquismo. No son independentistas, pero no pierden ninguna oportunidad para unirse a ellos. Dicen que quieren derrotar a los independentistas en las urnas, pero intentan hacer que parezcan opositores represaliados. Como si aquí no existiera separación de poderes, como si viviéramos en un régimen como el venezolano, del que ellos se financian y cuyo modelo pretenden instaurar aquí. Si algo bueno se puede sacar de todo esto es que posiblemente ésta sea la puntilla final de este engendro de partido político que finalmente se ha comprobado que no es más que la plataforma personal del líder de una secta que odia a España. Porque, a pesar del poco entusiasmo del PP, el golpe de Estado catalán ha despertado el orgullo español, hasta en la izquierda.

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