Opinión

La apuesta energética debe ser la energía nuclear

España es un país fuertemente dependiente desde el punto de vista energético y eso le pasa factura a su economía: sufre más que otros la subida de precios del gas, tiene un elevado riesgo de suministro en dicha fuente de energía -no hay nada más que ver el problema del suministro desde Argelia, derivado del enfrentamiento de este país con Marruecos-, y se ha lanzado, más que ninguno, en esa especie de cruzada de lo políticamente correcto que son la energía y economía sostenibles.

Visto lo visto, y con la ausencia de planes para asegurarse un abastecimiento energético menos dependiente y menos sujeto a la volatilidad de sus precios, podrán decir, en todo caso, que son energía y economía medioambientales -cosa que estaría por ver, pero concedámosle el beneficio de la duda-, pero, de ninguna manera, sostenibles.

Sostenible es aquello que puede mantenerse, por sí mismo, en el tiempo. Pues bien, ni una economía permanentemente subvencionada e intervenida es sostenible, pues depende del artificio del gasto público, ni una energía cuyo precio se dispara y con un suministro en jaque puede considerarse sostenible. ¿Qué sostenibilidad es la de una economía y una energía que ven cómo disminuye el poder adquisitivo de sus ciudadanos porque aumenta el recibo de la luz y porque los fabricantes y productores ya tienen que trasladar el incremento de costes de energía a sus productos y servicios, con el incremento de la inflación como no se veía desde la firma del Tratado de Maastricht? ¿Qué sostenibilidad augura la paralización de parte de la producción de la industria porque no pueden soportar el incremento de la factura de la energía que necesitan consumir para poder fabricar? ¿Y qué sostenibilidad representa el asumir la posibilidad de volver a las catacumbas -es lo que se hace cuando se habla de un “gran apagón”, que probablemente no se dé, pero que ante su riesgo, por mínimo que sea, no se pueden quedar los gobiernos en actitud contemplativa, repitiendo las mismas consignas, sino que deben actuar para evitarlo?

Además de que muchos de los postulados medioambientales son más el conjunto de intereses de determinados sectores que un empeño noble por una menor contaminación, para lograrlo a nivel mundial de poco sirve que Occidente lo respete cuando China, el país más poblado y el más contaminante, no lo hace. Al final, Occidente está decidiendo suicidarse económicamente mientras China no respeta ningún acuerdo medioambiental.

Por supuesto que debe ser una labor de todos el preservar nuestro planeta, pero hay que hacerlo con cabeza y con un plan alternativo que no nos destruya, pues, si no, de poco servirá la mejora medioambiental que se logre. Al igual que durante la pandemia se han mantenido abiertas ventanas en verano y en invierno, que supone un mayor derroche energético -por la pérdida de calor y de frío en invierno y verano, respectivamente, pero donde se priorizó la ventilación para un menor riesgo de contagio y fallecimiento para las personas, no podemos volvernos locos y tratar de alcanzar de hoy para mañana lo que requiere un período de tiempo mucho más largo para lograr que, realmente, esa alternativa energética sí sea sostenible y no una soga al cuello para la economía y, sobre todo, para las personas, como ahora sucede.

En ese sentido, la economía mundial y, sin duda, España, deben apostar por la energía nuclear como energía limpia, barata y con posibilidad de generación abundante desde la eficiencia; y como ello no es rápido, sino que requiere de un plazo amplio para su puesta en funcionamiento, hay que empezar cuanto antes. Por supuesto que ello requiere de unos estrictos protocolos de seguridad, pero si se cumplen no debe haber ningún problema. Cuando lo ha habido, se ha debido a algún fallo en el cumplimiento de dicha seguridad, cosa que, por tanto, se puede evitar o minimizar. Es absurdo rechazar la energía nuclear por la demagogia imperante en un sector ideológico, y más absurdo lo es en España, cuando tenemos que comprarle a Francia energía nuclear, de manera que asumimos cualquier riesgo que pueda haber inherente a dicha energía, pero no gozamos del beneficio de producirla en grandes cantidades.

No se trata de ir contra el medioambiente, el cual hay que tratar de conservar, pero tampoco de que, por no pensar bien las cosas, dicha política medioambiental se haga sin reflexionar, se dispare antes de apuntar, con lo que se puede empobrecer la sociedad y, con ello, legar un futuro peor, que es, supuestamente, lo contrario de lo que dicen querer los líderes de la lucha contra el cambio climático.

Por tanto, debe imponerse la sensatez y la racionalidad: energía limpia, sí, desde luego, pero barata y eficiente, con un plan energético serio, no con ocurrencias populistas basadas en un buenismo que nos lleva, de cabeza, a un retroceso económico, tecnológico y social que, de materializarse -ojalá que no- nos sumiría en un importante empobrecimiento, con una economía que sería insostenible, una deuda insostenible y un medioambiente que, desde la pobreza, tampoco se podrá sostener.