Bomberas, cuotas y musculatura mental
Cada verano nuestro país arde y, mientras los bomberos luchan contra los espantos infernales, los analistas del contemporáneo nos entretenemos discutiendo, bajo el aire acondicionado, si para apagar incendios hay que ser igual de fuerte que para abrir un bote de chucrut.
En efecto, Cataluña ha decidido reservar casi la mitad de sus plazas de bombero para mujeres. Sobre el papel suena igualitario; sobre el terreno, buena intención, mal emplazada. No todo oficio es campo fértil para cuotas.
En política y empresa, las cuotas han sido un jarro de agua fresca. Ahí el mérito es intangible: redes cerradas, pasillos de moqueta, decisiones que se cocinan en mesas donde siempre se sientan los mismos. Cuando el sesgo es histórico y estructural, la cuota funciona. Noruega lo entendió en los setenta: Ley de Igualdad, defensor del pueblo de género, y en 2005, un 40 % obligatorio de mujeres en consejos. Resultado: más equilibrio sin hundir la economía.
En política, la cuota rompe el club de barones. En consejos de administración, donde la puerta no la abre un examen, sino un apellido, la cuota actúa como ganzúa. Ahí sí: la estadística empuja y no quema.
Pero un bombero no se mide por su currículo, sino por lo que hace con 25 kilos a la espalda, una manguera industrial en las manos y un pueblo en llamas delante. No es prejuicio: es fisiología. El test CPAT —ocho ejercicios encadenados que simulan un incendio real: subir escaleras con peso, arrastrar un maniquí de 80 kilos, forzar puertas…— lo supera el 91 % de los hombres y apenas el 15 % de las mujeres. En emergencias, la igualdad es salvar a todos, no que todos lleven el mismo casco. Rebajar marcas o reservar plazas para cumplir cuota no es paridad: es poner en la primera línea de fuego a personas menos preparadas, y en emergencias eso no se paga con estadísticas, sino con vidas. Sí, hay funciones en el cuerpo que no dependen tanto del bíceps: logística, coordinación, prevención. Para ellas, ¿qué tal unas oposiciones específicas?
El agravio se agranda cuando las oposiciones varían según el mapa. En un país que proclama en su Constitución que todos somos iguales ante la ley, hay pruebas de bombero duras, suaves y directamente inofensivas, dependiendo de si te examinas en Granada o en Vitoria. Las competencias transferidas han creado un festival autonómico donde un aprobado en un sitio sería un suspenso en otro. Y eso no es igualdad: es geografía aplicada al riesgo.
Unificar y blindar las pruebas de acceso para bomberos sería una medida real de igualdad y seguridad. Pero eso no entra en la agenda del Ministerio morado, centrado solo en el género y la identidad sexual. Allí prefieren los gestos: bancos violetas, campañas de cartelería cuqui y cargos a dedo. Mucha escenografía, poca sustancia.
En un incendio, la única cuota que importa es la de oxígeno. El fuego no distingue entre hombres y mujeres, pero sí entre quienes pueden con él y quienes no. La igualdad no es un eslogan: es que nadie se quede fuera por un prejuicio ni dentro por un favor.