Opinión

Carlos Dávila Espinoza y la leyenda negra

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Carlos Dávila Espinoza -nada que ver, que se sepa, con el cronista- fue un político chileno que, curiosamente, nació y murió en Estados Unidos. Antes de ser abogado empezó su vida laboral como corrector de pruebas del principal periódico de su país: El Mercurio, luego, para su desdicha según él mismo dejó escrito, se metió en política. Primero en el Partido Radical y luego en el Partido Socialista. Aquí prosperó tanto que en 1927 ya era nombrado embajador en USA. Chile era entonces un gran caos y en 1932, junto con otros socios, llegó al poder para fundar un propósito fallido: la República Socialista. El intento duró apenas cuatro meses, los que tardaron en propinarle un golpe militar, antecedente quizá de Pinochet y sus genocidas. Y se fue por donde vino: a Norteamérica. Allí terminó sus días.

Pero antes, dejó escrito un libro encomiable. Su título: Nosotros los de las Américas, editado en 1950. “Una expresión -decía su publicidad de entonces- de fé en las Américas, pero de poca esperanza pues ellas parecen haber llegado por fin al acuerdo de borrar al Nuevo Mundo del mapa y de la Historia”. Desde luego, analizando lo que va desde ese ayer, cuando él redactó su libro-protesta, hasta hoy, quizá «sus» Américas, las que él dio por perdidas, se han transmutado verdaderamente en otra cosa, en una mayoritaria desgracia de facinerosos marxistas que dirigen dictadores sanguinarios  Por de pronto, en una acumulación de republiquetas que ahora mismo, con sus dirigentes en cabeza de la manifestación, no sólo están abjurando de toda la huella colonial española, sino que, directamente, la están malversando, liquidando más bien. Por eso, el libro mencionado me parece bien traído a este momento en que sujetos como el cántabro presidente de México, López Obrador, nos exigen que pidamos perdón por los muy discutibles desvaríos que perpetraron sus antepasados, no lo nuestros. A este respecto una anécdota significativa: en la República, un reputado socialista se dirigió a un liberal de lujo como Salvador de Madariaga para increparle de esta guisa: “Tenemos que reconocer que nuestra conquista de América fue todo menos ejemplar, nuestra civilización llenó de enfermedades aquellos territorios y los españoles cometieron los más horribles crímenes en masa”. Madariaga, muy sereno, sólo replicó así a aquel mendrugo: “Pues, hágaselo mirar, señoría; serían sus antepasados, porque los míos se quedaron aquí”.

Vuelvo a Dávila Espinoza y a su referencia a la leyenda negra. De entrada califica a España como “la cenicienta” de todos los estados que han pasado por el Nuevo Continente: desde los ingleses, que nunca se mezclaron con nadie, hasta los holandeses que tomaron como falsilla el libelo de Fray Bartolomé de las Casas Brevísima historia de la destrucción de las Indias, para emprender una campaña multisecular contra España que ahora mismo se está agudizando. Es decir, que esa obra del cura español fue y está siendo todavía la “munición de los flamencos contra España”.  Fíjense en este detalle: el benefactor amigo que me ha remitido el libro de Dávila, está casado con una paisana de Róterdam, y denuncia que la obra del chileno que antes se podía hallar en las librerías de viejo, ha sido sorprendentemente arrumbada, hasta el punto de que ya no se encuentra por parte alguna del país. También se chotea directamente nuestro autor americano de este dogma que estos días ha reaparecido con más asiduidad que nunca: Escribe: “¿Quién se cree realmente que todos los indios eran unos caballeros y los españoles unos bellacos crueles?”.

    Añade a continuación: “Bajo el embrujo de la “Leyendas Negra” se condenaron sin más ni más todas las instituciones coloniales hispanoamericanas. Si se hubieran analizado, habrían revelado un cuadro muy distinto. Basta leer las nuevas leyes de 1542, la Recopilación de Indias de 1680, u ojear los inmensos volúmenes de Cédulas Reales para comprender que el “estado de derecho” por el cual España gobernaba a América era por lo menos igual a los procedimientos jurídicos existentes en cualquier otra parte de ese tiempo”.  Y continúa con un un recuerdo muy pertinente para la actualidad: “Los conquistadores -bien lo sabemos hoy- no fueron ni más ni menos que hombres de su época. Ni fueron peores que las atrocidades de las guerras civiles entre los conquistadores mismos, ni tampoco fueron nada peor de lo que ocurría en las colonias holandesas, francesas e inglesas en América”. Si algun curioso quiere encontrar un complemento de esta afirmación del socialista Dávila Espinosa escrita en 1950, no tiene más remedio que acudir al memorable libro de la profesora María Emilia Roca Barea: “Imperiofobia y leyenda Negra”. Roca afirma, como aportación inicial a la entraña de la tal leyenda, que los peores suministradores de todas las dudas y hasta las atrocidades de las que los demás se han valido para despellejarnos, somos nosotros, españoles. Refiere al respecto la opinión del pensador francés Pierre  Chaunu: “La leyenda negra es el reflejo de un reflejo, una imagen doblemente deformada, la imagen exterior de España, tal y como España la ve”. Para que vayamos aprendiendo.

   A más a más, la obra “Nosotros los de las Américas”, denuncia que “El hecho sorprendente y a menudo olvidado es que el derecho español hacía hincapié en la defensa de los indios y de la masa del pueblo contra la opresión de los funcionarios del Gobierno y las plutocracias criollas”. Y finalmente: “La oscura leyenda colonial… quiere hacer olvidar  que durante 300 años todo el énfasis del Nuevo Mundo, no descansó en los pueblos de habla inglesa sino en los de habla española y portuguesa, al Sur de Rio Grande y al Oeste del Misisipi (sic)”. Hace unos dias, el estulto leninista Pablo Iglesias que, por cierto ya ha abandonado el chaletón de Galapagar y en consecuencia a su señora de hecho, se refería sin el menor pudor a ese repetido y cerril genocidio que autores como el chileno socialista Dávila Espinoza desmienten radicalmente. Lo que se lleva ahora son juicios de valor como el de este simulador de cultura que cuenta además, con el patrocinio del Gobierno de Sánchez, que no ha hecho una sola matización al acoso y derribo que sufrimos los españoles por parte del comunista feroz e iletrado López Obrador. Testimonios como el que he citado deberían valer para lo contrario, pero, como escribió Chaunu y recopila Roca Barea, los españoles somos los peores enemigos de nuestra Historia y por tanto de nosotros mismos.